miércoles, 24 de noviembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON CARENCIAS

Querida Mariana: Roxana dice que a veces no hay tiempo. En mi adolescencia algunos amigos sugerían al que fallaba en los encestes del partido de básquetbol que fuera a comprar diez centavos de puntería en la tienda de doña Mariana. Roxana sería feliz con una tienda para comprar tiempo. Bueno, muchas personas serían felices si existiera ese establecimiento. Mi papá decía: “el tiempo perdido, los santos lo lloran”. Roxana se molesta cuando ve a alguien “perdiendo el tiempo”, siempre hace la comparación: a ella no le alcanza el tiempo y hay personas que lo malgastan. Roxana parece no comprender que el tiempo de uno no le sirve a otro. A pesar de que el tiempo es un concepto general, es, en sentido estricto, una posesión individual. Y, como siempre sucede, cada persona puede hacer con su tiempo lo que le venga en gana. Roxana dice a veces que no hay tiempo. A ella no le alcanza. Doña Victoria, siempre que regresa del mercado, dice que fue a hacer magia: ¡a estirar el dinero! Sí, lo que hace doña Victoria es un acto de prestidigitación, porque, igual que el tiempo, el dinero no se puede estirar, no se estiran los billetes, menos las monedas. ¿Qué pase mágico realizan las amas de casa que estiran el dinero? Roxana debería platicar más con doña Victoria, que le dé la receta, tal vez ella pueda aplicarla para cuestiones de tiempo. Roxana, como cualquier ser humano, tiene a su disposición veinticuatro horas al día, no más, no menos. Hubo una época (qué prodigio) en que el tiempo no era medido. Tal vez en esa época a las personas les alcanzaba el tiempo para más, porque es asfixiante tener el reloj encima de nosotros marcando los segundos, el tiempo se convierte en un verdugo. El segundero es un pinchazo que a cada instante nos atosiga, nos recuerda que el tiempo se está yendo, que no puede detenerse y menos, ¡mucho menos!, adquirirse. En este caso, el dinero no ayuda a conseguir más tiempo. Tal vez atenúa sus rastrojos, porque quien posee mucha lana puede dedicarse, sin aflicciones laborales, a hacer uso de su tiempo en lo que le gusta. El tiempo, en este caso, es más rendidor. Imaginemos a un millonario que vive de sus rentas y que es amante de la práctica del golf. Con todo el tiempo del mundo puede dedicarse a ese deporte sin mayor presión. Al término de su vida puede decir con satisfacción: me dediqué a vivir. A Roxana no le alcanza el tiempo. Un día, hace ya más de seis años, la saludé en el parque central de Comitán. Me abrazó y dijo: regresé. Ahora entiendo el motivo de su regreso al pueblo que la vio nacer: el tiempo. Si acá no le alcanza el tiempo no puedo imaginar lo que sucedía con su vida en la enormísima Ciudad de México. De lunes a viernes se levantaba a las cuatro de la madrugada, en su departamento de la colonia Roma, para destinar más de dos horas en el trayecto al lugar de su trabajo que estaba al otro lado de la ciudad. A esto le agregaba dos horas en la noche para el regreso a casa. ¡Cuatro horas en el simple y abrumador trayecto! ¡Horas perdidas, sin duda! Pero acá, mujer inquieta, trabajadora como ella sola, sigue quejándose de falta de tiempo. El tiempo no le alcanza, nunca le alcanzará, ella no alcanza al tiempo, nunca lo hará. Roxana dice que a veces no hay tiempo. No hay tiempo para ir al campo a levantar piedritas, para acuclillarse a ver de cerca las formas de las flores; no hay tiempo para recostarse en el césped y ver el cielo para hallar formas a las nubes; no hay tiempo para tomar un café frente a la montaña, para preparar un aceite corporal. Se queja de que a veces, Dios mío, no tiene tiempo ni para orar. Hay mañanas en que deja de hacer su sesión de yoga, porque algo asoma en la agenda de las urgencias. Una vez me dijo algo dramático: a veces no hay tiempo para vivir. ¿Mirás la contundencia de su declaración? No hay tiempo para vivir, cuando lo único que realmente importaría es eso, precisamente, ¡vivir! Posdata: es imposible, pero sería maravilloso que hubiera una tienda donde la gente comprara tiempo. Pero, luego pienso en la dificultad del proceso. Para comprar tiempo, así como para comprar dulces o cervezas, es preciso contar con paga, y, como ya dije, a menos que seás millonario, hay que destinar tiempo para conseguirla. Roxana destinaba dos horas al día para llegar a su trabajo; es decir, al lugar donde conseguía la paga para comprar todo lo demás, menos el tiempo. Roxana se queja de que no le alcanza el tiempo. Muchas personas en el mundo sufren de lo mismo. A veces hace falta ser justo: el tiempo cruel es benigno a la vez, porque es don gratuito y está a nuestra disposición, como el aire, como el aire.