sábado, 13 de noviembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO SENSACIONAL

Querida Mariana: ah, los años sesenta. Ya están un poco lejos, pero siguen estando en la memoria luminosa de quienes son de mi generación. ¡No! Nada de chavos rucos. Los muchachos que están en esta fotografía nacieron en la década de los años cincuenta, del siglo XX. Hay palabras simpáticas que no corresponden a la realidad. Chavo ruco es una insolente contradicción. Por supuesto, es el juego que propone. Un chavo es una persona de poca edad física y un ruco (término despectivo) es una persona que ya rebasó la edad adulta. Quienes están en esta foto no son chavos rucos; y no es así, porque en la actualidad ya no son chavos; ya superan la edad de sesenta y tres años, tal vez algunos rascan ya los setenta; es decir, ya están en una etapa adulta. Bueno, no todos. Como en cualquier foto generacional de estudiantes, hay dos o tres que ya se despidieron de este mundo, ya no llegaron a vivir los años de la pandemia; pero, por fortuna, la mayoría ahí está, viviendo, aportando luz a la sociedad. Por su carácter, algunos siguen conservando rasgos de juventud y otros ya no. Hay gente que es seria, reservada, introvertida; hay otras personas que son jocosas, alegres, divertidas. Cuando un joven ve que un adulto trepa a un columpio o se desliza en una resbaladilla señala y dice a sus amigos: “¡Miren, un chavo ruco!” No. El juego no tiene edad. Si esa persona adulta sube a un columpio y se impulsa con sus pies y sube tantito por el aire, no significa que se piense niño. Lo que hace es recuperar un sentimiento que le provocó goce. A esta edad, por supuesto, debe tener más cuidado, porque cuando era niño un somatón sólo provocaba uno o dos raspones; una caída a los sesenta y tantos años de edad puede tener consecuencias mayores, porque (es ley natural) el cuerpo se desgasta con el paso del tiempo. Esta fotografía fue tomada una mañana de los años sesenta, tal vez en 1968, en un corredor del edificio donde actualmente está el Centro Cultural Rosario Castellanos. Quien robó cámara fue Mario Bonifaz, el chavo (acá sí cabe el término) que no era parte del grupo, con camisa y pantalón de color blanco, ve hacia el piso y está recargado en uno de los pilares de madera del edificio. Mario es sobrino del maestro Óscar Bonifaz, quien es el catedrático que aparece a mitad del grupo de muchachos. Si la foto es de 1968, año más, año menos, el maestro tiene 42 o 43 años en la foto, ahora se prepara en su casa comiteca a celebrar su centenario en el 2025, año que Comitán festejará el centenario de Rosario Castellanos. Comparto esta fotografía con vos, porque acá hay alguien que conocés, mi querida amiga, la maestra María Elena Vázquez. Claro, acá aparece en calidad de alumna. ¿Ya soñaba en ese momento que sería maestra? No lo sé. No sé qué soñaban estos muchachos en ese instante y si en 2021 se sienten satisfechos con lo que lograron. Porque, salvo dos o tres inquietos, la mayoría de personas que tiene más de sesenta y cinco años ya no sueña con iniciar proyectos, casi todos se dedican a pepenar la luz del mundo y seguir impulsando el deseo que cumplieron a través de los años. ¿Ya viste en dónde está? Te daré una pista: es la chica más sonriente. ¡Claro! Es inconfundible su carácter, ella sigue sonriendo, colocando una sonrisa afectuosa a la madrugada de todos los días. ¿Cómo? ¡Sí!, es ella, ahora (entiendo) ya está jubilada, pero sigue pegando adobes, porque atiende su súper “Abarrotes San Luis”, casi enfrente del templo de Guadalupe. Ahí vende frutas, leche Lala, Sabritas, pan, dulces, velas, veladoras, galletas, agua y doscientos veintidós chunches más, incluido el traguito y las cervezas. A ella no le preguntaría cómo va su vida, porque siempre que la saludo la veo como se ve acá en la foto. ¡Sí! Ella es quien está en el tercer sitio de la fila donde está Bonifaz. Contá a la derecha, una, dos y ¡ahí está la carita con la gran sonrisa! La carita como si estuviera en una ventana, iluminando el mundo. Si te fijás, sus compañeras están seriecitas, muy en su papel de modelos para la foto histórica. Mi amiga también tuvo conciencia del instante luminoso y no modificó su personalidad, pero ni una pizca de membrillo, ¡no!, ella no se puso seriecita para la foto, se mostró con su carácter festivo de siempre. Así sigue. Desde su pequeña parcela sigue iluminando a este pueblo. Siembra flores en el frente de su negocio, jardín que tiene su matriz en el patio de la casa; coloca macetones en la banqueta, para que el peatón reciba una caricia en la mirada; coloca una banquita para que el peatón haga una pausa y deje de lado el trajín de la vida; manda a pintar frases en las paredes, para que el peatón se lleve la palabra luminosa. Es una buena vecina. Parecería que ella se adueñó de palabras escritas por Paul MacCartney en la canción “Live and let die” (vive y deja morir): “Cuando eras joven y tu corazón era un libro abierto solías decir: vivir y dejar vivir (…) cuando tienes un trabajo que hacer, tienes que hacerlo bien…” Y digo Paul MacCartney porque estos muchachos nacidos en los años cincuenta vivieron y disfrutaron la aparición de uno de los grupos musicales más geniales de todos los tiempos: Los Beatles. Paul fue integrante del genial cuarteto inglés. Sir Paul sigue en los escenarios, ¿cuál ruco? Joven eterno, casi casi como nuestro paisano, el maestro Temo Alcázar, quien ya tiene más de ochenta años de edad y sigue siendo un hombre con gran vitalidad. Bendición por siempre para el “Eterno joven de Comitán”. Varios de estos muchachos inauguraron los años setenta yendo a estudiar carreras profesionales a la Ciudad de México, en el Poli o en la UNAM. ¿Ya te diste cuenta que ahora los profesionales provienen de otras universidades? Los jóvenes actuales estudian sus carreras en nuestra ciudad o en San Cristóbal de Las Casas o en la capital chiapaneca o son egresados de universidades de Guadalajara, Puebla, Mérida o Xalapa. ¿Quién viaja ahora a la Ciudad de México a realizar estudios profesionales? ¿Qué muchacho sueña con estudiar en la UNAM? En aquellos dorados tiempos muchísimos muchachos soñaban con estudiar en la máxima casa de estudios del país, decían adiós al pueblo, a sus novios o novias, a sus papás, viajaban a la gran Ciudad de México y un día enviaban un telegrama a la casa comiteca con el aviso: “pasé el examen de admisión. Soy puma”. Cuatro años después regresaban con un título y colocaban una placa de bronce en la fachada de la casa, donde abrían su consultorio, para que los pacientes supieran que el médico general era egresado de la UNAM. Mi querida amiga, la maestra María Elena no viajó tan lejos, siempre ha sido un pajarito volador de estos territorios, sabe que no siempre quien viaja más lejos pepena más cosas. ¿1968? Un año más, un año menos. ¿58 muchachos? Uno más, uno menos. Un grupo maravilloso. Reconozco varias caritas, ellos nacieron dos o tres años antes que yo. Nacimos en los años cincuenta, años que abrieron la ventana al México moderno. En 1950 llegó la televisión a la Ciudad de México. La aparición de este chunche significó un acontecimiento histórico. Primero había sido el radio, un día, ese genial aparato, había entrado a todas las casas del país estimulando la imaginación de miles y miles de radioescuchas. El mundo prendía la radio, escuchaba las noticias, radionovelas y bailaba al ritmo del cha cha cha. En los años cincuenta llegó otra señora magnífica, más “pro”, porque tenía una pantalla donde ya no era necesario imaginar la acción y los personajes de la radionovela, la telenovela ya presentaba los escenarios y los rostros de los grandes artistas nacionales. Plenitud es la palabra más justa para los mayores, para quienes ya han cumplido gran parte de la cuota. Bonifaz tiene 96 años de edad. No todas las personas llegan a festejar tal edad. Muchos se hacen polvo mucho antes, pero cuando el barco, después de procelosas tormentas, llega a buen puerto, a la edad de cincuenta, el viajero baja y camina en forma más sosegada por la playa. Es momento de tomar un coco con ginebra; de sentir la caricia de la arena en los pies; de recostarse en una hamaca colgada en palmeras; de extasiarse con el cielo nocturno; es tiempo de recoger estrellas de mar; de correr al lado de los nietos, de subirse a un columpio e impulsarse; es la hora de sonreír ante el espejo de la vida, con una sonrisa amable y afectuosa, como la de mi querida amiga; es hora de suspirar y mirar el horizonte cada vez más cercano. Posdata: ¿chavos rucos? ¡No! Adultos agradecidos con la vida. No todo mundo sube hasta el sexto, séptimo, octavo, noveno piso. Muchos jóvenes encuentran su azotea apenas arriba del segundo piso.