martes, 23 de noviembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON CASCO

Querida Mariana: quienes estudiamos en la primaria Matías de Córdova usábamos cascos en los desfiles. ¡Ah, nos sentíamos orgullosos! Las personas que, en los años sesenta del siglo XX, presenciaban el desfile aplaudían nuestro paso. Una mañana de 2020, un poco antes del arribo de la pandemia, Matías pasó a la casa. Viajamos en su auto a Juncaná. Él fue a tomar fotografías y yo lo acompañé. Al llegar a La Trinitaria tomó el desvío con rumbo a Los Lagos, para llegar a la zona de Juncaná. En uno de los desvíos con árboles de pino, cielo limpio y aire generoso, vimos a un ciclista que llevaba casco. Matías me dijo que eso era correcto. Y dijimos que también los motociclistas deben usar casco. La bici y la moto son vehículos que exigen equilibrio, cuando éste, por cualquier circunstancia, se pierde, el conductor (así lo dicta la Ley de la Gravedad) va hacia el suelo. En la caída existe el riesgo de que la cabeza choque contra el piso. Si el conductor no lleva casco corre más peligro. ¡Pucha, si el coco que daba el maestro de la Matías nos dejaba zurumbos, imaginá el impacto contra el piso! Matías hizo a un lado el auto y se estacionó en un campo bonito. Pensé que tenía ganas de orinar o que revisaría algo del auto o que bajaríamos para disfrutar del aire, ¡no!, se detuvo porque me quedó mirando y dijo: “Los automovilistas también deberíamos usar casco”. Soltó ese chicotazo verbal, puso primera y retomó la carretera. Los automovilistas no pierden el equilibrio, pero sí corren el riesgo de chocar contra un objeto o caer en un barranco. ¿Ayudaría algo llevar un casco? Más adelante, Matías volvió a hacer el mismo movimiento, detuvo el auto, me vio y dijo: “También los peatones deberíamos usar casco”, metió primera y retomó la carretera. Sí, pensé, he conocido más de dos casos de peatones que han muerto porque les cayó un ladrillo de una construcción o una maceta desde un balcón. Los niños de los años sesenta trepaban en bicicletas y no llevaban cascos, las caídas brutales no pasaban de causar chipotones que eran curados con emplastos de alcohol con hierbas. Pero don Elías contaba que cuando comenzó a sentir dolores de cabeza, el médico le dijo que probablemente era por uno de esos chipotones que sufrió de niño. Mi compadre Miguel (que en paz descanse) cuando se quejaba de dolor de rodillas me decía que su gusto de niño era aventarse desde un árbol a un cerrito de arena que había en el sitio, caía de rodillas. Uno no puede andar con casco todo el día. Ya imaginé a mis amigos decir buenas noches, entrar a la recámara, y ponerse a hacer juegos de cama, porque, en medio de la pasión, siempre existe el riesgo de caer del colchón o pegarse con la cabecera de la cama. ¡No! Entiendo que la vida siempre tiene su dosis de riesgo, pero asimismo pienso que los ciclistas y motociclistas que usan casco reducen el peligro de sufrir algo de consecuencias mayores cuando sufren un accidente, porque las estadísticas demuestran que hay muchas caídas, basta una piedra en el asfalto o un ligero empujón al ciclista para que el equilibrio se pierda. Cuando llegamos a Juncaná, mi cabeza ya imaginaba la escena: una multitud usando casco, los ciclistas, los motociclistas, los automovilistas, los peatones, los ancianos que están en silla de ruedas. Imaginé ese campo cultivado con maíz lleno de agricultores con casco, porque siempre existe el riesgo de la caída de un fragmento de basura espacial. Posdata: imaginé al abuelo con el casco puesto antes de entrar al sanitario y sentarse en la taza, porque nunca se sabe a qué hora puede aparecer un temblor de más de siete grados.