martes, 15 de diciembre de 2009

SUEÑO DE CAPARAZÓN


La mujer tenía rasgos japoneses, pero me dijo que vivía en los Estados Unidos. Estaba de vacaciones en Puebla. No hablaba español. A pesar de que no hablo inglés, ella "insistió" en contarme una leyenda japonesa.
Me dijo que en Japón adoran a las tortugas, son como animales sagrados (la cajita que me compró tenía dos o tres tortugas pintadas). La leyenda decía que una niña encontró una tortuga que, en realidad, era un mago. Un día, la tortuga se perdió en medio del mar y la niña nadó hasta hallarla. Se agotó tanto que casi casi estaba muriendo. La tortuga le preguntó por qué había arriesgado su vida por ella y la niña le contestó que no había arriesgado nada porque estaba segura de que la tortuga no la dejaría morir.
Debe ser que algo de mago existe en cada tortuga que nos acompaña en el mundo. La leyenda que la mujer me contó justificó la emoción desbordada al ver la cajita (me sugirió que tratara de vender mis cajitas en los Estados Unidos, me dijo que serían un éxito).
Una señora de Puebla, dueña de un restaurante cercano al bazar Los Sapos, me encargó un cuadro con tortuguitas.
No sé por qué existe esta afición desmedida hacia estos animalitos. A mí me sucede lo mismo. De todas las mascotas del mundo las tortugas son los animalitos que se me hacen más sabios. Por lo tanto, su compañía es ¡la ideal!
La vida de los humanos tendría que ser un poco como la de las tortugas. Seguro que no habría guerras ni enfermedades ni hambruna.
¿Se enferman las tortugas? Tal vez sí, pero a mí nunca me ha tocado ver un animalito enfermo. ¿Se mueren de hambre las tortugas? Tal vez sí, pero yo siempre he visto a estos animalitos andar sin mayor problema. ¡Comen tan poco! ¿Será esto último la clave del prodigio?
En la casa se han muerto conejitos, canarios, loros, perritos y cotorritas australianas, pero jamás ¡las tortugas!
Ahora viven en casa cuatro tortuguitas. A veces, en la madrugada, escucho que se mueven y rascan la cajita donde están. Viven con nosotros desde hace más de veinte años y ahí están tranquilas. Nos acompañan con la discreción del viento, del agua, de la luz. No se hacen notar, no ladran, no cantan, no saltan de un lado para otro, no se refriegan en los pantalones, no mueven la cola. ¡No hacen algo! Sólo están ahí, solidarias. Son como las nubes, como los recuerdos.
Una de las tortugas se llama "Toledo" porque más pequeña tenía unos toques azules maravillosos sobre el caparazón. Dos más se llaman "Las Chiapanecas" por obvias razones. ¿Y la otra? "No tiene nombre". ¡Así se llama!
Los hombres deberíamos ser como las tortugas. Viviríamos mejor.