sábado, 6 de noviembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON OBJETOS GRÁCILES

Querida Mariana: en Comitán tenemos la costumbre de poner apodos. La historia del pueblo consigna nombres de grandes pone apodos. Los apodos aparecen en todos los pueblos del mundo, pero, según lo dijo Enoch Cancino Casahonda, gran poeta chiapaneco, la fama de Comitán no es gratuita, acá hay apodos con gran ingenio. El otro día, en una llamada telefónica Rafael habló del “Cara de estropajo”, quien, según él, fue nuestro compañero en la primaria. A Rafa le dije que no lo recordaba. ¡Cómo no!, me dijo él, su frente tenía una serie de venitas en relieve, hacé de cuenta ¡un estropajo! Pensé que el apodo no discrimina, toma lo que halla en la mano. Hay, como lo dijo Cancino Casahonda, apodos ingeniosos, simpáticos, pero, de igual manera, hay apodos perversos, groseros, incluso, asquerosos. Al terminar la plática con Rafa, pensé que, como en cualquier lugar del mundo, hay personas que disfrutan el mote y otros que lo aborrecen; hay personas que toleran el apodo y otros que se van encima y golpean a quien se los dijo. ¡Pasa con el nombre, es comprensible que suceda con el sobrenombre! Hay nombres que parecerían un acto de venganza de los padres; por el contrario, hay otros que son nombres amados. Muchas personas disimulan con una inicial su segundo nombre. Conozco varios Caralampios que no se sintieron bendecidos con el nombre del santo consentido de nuestro pueblo. Otras personas realizan un trámite legal para cambiarse el nombre. Vos sabés que mi nombre es Alejandro Benito. Ninguno de los dos nombres me choca. ¡No! Me gustan mis nombres, pero sólo uso el primero. Mis obras literarias están firmadas con un nombre y un apellido: Alejandro Molinari. ¿No tengo madre? Sí, sí tengo, y de igual manera me siento orgulloso de ser Torres, pero mi acto creativo sigue la tendencia de muchos escritores. ¿Sabés cómo se llamaba el gran escritor Juan Rulfo? Sentate. Ahí te va su nombre: Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. ¡La gran flauta! Muchos maestros de literatura de los años setenta tenían la mala costumbre de preguntar el nombre del autor de la novela “Pedro Páramo”. La mitad de los alumnos, con cierto trabajo, respondía Juan Rulfo; la otra mitad colocaba nombres al tin marín, por ahí aparecían nombres de artistas de cine o deportistas o la genial respuesta de alguien que jugó con el nombre de la novela: ¿Pedro Páramo? ¡Juan Bosque! Muchos escritores usan sólo un nombre y un apellido. Julio Cortázar usó sólo su primer nombre. Él tuvo dos nombres y, como todo mundo occidental, dos apellidos. Su nombre completo fue Julio Florencio Cortázar Scott. Muchos de sus miles de fans simplemente lo llaman con su apellido paterno: Cortázar. Si alguien habla de literatura, el apellido es inconfundible. Lo mismo sucede con el mencionado Rulfo. Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, es conocido como García Márquez, o como Gabo. Él, por supuesto, no pudo usar sólo un apellido, el García es muy común, por lo que debió usar también el materno, eso lo hizo único. Un escritor contemporáneo, paisano de Gabo, es Juan Gabriel Vázquez, él firma así sus libros, con los dos nombres, eso, asimismo, lo hace único. No hay costumbre en colocar apodos en nombres de escritores, como sí la hay en nombres de deportistas. Crecí escuchando en radio peleas de Rubén “El púas” Olivares. Ahora, todo mundo se sienta frente al televisor para ver la función de box donde participa “El canelo”. Crecí viendo partidos de fútbol donde el jugador del equipo de la UNAM, la “Cobra” Muñante nos emocionaba con su dribling fantasioso. Ahora, todo mundo toma cervezas y come taquitos de chicharrón con guacamole, viendo los regates que hace “La pulga” Messi. Al “Cara de estropajo” le pusieron así porque su frente tenía venitas en relieve. Cuando Rafa lo mencionó no recordé a ese compañero de escuela. Soy malísimo para recordar nombres y rostros. Lo que pensé es en el proceso que realizan los famosos pone apodos. Hay apodos que son tan certeros que no se quitan ni restregándose todos los días con estropajo. Tal vez el “Cara de estropajo” aprovecha ese don que la naturaleza le prodigó, relieve en la frente. Ahora imagino el instante que se baña al lado de su pareja y ella se da la vuelta y le ofrece la espalda enjabonada y él mueve la cabeza de izquierda a derecha y de arriba abajo para hacerle un masaje único y sensacional. Iván Ibáñez menciona a cada rato un tal “Cara de caite”; es decir, los apodos refieren a la cara y a multitud de objetos. El “Cara de ángel” se opone al “Cara de diablo”. Estropajos y caites son objetos que han empleado los pone apodos. Podés pensar en cualquier objeto y, sin duda, hallarás en algún lugar de Latinoamérica a alguien que, en su apodo, lleva tal palabra. ¿Retrete? No faltará, porque digo que algunos apodos son simpáticos, pero otros son groseros. Acá hubo un famoso “Tibio”, pero, asimismo, está “El frío” y “El caliente”. Quién sabe por qué le dicen caliente al “Caliente”, pero de entrada las muchachas bonitas deben irse con cuidado o, sin son entronas, irse con todo. Digo que los pone apodos toman elementos de la naturaleza y de objetos creados por el hombre. Sí, hay un compa que le dicen “El avioneta”. El diccionario dice que avioneta es femenino, pero el pone apodo no le hizo caso a la regla ortográfica y le metió “el”, porque quien recibió el apodo es varón. También existe “El avión”. De avioneta a avión hay todo un cielo de distancia, porque el avión puede ser un sencillo avión de papel o un Boeing 747. Claro, también hay un juego de palabras. Alguien me explicó que a “El avión” le dicen así porque es de labios prominentes, en realidad es “El labión”. Conforme la sociedad avanza, más objetos se hacen cotidianos y estoy seguro que a algún muchacho le dicen el Ipad, que acá en Comitán sonaría como “Ay, pa”, y le dicen así, porque de niño así respondía a todo lo que le recomendaba su papá. Hay boxeadores que usan el mote de Baby face (“Cara de niño”); ahora hay una chica a la que le dicen: “La Facebook”, porque siempre anda “estalkeando” a los vecinos. Estalkear es un verbo inglés que significa que alguien, en redes sociales, se mete a las páginas para investigar las vidas ajenas; es decir, es un clásico husmeador. Sí, en todos los pueblos del mundo han existido estalkeadoras, chismosas en grado extremo. Ya podés imaginar cómo es “La Facebook”, es como aquella chica que le decían “La chuchupe”, porque la Chuchupe es una víbora de las más venenosas, y acá en el pueblo, a las muy chismosas les dicen víboras. Tuve un amigo en la Ciudad de México al que le decían “Enredadera”, porque era muy alto y había crecido a lo bobo. Eso decían. Es difícil salvarse de esta práctica ancestral. Los pone apodos disfrutan ser los sacerdotes de esa costumbre simpática pero perversa. No usan agua bendita para el bautizo, les basta el polvo de la calle, son echa tierra. Vos, ¿has tenido apodos a lo largo de tu corta, pero fructífera existencia? No recuerdo un apodo que me hayan puesto de niño, si me lo pusieron no trascendió; en la juventud tampoco. No heredé apodo, porque mi papá no tuvo un apodo de esos pegadores. ¿Oso de peluche? Nadie me dice así, salvo don Rafa Morales (el dueño del Pasaje Morales), quien era simpático y llevado. Él inventó eso de que alguien llegó a la tienda de estambres de mi mamá y le preguntó a mi papá si tenía bolas de estambre. Mi papá contestó: ¡No!, si tuviera yo bolas de estambre mi hijo fuera de peluche. Don Rafa se botaba de la risa. Durante muchos años impartí cátedra, en niveles de secundaria, bachillerato y universidad. ¡Tuve muchos apodos! Pero todos fueron pegados con chicle y se despegaron. Tal vez el que más queda en memoria de algunos ex alumnos es el de “Molcas”, que es un auto apodo. “Molcas” es un personaje literario de Héctor Aguilar Camín. Muchos más usan mi apellido paterno y lo condensan o lo transfiguran. Algunos ex alumnos me dicen Moli; otros, Molito (pucha, Molito, pero no para tu muslo de pollo), y mi Paty, en tono afectuoso, me dice Molcajete (recontra pucha, para hacer salsa con chile seco). Posdata: en caso de que el destino mande un apodo para tu persona, te gustaría que te dijeran ¿cara de qué? Pucha, ahora pensé algo muy grotesco. La tía Martha lo decía cada vez que alguien la molestaba.