martes, 16 de noviembre de 2021

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE QUE YO SÍ CONOCÍ A LOLITA ALBORES (Parte 13)

Querida Mariana: Imaginarte autorizó a la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar para que se publicara un libro con las crónicas de doña Lolita Albores. Ahora, este libro electrónico está a disposición de todo mundo, en forma gratuita. Con ello se difunde el conocimiento que doña Lolita compartió. En esta serie de cartas (ya vamos en el número 13) he compartido la crónica “Sí conocí a Rosario Castellanos Figueroa”, que doña Lolita escribió en agosto de 2002. Pronto se cumplirán veinte años de este texto, donde la autora describió su relación con la famosa escritora. Después de ofrecernos testimonios de lo que los papás hacían con los restos mortales de Minchito, doña Lolita escribió lo siguiente: “Rosario y su papá se entendían muy bien cuando hablaban de escritores y de política, leía cada uno su periódico y cambiaban opiniones; doña Adriana quedaba aislada y por eso cuando yo estaba con ella se sentía contenta de tener con quien hablar de cosas más sencillas. No era de categoría inferior como muchos dicen”. Doña Lolita da testimonio de una relación de pareja típica de mediados del siglo XX. Las mujeres comitecas no tenían mayor acceso al conocimiento. El papá de Rosario tuvo estudios profesionales en el extranjero, mientras doña Adriana permanecía en el pueblo. Por supuesto que ello significó una diferencia intelectual. El mundo de don César era más amplio que el de su esposa que no tuvo más que lo visto en el Comitán de la primera mitad del siglo XX. En varios textos, Rosario describió el porvenir que le esperaba si se quedaba con lo que la sociedad comiteca le brindaba. Ella no quería ese futuro. Sus inquietudes intelectuales, que se manifestaron desde sus primeros años, le demandaban acercarse a otras ventanas. Doña Lolita dice que “Rosario y su papá se entendían muy bien cuando hablaban de escritores y de política”. Esto marca también una distancia; es decir, se entendían bien cuando el tema era algo intelectual. No se dice, pero don César hubiese sido más feliz que, en lugar de platicar con Rosario, lo hiciera con el hijo, a quien le tenía reservado un mundo más amplio. De todas maneras, en el testimonio de doña Lolita se advierte algo como una pared, hecha de papel periódico. Podemos imaginar la escena, Rosario está sentada en un sofá y lee una sección del periódico, mientras su papá hace lo mismo en otro sillón. Ambos se apropian de elementos culturales, en tanto doña Adriana está en la cocina preparando la comida. Doña Lolita los ve, pepena esos gajos que luego nos entregó en sus textos. Si Rosario encuentra algo de su interés, baja el periódico y lo comenta con su papá, éste también deja la sección del periódico y hace comentarios al tema. Se entienden, por supuesto que sí, hablan el mismo idioma; tal vez no coinciden en su opinión, pero dialogan acerca de “escritores y de política”. Por momentos dejan su mundo interior, bajan el periódico (que es como asomarse a la ventana donde aparece el otro) y comparten ideas y reflexiones. Agotado el tema, Rosario vuelve a tomar la sección y levanta la pared de papel, lo mismo hace don César, hasta que doña Adriana avisa que ya está lista la comida, que pasen a la mesa. Doña Lolita usa la palabra “aislada” para definir la condición de doña Adriana. Entre don César y su hija hay un puente que se tiende por ratos, tal vez algo como esos puentes de hamaca que hay en la tierra caliente, puentes que permiten el paso a la otra orilla, aunque no tengan gran resistencia, porque están hechos de madera húmeda y de cuerdas que se deshilachan con el tiempo. En el plano intelectual hay una gran distancia en el conocimiento que posee el ingeniero Castellanos y la ignorancia que, en dichos temas, es la cuerda diaria de doña Adriana. Rosario ya estudia en la universidad, así que ella se apropia de conocimientos que le permiten ver con mayor amplitud el mundo. Posdata: por eso, doña Lolita advierte que doña Adriana se sentía bien con ella, porque hablaban de cosas más sencillas. Ah, ya imagino esa plática, fuera de un ambiente solemne, doña Lolita, con su carácter festivo, bien comiteca, y doña Adriana, que no cantaba mal las rancheras, porque ha quedado de manifiesto que mucho de la ironía que usó Rosario en tus textos lo pepenó de su mamá, otra auténtica comiteca. Pero, bueno, de esto hablamos en otra carta, si te parece.