martes, 30 de noviembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN POCO DE AGUA LIMPIA

Querida Mariana: mis tíos Guillermo y Juanita tuvieron once hijos. Eran tiempos de familias grandes. Mi abuelita María, fue hermana de tía Juanita, por eso mi papá fue primo hermano de los once muchachos. Hasta hace diez días había tres sobrevivientes de los once: mi tío Artemio, mi tío Gilberto y mi tía Maty. Uno de estos días falleció Artemio, sólo quedan vivos Gilberto y Maty. El tío Artemio se unió a Ernesto, Ramiro, Ciro, Jorge, Lolita, Elenita, Clarita y Alicita. Once hijos, qué familia tan generosa. Cuando falleció mi tía Juanita, todos los amigos y familiares lamentamos su ausencia. Al siguiente día del entierro, la familia organizó el novenario en la casa de La Pila, en la esquina de la bajada del Resbalón, casa con dos tanques (albercas) donde llegaban a nadar muchos muchachitos. La tía, sentada en el corredor de la casa, cobraba la entrada. Todos estábamos serios y tristes a la hora que comenzó el rosario, pero al término, el luto abandonó el color negro y se pintó de mil colores luminosos. Los adultos, sentados en sillas plegadizas en el corredor prendieron un cigarro, tomaron café, platicaron y rieron; los niños fuimos al patio y jugamos, cerca de un árbol inmenso, no recuerdo el nombre del árbol, pero Juan decía que era “árbol de agua”, porque era hermano de los que crecen en la orilla del Río Grande. La primada corría en la huerta donde crecían cientos de cartuchos (alcatraces). A mí me encantaba saltar los canales estrechos, chaparritos, rebosantes de agua limpia, del agua que llegaba de La Pila, la misma agua que llenaba los tanques. Ya podés imaginar la cantidad de tíos y primos. De los once muchachos, nueve se casaron, dos de los varones no se conformaron con una sola mujer, sino que tuvieron dos, eso hizo que la familia creciera. Esa familia inmensa hacía inolvidables los festejos y, también, ya lo dije, los sucesos trágicos. Ahora, en tiempo de pandemia, es común escuchar cuando fallece alguien que fue despedido sólo por la familia cercana. En caso de mis tíos, la familia cercana es multitud. Mi tío Guillermo fue propietario de un rancho hermoso, ubicado al lado izquierdo de la carretera de Comitán a Teopisca: Yerbabuena. El tío Artemio también tuvo rancho, por el rumbo de Las Margaritas. Mi primo Memo me platicó que en vacaciones escolares iba al rancho de su papá; se ponía a llorar cuando las vacaciones terminaban y debía regresar a Comitán para reincorporarse a la escuela. Él era feliz en el rancho. Pero mi tío Artemio no sólo fue ranchero, también fue comerciante. Lo recuerdo en un local donde ahora está el Súper del Centro. No sé si en el atrio del templo de San Agustín todavía hay uno o dos juegos montables eléctricos que funcionaban con monedas. Esos juegos (tal vez carros o caballos) los compró mi tío para colocarlos en el interior de su zapatería. Con visión comercial los compró y los puso en el interior de su negocio, así, cuando los papás llevaban a sus hijos a comprar zapatos, el tío pellizcaba otras monedas ante la insistencia de los niños por subir al montable. Una mañana mi papá pasó a saludar al tío y le contó que ayudaba a un grupo de personas en la construcción del templo de San Agustín (en la fachada del templo existe una placa donde agradecen a las personas que ayudaron a la construcción y, gracias a Dios, ahí está el nombre de mi papá). Cuando mi papá vio los dos montables le dijo al primo Artemio que ayudara a conseguir fondos. ¿Cómo? Doná esos juegos. Tío Artemio vio los montables y dijo que estaba bien, que si era para una buena causa. Otra mañana, un grupo de muchachos subió (no recuerdo bien) uno o dos montables a un camioncito de redilas y llegaron al atrio donde comenzaron a dar monedas para otros ladrillos. Recordé esto ahora que falleció el tío Artemio. Lo cuento porque su nombre no aparece en la placa de la fachada. Es justo que su nombre aparezca en esta carta que te envío. Uno o dos montables hicieron la delicia de muchos niños y dieron paguita para continuar con los trabajos de construcción. Posdata: no sé si esos montables siguen ahí, porque llegaron hace muchos años, ya deben estar inservibles, pero estoy seguro que algunas personas los recuerdan y tal vez, cuando fueron chiquitíos, metieron una moneda y treparon sobre el carrito y rieron al sentir el movimiento de ola hacia atrás y adelante. Mi tío Guillermo y mi tía Juanita tuvieron once hijos, estos hijos (con excepción de las tías Elenita y Alicita, que no se casaron) tuvieron muchos hijos y éstos tuvieron muchos más. Ahora, la familia es inmensa, árbol prodigioso, fuerte y sólido como el árbol que había en el patio de la casa de La Pila, árbol de agua, bellísimo sabino.