viernes, 18 de diciembre de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO REGRESÉ DE UN VIAJE QUE NO HICE



Querida Mariana: ¿conocés a alguna mujer que no haya salido nunca ni a la esquina? Rosy era una de estas mujeres extrañas. Jamás salió de su casa, que era una casa hermosa de cuatro corredores y un patio lleno de sol. La casa la construyó su papá, quien llegó a Comitán en la década del sesenta. La mamá de Rosy era, también, una mujer extraña. Ella sí salía de su casa, pero siempre lo hacía escondida detrás de una máscara de carnaval veneciano. Don Robert, que así se llamaba el papá de Rosy, contaba que conoció a doña Evelyn precisamente en Venecia. Como nadie del pueblo logró verle la cara, los comitecos inventaron historias. Una de estas decía que el rostro de doña Evelyn era como el rostro de ese personaje de Los Cuatro Fantásticos que se llama La Mole; otra historia mencionaba que el rostro de la señora tenía dos huecos por donde le salían gusanos. El día que doña Evelyn falleció de muerte natural, a la edad de ochenta y nueve años, medio mundo de Comitán se presentó al velorio. Don Robert, en el momento en que la sala estaba a reventar, anunció que retiraría la máscara por unos cuantos minutos para que la gente saciara su curiosidad. La gente se arremolinó en torno al cajón y miró -¡sorprendida!- el rostro de la mujer. Era un rostro limpísimo. La anciana tenía un cutis de niña virgen.
Rosy jamás salió de su casa hasta la tarde del 8 de abril de 1978 en que un personaje extraño se presentó en su casa. Esa tarde Rosy celebraba su cumpleaños número treinta y tres. El personaje tocó y cuando don Robert abrió la puerta, el extraño se quitó el sombrero, hizo una reverencia y chasqueó los dedos para que el sirviente que lo acompañaba ofreciera un pastel de dos pisos. “Vengo a desearle un cumpleaños feliz a su hija”, dijo y, sin que el dueño de la casa lo invitara a pasar, el extraño dio dos pasos adentro de la casa y se quitó el saco en espera de que alguien de la servidumbre se hiciera cargo. Con pena, don Robert tuvo que hacerla de mayordomo y colocó el saco en su brazo que puso en escuadra.
Cuando corrió el rumor de que Rosy había huido con el extraño, medio mundo de Comitán escuchó una historia fantástica: el extraño vestía con un traje negro, un fistol rojo en la solapa y emanaba un olor singular; es decir, sin rodeos, era el mismo demonio personificado.
El extraño resultó un personaje tan importante y encantador que don Robert y su hija se rindieron ante su influjo, y el primero no tuvo ningún empacho en autorizar de inmediato el viaje que su hija -¡encantada!- emprendió por todo el mundo.
Si Rosy había sido la comiteca que jamás salió ni a la esquina de su casa, se convirtió en la mujer que más viajó durante los siguientes treinta años.
Hace cuatro días una mujer con cutis de hoja de trébol caminó por estas calles. Mi tía Eusebia dijo que ella era doña Rosy. “Velo, pué -dijo doña Arminda- con razón tiene la mirada de quien ya está de regreso de todo”.
En efecto, querida Mariana, la mujer era una mujer muy bella, como esas vírgenes que reciben la visita de un arcángel que dan una buena nueva.
Mi tía Eusebia dijo: “¡Mudencos que fuimos los comitecos! No era el chamuco, más bien era un ángel”.
P.d. Fijate, Marianita, que una vez llegó una mujer muy bella a mi casa y me ofreció viajar con ella por todo el mundo. Yo, que conocía la historia de Rosy, no dudé ni un instante. Entré a mi cuarto y llené mi maleta con ropa y algunos libros. Cuando regresé a la sala ya no estaba la mujer que yo confundí con ángel. Hallé una carta sobre la mesa de centro. La carta decía: “¡Perdón! Yo habría jurado que no aceptarías la propuesta, porque siempre dijiste que no abandonarías Comitán. Perdí la apuesta. Ahora debo ir a pagar”.
Ayer me escribió. Está en Madagascar.