domingo, 21 de noviembre de 2021

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA

Mientras la pandemia continúe, las imágenes se clasifican con una separación temporal: antes de la pandemia y durante la pandemia. Algún día, ojalá pronto, se dirá: después de la pandemia. Esta fotografía es del tiempo anterior a la pandemia, por eso el aire es una mariposa suspendida; se escucha el rumor de las personas que bajan por la escalinata del templo de San Caralampio, sus pasos, la caricia del viento sobre las banderas, el huelgo del hombre que carga en la espalda el camarín de madera con la imagen del santo. Las mujeres que están en primer plano ignoran la comitiva que baja, ellas esperan otra cosa, sus miradas se dirigen hacia el parque, dan la espalda a la escalinata del templo. En una de las bolsas aparecen unas flores blancas, sacan su carita y también, igual que las dueñas, miran hacia el otro lado. Los niños, como casi siempre sucede, ignoran los grupos de los adultos, ni les interesa el que baja de la escalinata ni el de las mamás que los acompañan. Ellos ya hicieron un corrillo cerrado, la niña vestida con prendas rojas escucha atentamente lo que cuenta un niño que quedó fuera de la imagen, comen una nieve en barquillo. ¿Qué platicarán? Nada de lo que afectará su futuro, ignoran lo que provocará el cambio climático y, en ese instante, sus papás no les indicaron que deben llevar cubrebocas, porque en ese instante el alud aún no aparece. La mujer que está sentada frente a las bolsas tiene la posición de quien tiene armonía y está sosegada. Para no manchar su vestido usó una de las bolsas que llevan. Hay bolsas del mandado, pero hay dos maletas, la mochila color rosa y la bolsa en color verde. ¿Hacia dónde se dirigen? ¿Qué esperan? Sí sabemos lo que espera la mujer del mandil amarillo, ella espera clientes que le compren las bolsas de chicharrines que ofrece en una pequeña mesa de madera o que compren los botes, pomitos y cajas de productos herbolarios que tendió sobre un plástico rojo. El mundo de acá sabe que este espacio es parte importante del corredor que todos los días recorren personas de las comunidades del mundo tojolabal. Ellos se acercan a este puesto y preguntan si hay algo para el dolor de piernas y el cansancio. Si hay exceso de líquidos, la comadre recomienda: tomá té de cola de caballo. ¿Cómo decís?, pregunta el compadre: ¿Ya te está fallando el aparato? Ah, no te preocupés, tomá té de ajo chino, vas a ver, ja, la comadre estará contenta y vos más. Está cerrada la puerta que da al patio donde está la escalera para el campanario; la puerta mayor sí está abierta, recibió a los peregrinos y ahora los despide. El grupo se prepara para una entrada de flores. Ellos también ignorarán a los demás grupos. Nadie se preguntará qué esperan las mujeres, qué platican los niños, qué piensa la mujer vendedora de chicharrines. ¿Y qué espera el hombre que está recargado en uno de los pilares de la entrada? Mientras el grupo de peregrinos está en movimiento, rumbo a un punto específico, las otras personas de esta fotografía están en espera de que algo suceda, han hecho una pausa en sus vidas. Los peregrinos están en marcha, se activaron. Se escucha el murmullo, sus pasos. Algunos se quitaron el sombrero o cachucha, desde niños aprendieron que, frente al templo o en el interior, debían descubrir sus cabezas como forma de respeto. Sólo quien mira la fotografía puede reflexionar acerca de los grupos integrantes. El observador logra integrar los grupos, tender hilos para volverlo uno. En ese instante cada grupo estaba en su propia dinámica. Los lectores descubren que, en ese instante, irrepetible, mágico, único, inédito, la luz del sol y la sombra del árbol tendió una cuerda que los unió en ese momento. Así es siempre la vida. Los seres humanos (solos por definición divina) coinciden con otras personas, a veces, los hilos tenues son tan intensos que provocan encuentros maravillosos (cuando alguien conoce a otra persona y se deslumbra y ambos se convierten en amigos inseparables) o encuentros desagradables (quien camina donde cae un ladrillo desde una altura y le provoca una lesión en el hombro) o encuentros fatídicos. En este instante, antes de la pandemia, todo fluía sin mucha angustia. Las personas que aparecen detrás de la reja nunca pensaron que serían presagio de lo que estaba por llegar. Tiempo después de este instante el mundo entero se confinó en sus casas, las personas quedaron como pajaritos adentro de jaulas. Algún día se hablará de fotografías después de la pandemia y serán como ésta, con los rostros sin cubrebocas, sin sanas distancias, con abrazos llenos de luz, de sol, de aire.