domingo, 30 de enero de 2022

CARTA A MARIANA, CON SALEROS

Querida Mariana: escribí saleros, con el concepto de sala. Porque vi esta imagen que promociona la empresa Herrera y recordé que, al llegar a Comitán, mi mamá conoció a María. Mi mamá llegó a nuestro pueblo recién casada con mi papá, en 1955, llegó a vivir a la casa que era propiedad de doña Esthercita de Esponda y que se le daba en renta a mi papá. Ya te dije que esa casa está a media cuadra del parque central y tenía un majestuoso patio, cuatro corredores, muchas habitaciones y un sitio con árboles. Cuando llegó mi mamá, mi papá se encargó de mostrarle cada uno de los espacios y, al final, presentarle a quienes se encargaban de la atención de la casa: la cocinera, la recamarera y la salera. María era la salera, era una muchacha de dieciséis o diecisiete años que había llegado de la comunidad Efraín A. Gutiérrez, a quince o veinte kilómetros de Comitán. María dormía en la casa y su labor era exclusiva, por lo que tenía un nombre también exclusivo: era la salera; es decir, quien se encargaba de mantener la sala siempre limpia, sin mota de polvo. Ahora, la empresa comiteca Herrera ofrece servicio de limpieza empresarial y residencial. Uno los contrata y la empresa envía a personal (con todas las medidas sanitarias) para hacer la limpieza integral (la sala incluida); es decir, ahora ya hay servicios especializados que sustituyen a las personas que a mediados del siglo XX hacían a diario la limpieza. En estos tiempos no he vuelto a escuchar que existan personas como María. María limpiaba la radiola, la consola, el ajuar de mimbre y, con algún trapo, limpiaba los cristales de las puertas y de dos ventanales estirados, como cuello de güet, que daban a un estrecho pasillo que estaba en la parte posterior y permitía el paso de luz. Ese pasillo húmedo era genial, porque permitía que yo jugara el juego de policías y ladrones. María barría y trapeaba. A veces imagino a mi mamá, como imagen cinematográfica, pasando el dedo sobre la mesa de centro para comprobar que estaba libre de polvo. Ahora, asumo, la empresa Herrera, de manera profesional se encarga de brindar ese servicio tan necesario en todos los tiempos y más en los actuales. El tiempo de pandemia nos está enseñando que debemos vivir en ambientes higiénicos. Así como nos lavamos las manos para evitar microbios y virus, debemos tener la certeza de que nuestros espacios están limpios. Vi la imagen y pensé en la pervivencia de las necesidades hogareñas, pero, asimismo, en la adecuación de los tiempos. Mi mamá tuvo una cocinera de tiempo completo. Ahora, en muchos hogares ya no está esa persona que preparaba con cuidado los alimentos de toda la familia; ahora, la familia pide la comida a los restaurantes especializados y llegan en Uber o en servicio de motocicleta. Las necesidades son las mismas, pero las soluciones se han adecuado a los nuevos tiempos. ¿María la salera? Ya no. Ahora hay empresas que se encargan de enviar gente profesional para que haga la misma labor. La recamarera no tenía más cometido que mantener reluciente las habitaciones, de los patrones, de los señores y de los hijos. Estas personas llegaban de comunidades rurales, tenían necesidad de ganar algunos pesos. Llegar a una casa como la de mis papás les significaba un salario mensual y la posibilidad de tener habitación y alimentos sin costo. Mi mamá cuenta que al lado de la cocina (que tenía un fogón de doce hornillas al centro) estaba la recámara donde dormían las tres mujeres. La cocinera ya era una señora, y la recamarera y salera eran muchachas, que tenían permiso para salir los domingos en la tarde, para ir a pasear. Posdata: le pregunté a mi mamá qué pasó con María. Me dijo que no recuerda. Tal vez conoció a un novio y se casó, fue lo que me dijo. Si la salera vive todavía debe tener más de ochenta años. Tal vez una de sus hijas es empresaria, tal vez tiene una empresa en alguna ciudad de la república mexicana y ofrece los mismos servicios que ofrece Herrera, en Comitán.