martes, 9 de noviembre de 2021

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE UNA CARTA

Querida Mariana: no sé cuándo fue que escribí la primera carta. El otro día mi mamá me entregó una carta que escribió mi papá el 3 de octubre de 1963. Mi mamá y yo estábamos en la Ciudad de México. En esa carta, mi papá dice que recibió la cartita que le envié a Comitán desde aquella ciudad. Yo tenía seis años de edad. Muchas personas de mi generación ya no escriben cartas, ahora mandan mensajes o tuits. Yo, necio, amoroso amante del género epistolar, sigo escribiendo cartas. Julio Cortázar escribió muchísimas cartas, ahora existen muchos libros que recopilan su relación epistolar con muchos amigos. La más reciente novela de Guadalupe Olalde, “Tiempo de payasos”, inicia con una extensa carta que la protagonista, escritora, envía a su hija. En este juego literario de Lupita está implícito el género epistolar y el metalenguaje, porque en la carta que la mujer a punto de suicidio le envía a la hija le escribe una novela pendiente. ¿Mirás qué prodigio? Una novela inserta en una carta. A mí me gusta escribirte cartas, las disfruto. Ahora las escribo en un teclado de computadora, pero hubo un tiempo que las escribí con pluma y papel. Mi mamá, siempre previsora, guardó algunas cartas, muchas que le envió mi papá y una que le envié el 22 de junio de 1975, desde la Ciudad de México, cuando ya era estudiante de la UNAM. Ahora sé que en esos días terminé el primer semestre en la Facultad de Ingeniería. En la carta le digo que recibí su carta y deseo que al recibo de la presente esté bien de salud. Es una entrada común. Luego le informo que el periodo de reinscripción será a partir del 28 de julio y el inicio del segundo semestre será el 18 de agosto. Tenía un periodo libre, deseaba ir a Tuxtepec, a casa de mi tío Mario, para estar unos días con ellos, con mi tía Eloína y mis primos Nora, Yoly, Gaby y Mario (al final sí hice el viaje, otro día te cuento). En ese momento mi papá trabajaba en la fábrica de triplay, del ingeniero Valadez. ¿Podía mi papá pedir sus vacaciones para diciembre? Le decía a mi mamá que me gustaría ir a Comitán en temporada navideña y que fuéramos los cuatro a Guatemala: mi papá, mi mamá, mi abuelita Esperanza (mamá de mi mamá, que en ese tiempo estaba en la casa de Comitán) y yo (este viaje sí no lo realizamos). Me despedí de mi mamá con un “tu hijo que te quiere”, pero, luego agregué una nota (la clásica posdata), que decía: “Tuve que romper el sobre, ya que hasta ahorita me acordé que por favor le digas a mi papá me mande en el cheque del próximo mes la cantidad de $150.00, esto es para ver si puedo entrar a estudiar inglés, con un semestre y después continuar. Gracias”. Sin duda que mi amado papá me envió los ciento cincuenta pesos que pedí, porque en el segundo semestre me inscribí en el CELE (Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras). Recibí un libro y una credencial para asistir al Centro, un espacio novedoso que consistía en una serie de gabinetes donde accionaba el casete con la lección que correspondía y la seguía con unos audífonos chonchos (como los que usaba Jacobo Zabludovsky en su noticiario televisivo). Destiné el dinero que mi papá me envió. Parece que todos mis sanos intentos para aprender inglés nunca fructificaron. Mi amigo, el famoso escritor Fabio Morábito, me dijo un día que hay algunas empresas que a mi edad ya no pueden alcanzarse. Él, cuya lengua materna es el italiano se apropió muy joven del idioma castellano y se convirtió en uno de los grandes escritores de lengua hispana, pero cuando estuvo en Alemania durante un año ya no logró pepenar el idioma de Günter Grass. Llevé cursos de inglés desde la secundaria (tres años); tres en el bachillerato; tres semestres en el CELE, de la UNAM; y un año en una academia particular. ¡Más de nueve años y sigo sin pasar de lápiz: pencil! La carta que me entregó mi mamá me hizo recordar estos intentos de aprender la lengua de Shakespeare. Posdata: lo que sí logré fue afianzar mi gusto por el género epistolar. Me gusta leer libros de correspondencia entre famosos. ¿Qué le dijo Cortázar a Octavio Paz? Ahí está en esos papeles que vencieron al tiempo. El papel es muy frágil, se quema, se humedece, se rompe, se rasga, se vuelve bola y va a dar al basurero, pero, a veces, sobrevive a todos esos maremotos, navega y llega a nuestras manos y sus palabras iluminan el recuerdo, la nostalgia. Esta carta la escribí en el cuarto que me había asignado mi tía Josefa, mamá de Adrián, Alfredo e Higinio Bermúdez Salazar. El departamento era el 8 del edificio marcado con el número 94, en la colonia Roma, del Distrito Federal. Esa vez cerré el sobre, lo rasgué, agregué la nota y puse la carta en otro sobre, uno con franjas rojas y azules en la periferia, fui a la oficina postal, compré un sello con valor de un peso con sesenta centavos, rojo y blanco, con el perfil del rostro maya de una estela, y lo metí en el buzón para que llegara a las manos de mi mamá. Ahora, en 2021, mi mamá me llamó a su recámara y me entregó el sobre con la carta. A mis sesenta y cuatro años de edad sigo escribiendo cartas. En un tiempo donde todo mundo manda mensajes y tuits ¡escribo cartas!