domingo, 9 de enero de 2022
CARTA A MARIANA, CON DIVERSAS COSTUMBRES
Querida Mariana: ¿qué es un maquinista? Sí, ¡eso!, pero en Turquía, además, es otra cosa. Parece que en todos los idiomas del mundo, las palabras no sólo nombran una acción u objeto, las palabras del mundo tienen la capacidad de nombrar dos o más esencias.
Y digo esto, porque me sorprendió encontrar en la novela “La vida nueva”, de Pamuk, Premio Nobel de Literatura, escritor turco, la información de que la palabra maquinista la empleaban para nombrar al proyeccionista de una sala de cine. Lo que acá es Cácaro, allá es ¡Maquinista! ¿Por qué? Quién sabe, pero así es. Si la proyección se detenía, los espectadores gritaban: ¡maquinista, maquinista!, en México, gritaban: “¡Cácaro, cácaro!”, y en el pueblo gritábamos “¡Saborío, Saborío!”, apellido de don Ricardo, el proyeccionista del Cine Comitán.
Vos sos una niña bien decentita y no usás palabras altisonantes, pero tal vez en alguna ocasión has escuchado que alguien dice: “Hijo de su turca madre”. ¡Pucha! Pamuk sí fue hijo de su turca madre. ¿Por qué acá alguien emplea lo de hijo de su turca madre, en forma ofensiva? ¡Misterio!
Cuando leí la novela de Pamuk imaginé el relajo en la sala, los espectadores viendo hacia donde estaba el hueco del proyector, parados, con las manos en alto, gritando: ¡maquinista, maquinista!, y no se calmaban hasta que el proyeccionista arreglaba el desperfecto y la cinta continuaba.
Los creadores de mitos dicen que la palabra cácaro nació porque un proyeccionista en la Ciudad de México era cacarizo, cácaro era su apodo. La única certeza es que el término se difundió y en toda la república mexicana se le decía cácaro a quien en las salas cinematográficas de Turquía (según Pamuk) le decían ¡maquinista! Ahora, ¿de dónde sacaron los turcos decir maquinista al cácaro? ¿Porque era el conductor de ese tren maravilloso que se llama cine?
El cine, al lado de la literatura, es el gran transporte para llevarnos a viajar, viajamos en burro (como Sancho Panza), en caballos (como el Cid Campeador o el Quijote), en submarino (como el personaje de Julio Verne), en globo aerostático (como el personaje, también de Verne, en la novela “La vuelta al mundo en ochenta días”), o en cohete espacial (¡bárbaro el tal Julio Verne!, como su personaje “De la tierra a la luna”), o en alfombra voladora (como el personaje de “Las mil y una noches”), o en tren o sobre un enormísimo chucho volador o sobre un avión o sobre nubes o al lado de un compa que se da los tres toques de marihuana. El cine, al lado de la literatura, nos muestra todas las esquinas de la vida. Las esquinas del mundo tienen diversos tonos, diversas modalidades.
Antes de la pandemia acudía todos los domingos al cine y extrañaba los gritos y el ambiente que se daba en el Cine Comitán en los años sesenta. Los cinéfilos de estos tiempos no saben que antes los rollos se trababan en los proyectores, incluso se incendiaban (recordá la película “Cinema Paradiso”, donde se incendia el cuarto de proyección y Alfredo, el maquinista-cácaro, queda ciego). Cuando la proyección se detenía, en los cines mexicanos aparecía el grito ¡cácaro!, y en Turquía el grito ¡maquinista! (makinist).
Digo que extrañaba los gritos de los cinéfilos comitecos, porque (todo mundo lo ha dicho), cuando en la sala se presentaba una película de Santo, el enmascarado de plata, el grito de ¡Santo, Santo, Santo!, era intensísimo, como una ola de esas que hacen en los estadios de fútbol. Imagino que en todas las salas del país se repetía la historia. La imagen de ese luchador fue el santo que nos unió a todos, creyentes y no creyentes. Hay religiones donde los santos están prohibidos, pero la religión del cine agrupaba a todos.
Ahora las cintas ya no se traban en los proyectores, ni mucho menos se queman. Lo más relevante que me sucedió un domingo fue que el sonido estaba altísimo, como para sordos, salí de la sala y le pedí a un ejecutivo de Cinépolis que lo regularan. El ejecutivo me preguntó en qué sala estaba, le dije, cuando volví a mi asiento, el desperfecto estaba solucionado. La sala casi estaba vacía, porque era función de matiné. Ah, extrañé mis años de infancia, cuando en la matiné se llenaba de muchachitos que, emocionados, gritaban ¡Santo, Santo!, o ¡Cácaro!
Posdata: el lenguaje es maravilloso. Nos hace travesuras cada vez que un término sirve para designar dos o más actos u objetos. Muchas veces hemos platicado el clásico ejemplo de la palabra armonía en Comitán, en todo el mundo se aplica como un estado de paz, acá significa inquietud, “resmolición”. El lenguaje es travieso.