jueves, 4 de noviembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON PALACIOS Y PRÍNCIPES

Querida Mariana: si digo “palacio” ¿en qué pensás? Tal vez lo primero que llega a tu mente es la imagen de un palacio europeo, residencia de un príncipe, con torres, amplios jardines y fuentes. ¿Eso es lo que pensás? Es lo que piensa mucha gente. Por eso, envío el recorte de una fotografía de los años sesenta, donde aparece un palacio en Comitán, porque este espacio fue la residencia del príncipe de la cultura de mis tiempos. Este palacio ya no existe, en los años setenta fue destruido, junto con los demás edificios de la llamada Manzana de la Discordia. Por fortuna, los hijos y nietos del príncipe continuaron con su noble tradición, noble en ambos sentidos, en generosidad y en cuerdas de realeza. Este palacio no sólo fue la residencia de don Ramiro Ruiz Alfonzo; también fue, como acá se ve, el local de La Proveedora Cultural, donde vendía todo lo relacionado con papelería y periódicos, revistas y libros, ¡libros!, por el amor de Dios. Los comitecos de entonces, por economía de lenguaje, cuando iban a la tienda decían que se dirigían a La Proveedora o, los más afectuosos, decían: “Voy con don Rami”. ¿Mirás? Nunca la nobleza estuvo tan a mano del pueblo. En Comitán, desde siempre, han existido otros palacios. Basta que caminés por la avenida Rosario Castellanos para que mirés la casa que ahora es propiedad de don Jorge De La Vega Domínguez, es un palacio majestuoso, pero es una residencia particular, no cualquiera entra. En el palacio de don Rami podía entrar todo mundo y todo mundo se beneficiaba de la mercancía que, como si fuese un hermoso puerto, ofrecía mil mercaderías llegadas en barcos de todo el mundo. Y digo esto, porque los libros que compré de la Biblioteca Básica Salvat estaban impresos en España y los libros de la editorial Austral llegaban desde la Argentina. Don Rami era noble, ya lo dije, en las dos acepciones del término, porque, aprendí entonces, que para ser de la realeza no se necesitan blasones ni ser de sangre azul, ¡no! Don Rami fue un príncipe, porque todos los seres humanos poseemos un reino de nacencia y hay algunos que no cambian su reino por un caballo, siembran árboles en sus reinos y los caminan para hacer lo que Machado recomendó: hacer camino al andar. Por cierto, esto del poeta Machado lo aprendí, precisamente, en un libro que compré en La Proveedora. ¿Mirás la discreción de este palacio? En los años sesenta ahí estaba concentrada la mejor luz. Ahora, en tiempos donde los niños están pendientes de las pantallas de las computadoras y de IPads, resulta difícil imaginar que los niños de entonces acudían por montones, como si fuesen tzisimes, a comprar figuritas para llenar álbumes. Era increíble ver, en las tardes, parvadas de niños comprando los sobrecitos con las figuras y echando volados, lanzando monedas y corriendo hasta donde caían para ver si era sol o águila. La vida se concentraba ahí. No recuerdo, de verdad, un lugar donde hubiese tanta concentración de personas, los niños comprando cuadernos, revistas de monitos y figuritas; los mayores comprando cuadernos para sus hijos, revistas para adultos y periódicos; y, los selectos, los cercanos al príncipe, repasando los dedos sobre las portadas de los libros. ¡Qué palacio tan modesto! Apenas una entrada, donde permanecía el príncipe sentado en un mostrador con una caja registradora, y una vidriera grande para exhibir las novedades. ¿Ya miraste el chunche metálico de la entrada? Era una estructura delgadísima que mostraba postales. Al ras de la vidriera había una mesa y sobre ésta don Rami colocaba los libros que recién habían llegado al pueblo, desde España o desde Argentina. Los libros traían el aroma de otros aires, de otros cielos. No exagero si digo que olían a mar, a bodega donde viajaban al lado de toneles llenos de aceite de oliva, de vinos tintos, de sardinas. Los libros de España traían entre sus páginas un ceceo inconfundible, y los libros de Argentina traían un voseo que era como una mano distante, pero cercana. Por fortuna, la Proveedora Cultural aún existe, en otro espacio. El legado ha sido cuidado con amor y pasión, aunque sabemos que nunca volverán a darse las concentraciones multitudinarias de chiquitíos intercambiando figuritas, bajo la mirada tolerante del príncipe Ramiro. Posdata: los niños de este siglo se divierten de otra manera. ¿Quién pega figuritas en álbumes? Ahora, todos comparten fotografías en Instagram, todos descargan juegos electrónicos en sus celulares. El mundo es otro. Si fijás tu atención en este fragmento de fotografía mirarás que los niños cargan sus mochilas en la espalda y dos de ellos van abrazados, ignoran la vidriera del palacio, pero el chico que viene detrás de ellos sí ve a la derecha, mira algo que está exhibido en el interior del palacio. En esta imagen no hay letrero, no se observa, todo mundo de Comitán sabía que ahí estaba La Proveedora, de don Rami. ¿A poco en el Palacio de Buckingman hay un letrero de bandera que diga que ahí está la Reina Isabel? La nobleza es un don divino. Don Rami nació con ese don y, Dios bendito, vendió libros en el Comitán de los años sesenta. Abrió su palacio para recibir los embarques que llegaban desde otros países y nos ponía libros en la mesa para que pudiéramos iluminar nuestros espíritus. ¡Eterna gloria al príncipe de la cultura, de los años sesenta en Comitán!