sábado, 8 de enero de 2022

CARTA A MARIANA, CON AROMAS

Querida Mariana: el mundo huele. Sí, los terrícolas aún no tenemos un registro de los olores de Marte o de Mercurio, pero sí sabemos que los pueblos de nuestro mundo ¡huelen! Algunos huelen bien, y otros no tanto, como las personas. No sé si tu novio te lo ha dicho, pero vos tenés un aroma exquisito. ¿Huelen los ángeles? En los cuentos vemos que los demonios sí huelen, huelen feo, a azufre, dicen. ¿Huele el cielo? Si los demonios huelen, el infierno debe apestar como mercado de pescado podrido. El otro día, en una llamada por celular, platiqué con Irene y salió el tema de los aromas. Ella dice que en su patio tiene un arbolito de limones que, de manera permanente, da florecitas y eso le permite aspirar el aroma del azahar, que es su favorito. No sé si hay arbolitos de limones que den flores todo el año, pero Irene dice que sí. Y digo esto porque hace rato hojeé el libro “Comitán, mi libreta de apuntes”, del maestro Gustavo Alfredo Álvarez Figueroa, en él tiene una sección donde habla de comerciantes comitecos. Quedé sorprendido ante la relación de diversos negocios del Comitán de mediados del siglo XX. En cada uno de los locales mencionados pude sentir el olor característico. Una vez, un grupo de alumnos de la Universidad Mariano N. Ruiz realizó una presentación de hierbas locales que se emplean en la medicina tradicional y una chica dijo: “Huele al cuarto de mi abuelita”. Me encantó esa comparación. Entendí que la abuelita tenía pomitos donde conservaba hojitas de albahaca, ruda, romero, árnica y, tal vez, unas poquitas de mariguana que, dicen, es buenísima para mitigar ciertas dolencias. La chica recordó el aroma del cuarto de su abuelita. Estamos de acuerdo que en las casas las recámaras también tienen aromas especiales; es decir, no huele igual el cuarto del niño de dos meses, que el cuarto de la chica de diecisiete años o el cuarto donde duerme el tío que es medio bolo o el cuarto del abuelo de noventa y dos años. Cada espacio tiene su aroma especial. Mirá qué dice el maestro Gustavo Alfredo Álvarez Figueroa, quien fue maestro de primaria en el glorioso Colegio Mariano N. Ruiz y ahora radica en el estado de México: “…Siempre funcionaron para autoconsumo panaderías, zapaterías, talabarterías, platerías, sastrerías y talleres de costureras para la ropa de mujeres y niños, herrerías, curtidurías, hojalaterías, coheterías, talleres de hilados para manteles, servilletas y rebozos, fábricas de aguardiente, la fábrica de gaseosas “La brisa chiapaneca”, una fábrica de jabón de bola que dio origen al Cenicero…” Ve qué bonito repaso hizo el maestro Alfredo. Comenzó con las panaderías, ah, el aroma y calorcito que salen de los hornos es esencia que se pega en el espíritu de los seres humanos para siempre. Las zapaterías y talabarterías son como primas hermanas, porque al entrar a esos locales uno siente de inmediato el olor a cuero y a tinturas, que son olores penetrantes. Si acá hacemos una pausa todo mundo estará de acuerdo en que el aroma del pan es el predilecto, porque los alimentos nos inspiran más sensaciones corporales y espirituales. Hemos platicado en muchas ocasiones cómo los aromas de algún guiso que probamos siendo niños nos renueva emociones. Pero, de igual forma, si estamos atentos a los aromas que brotan de pronto podemos tener experiencias sensoriales únicas. Por ejemplo, cada vez que abro una lata de grasa para calzado recuerdo con emoción a un tío que era zapatero remendón y se quedaba en la casa los dos o tres días que permanecía en Comitán hasta que partía para otra ciudad, ofreciendo su trabajo. El maestro Alfredo mencionó las platerías. Acá aparece otro tipo de aroma, muy diferente a los anteriores. Está presente el fuego, como en la panadería, pero el fuego que emplean los plateros no proviene de la quema de leños. En las platerías asoma un olor cercano al que aparecía en el laboratorio de química de secundaria, porque por ahí hay algunas sustancias químicas. Hermilo dijo que a la relación del maestro Alfredo hay que agregar la de la fabricación de velas y candelas, porque dice que él recuerda mucho el aroma de la cera derretida. Cuenta que en casa de su abuela Rita tenían la costumbre de rezar el rosario todas las tardes. A él lo mandaban a prender las velas y veladoras, era una encomienda que le gustaba, porque, para que el altar estuviera limpio, antes de prender las candelas raspaba la superficie y reunía toda la cera derretida, ya seca; formaba una bolita que llevaba a su nariz para aspirar el aroma de la cera, sus dedos quedaban lustrosos. ¿Y las sastrerías y los talleres de costura? Esos espacios no son de olores fuertes, como los descritos, o como los de curtidurías o coheterías (la pólvora, Dios mío), pero las telas sueltan aromas sutiles. Tengo una prima que, de niña, se sentaba a mi lado a la hora que jugábamos damas chinas y tomaba un pedazo de su falda, lo frotaba como si lo lavara y luego lo llevaba a su nariz. Yo veía cómo su carita se iluminaba. Cuando Irene me contó lo del azahar pensé en mi prima (era Rosy, si llega a leer esto no se molestará, porque nada malo hacía). Ahí descubrí que el frotamiento permite despertar esencias. Cuando veo que alguien toma un fruto, un durazno, una manzana o una pera y veo que lo frota sé que esa persona sabe que cada sustancia en el mundo tiene un aroma especial que debemos disfrutar. Una de las experiencias sensoriales más plenas fue una vez que caminé por un sendero rodeado de árboles de chicozapote. Muchos frutos, ya maduros, habían caído y sido pisados. El aroma que me llegó como una mano gigantesca fue impresionante. Jamás había vivido algo semejante, el aroma brotaba como planta recién germinada. Pensé que quienes pisan y muelen las uvas en una cuba deben tener una sensación similar, todo el efluvio asciende a la nariz y abraza a todo el cuerpo. Fábricas de aguardiente mencionó el maestro Alfredo. En esos años hubo muchos lugares en Comitán donde preparaban el famosísimo comiteco. Si algo caracteriza a los catadores de una bebida espirituosa es el movimiento que hacen al acercarse el vaso a la nariz, la mano hace un círculo para que el líquido se mueva. Imagino que es como lo que hacía mi prima Rosy: provocar el choque de las células para que brinquen los aromas seductores y exploten en un haz de luz. Hay aromas sublimes y aromas groseros, incluso asquerosos. En cada estación del año el mundo cambia sus aromas. Hay días de aromas inolvidables, la noche del fin de año tiene olores que no se dan en otras noches. Las ciudades tienen también aromas exclusivos. En Comitán celebramos cumpleaños con un platillo que encanta a muchas personas: chanfaina, hecha de vísceras de animalitos (¿borregos?). Conozco a dos o tres personas en el pueblo que la aborrecen, no soportan el olor, menos el sabor. Los aromas remueven recuerdos, abren la ventana donde corre un aire fresco y aires tenebrosos. Muchos aromas nos remiten a la infancia y a la adolescencia, al chocolate que nos servía la abuela, la galleta que preparaba la tía, el puro que fumaba el tío, las chamarras de la cama del abuelo, los jocotes en el árbol del sitio de la casa, la plastilina a la hora de modelarla, el aserrín a la hora de preparar el nacimiento, el árbol de ciprés, el vómito a la hora que la mamá nos obligaba a comer lo que no nos gustaba, el perfume de las prostitutas, los urinarios de las cantinas, el callejón oscuro donde caminábamos para ir a casa de la novia. Los cuerpos tienen distintos aromas dependiendo de la zona. En salones de clase todos vivimos la experiencia del compañero que le apestaban los pies o del maestro que le apestaba la boca a cigarro o a caca por dentadura con caries. Posdata: en la casa de infancia, mi papá vendía refrescos embotellados, era distribuidor de la Coca Cola, recuerdo a una niña (siete u ocho años) que llegaba con una bolsa a comprar diez o doce refrescos, siempre olía a pipí, su vestido tenía manchas. A mí, al principio me desagradaba atenderla, cuando su olor me abofeteaba, pero un minuto después la contrariedad cambiaba, me sentía atrapado en ese aroma. Yo tenía su misma edad, más o menos. El mundo huele. El olor de Comitán se ha modificado con el tiempo. Los olores del Comitán de los años cincuenta de los que habla el maestro Alfredo se han modificado. Por fortuna muchos aún subsisten. Si caminás por la bajada a San Sebastián, donde está el Súper San Luis, todavía existen los olores de las pieles, cueros y tinturas de las talabarterías. A mí me encanta tu aroma. ¿A qué huelen los ángeles?