viernes, 19 de noviembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON UNA LÍNEA DE 1964

Querida Mariana: ahora todo está en la Nube. Es un término genial, porque esta bodega no existe en el cielo sino en algún lugar de la Tierra. Esta Nube permite que todo el conocimiento actual esté a disposición de medio mundo en el Internet, y digo medio mundo porque como siempre ha sido en la historia hay un conocimiento que sólo está accesible para algunos. De niño siempre que escuché la palabra nube busqué en el cielo. Tal vez ahora algunos niños escuchan la palabra y piensan en ese reservorio genial. Todo está en la nube. ¿También las fotos íntimas que se mandan los muchachos? No lo sé, algunos dicen que sí. Por eso, muchas chicas evitan enviar los famosos packs. ¿Por qué escribo esto? Porque hoy en la mañana tomé un libro de los tres que reúnen los ensayos que Rosario Castellanos escribió en Excélsior y pensé que el cacho de nube que tuvimos los lectores del siglo pasado fueron las bibliotecas y las hemerotecas, lugares donde se conservan los libros y los periódicos. Hoy, un lector de libros electrónicos puede conservar más de cinco mil libros. ¿Mirás qué prodigio? Cinco mil libros impresos necesitan un bonche de libreros, gracias a la tecnología, en un chunche que mide no más de treinta centímetros por lado, llevás en tu mano toda una biblioteca que está a tu disposición a la hora que querás. ¿Se acabó la batería? La cargás y listo. En esta temporada de pandemia me volví amigo de esta maravilla tecnológica. Soy, lo sabés, un amante del libro impreso, desde que tenía pocos años de edad he tenido revistas, periódicos y libros impresos en mis manos. Estos chunches han alimentado mi vida, han sido los más fieles amigos, en todos los tiempos, pero, una mañana ingrata, apareció la pandemia y todo mundo debió desinfectar en casa lo que llegaba de afuera. ¿Cómo evitar el riesgo de contagio? Pues con los libros electrónicos. Estos garantizan la sanidad completa. Entonces bajé la aplicación Kindle en mi computadora y compré el primer libro electrónico. Llevo haciéndolo más de veinte meses. No es lo mismo, por supuesto que no. Todas las ventajas del libro impreso se evaporan en el libro electrónico, pero, en este tiempo pandémico, le encontré las ventajas. Ya dije una, esencial en épocas donde el virus se pega a todos los objetos; otra ventaja es la instantaneidad, esto es genial, si el libro está disponible en versión digital, el libro me llega en minutos, minutos. No salgo, el libro llega a mi Kindle en forma automática. Claro, esto ha cancelado mi gusto de recorrer los pasillos llenos de libros, de hojear los que me interesaban, de pasar a la caja y salir con dos o tres libros en una bolsa. En el Kindle pico en la pestaña que dice Biblioteca y encuentro los que he comprado. Ahí está Juan Gabriel Vázquez, Guadalupe Olalde, Aurora Bernárdez, Carlos Polimeni, Le Clézio, Thomas Mann, Héctor Abad, Rebeca Orozco, Élmer Mendoza, Rodrigo García (hijo de Gabo), Ernest Hemingway, Rosa Montero, Guillermo Arriaga, Federico Reyes Heroles, Juan Villoro y Joyce Carol Oates. Estos autores me han acompañado en el confinamiento, lo han hecho un poco más leve, más llevadero. Ellos más los impresos que están en mi librero. He releído varios. Ahora leo un libro de Amós Oz. Ayer encontré en Prime, plataforma de cine, una película basada en dicho libro: “Una historia de amor y oscuridad”, quise verla pero hallé, qué mala pata, que está doblada. Ah, me molesta ver películas dobladas. Por más bueno que sea el doblaje la actuación pierde más de la mitad. Pero, hoy en la mañana, decidí que me guardaré mi coraje y la iré viendo de a poquitos. Asumo que algunas escenas deben estar filmadas en Jerusalén, lugar donde estuvo Rosario Castellanos, en los años setenta, cuando fue Embajadora de México en Israel. El libro que tomé hoy en la mañana lo abrí como mazo de cartas y leí una línea que Rosario escribió en noviembre de 1964. Esta línea la escribió en México, tal vez en su casa, frente al Bosque de Chapultepec. La línea dice: “El poeta, dijo Rilke alguna vez, es el que se encarga de hablar a Dios de los hombres y a los hombres de Dios…” Posdata: me encantan estos tiempos (si no fuera por la mierda pandemia, todo sería más luminoso), porque los lectores tenemos la posibilidad de gozar los libros impresos y los libros electrónicos. Rosario no contó con esta maravilla. No sé qué habría pensado, ella cinéfila de hueso colorado, si alguien le hubiese dicho que podría ver cientos de películas de todo el mundo, desde la comodidad de su casa. No sé qué habría pensado al enterarse que hay chunches electrónicos que conservan más de cinco mil libros y pueden conseguirse en minutos después del correspondiente pago con tarjeta. La tecnología de estos tiempos es una bendición, abre ventanas donde antes sólo había muros.