lunes, 1 de noviembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON EL CUESTIONARIO MOLINARI

Querida Mariana: ¿recordás el famoso Cuestionario Proust? No sé cuántas preguntas tiene el cuestionario, pero en una ocasión lo respondí en una entrevista. Este tipo de juegos me gusta, porque, de manera sutil, poco a poco encuerás tu espíritu y al final quedás completamente desnudo. ¿Por qué digo esto? Porque las preguntas te obligan a descubrir muchos aspectos que revelan tu personalidad y carácter. Ahora pienso que si me equivoqué en mi orientación vocacional al salir de la preparatoria y decidir por una carrera profesional fue porque en esos dorados tiempos nadie te hacía un test vocacional. Esos cuestionarios ayudan a reconocer los gustos y fortalezas; es decir, muestran un caminito donde el paso por la vida será menos escabroso. No sé vos, pero yo sí conocí un caso donde el papá obligó a su hijo a estudiar lo que él quería, ignorando el deseo del hijo. El hijo debió inscribirse en la universidad, entregar resultados satisfactorios y, después de cuatro años, entregar un título que él no ambicionaba. Pero la historia no quedó ahí. El papá, por supuesto, obligó al hijo a trabajar en lo que se había preparado; y el hijo así lo hizo. Cuando, casi veinte años después, el papá falleció, al día siguiente del entierro, el hijo se presentó en la oficina del director de la empresa y dejó su renuncia sobre el escritorio. Como lo estás pensando, no recibió liquidación, pero el hijo tenía una sonrisa del tamaño oculto de un iceberg, pero nada helado. Ahora ya no se dan muchos casos de estos, antes era más común. Había dos casos ejemplares, uno era el del papá que no logró su deseo y obligaba al hijo a realizar su sueño frustrado; el otro caso era el del papá que sí triunfó en la profesión y obligaba al hijo a seguir ese camino de éxito. Dios mío, ahora reconozco lo que muchos expertos han dicho: no hay peor cosa en la vida que dedicarse a hacer un trabajo que no gusta. Son vidas desperdiciadas. Y digo esto, porque ahora, por fortuna, los padres comprometidos con la educación de sus hijos los llevan a realizar un test vocacional y aceptan los resultados, reconociendo que por ahí está el camino para, realmente, ser exitosos en la vida, porque el triunfo más grande del universo es dedicarse a un oficio o profesión donde uno se desarrolla con pericia y con alegría. Los sicólogos expertos ayudan mucho a encontrar el camino a una edad donde todo se bambolea de un lado a otro. Los muchachos no escuchan el llamado vocacional que les grita su espíritu, hacen caso a modas o a consejos de amigos que, igual que ellos, tienen la venda en los ojos. Hay que jugar con esos cuestionarios, iluminan los callejones oscuros de la vida. Cuando realizo una entrevista le propongo a mi entrevistado responder a la Arenilla, que, como sabés, es un cuestionario de diez preguntas juguetonas especiales. Pero, ahora, ya agregué lo que se llama Cuestionario Molinari, que contiene diez preguntitas que compartiré con todos mis entrevistados. Esto, primero Dios, dará como resultado un amplio repertorio de luces del espíritu humano. Muchos periodistas invitan a sus entrevistados a responder el Cuestionario Proust. Ahora agregamos el Cuestionario Molinari. ¿Querés responderlo? Sólo como juego, como tubo de ensayo para reconocer algo de tu intimidad. Acá te paso las diez preguntas. 1. ¿Con qué fruto comparás a tu papá? 2. ¿Cuál es el aroma con el que identificás a tu mamá? 3. ¿Qué rasgo humano te impulsa a ser mejor? 4. ¿Cuál es la palabra más bonita de tu diccionario personal? 5. ¿Cuál es tu mejor recuerdo de niña? 6. ¿Qué sentís cuando mirás un colibrí? 7. ¿Qué soñabas de niña que serías de grande? 8. ¿Adónde te llevan tus pasos actuales? 9. Si te topás con una piedra, ¿qué hacés? 10. Cuando llegue el último adiós, ¿con qué frase te gustaría despedirte del mundo? Posdata: ¿qué te parece? Si hacés una revisión ligera comprobarás que sintetiza la historia de un ser humano, desde el recuerdo de los ancestros, hasta el último instante. ¿Jugás? ¿Lo respondés? No me gustan los juegos matemáticos, los que te proponen hacer sumas y restas para ver cuántas manzanas quedan. Al final, pienso que este juego no conduce más que a dos resultados: el que acierta se siente muy listo y el que yerra se siente un fracasado. Es regresar a los años tortuosos de la escuela. Por el contrario, los cuestionarios, como el de Proust o el de Molinari, son juegos donde el resultado siempre es luminoso, quien lo responde se conoce un poco más y, ya lo dijo el sabio, lo más importante es conocerse a uno mismo.