viernes, 21 de enero de 2022

CARTA A MARIANA, CON PALABRAS

Querida Mariana: quienes nacimos en los años cincuenta aún escuchamos varias palabras del idioma tojolabal. Por ejemplo, recuerdo que cuando estaba en tercero o cuarto de primaria hice un intento de firma que fracasó, porque no llegué más allá de mis dos iniciales, a de Alejandro y m de Molinari. Un día, jugando lotería, el tío Andrés nos pidió que firmáramos un papel donde aceptábamos las reglas que él nos había enseñado con mucha delicadeza, cuando vio que escribí AM me quedó viendo y preguntó si sabía qué significaba eso en idioma tojolabal, dije que no, él dijo: am es araña. Si me lo hubiera dicho ahora habría sonreído sintiéndome Spyder man, pero tenía pocos años y ser comparado con una simple, asquerosa y horrible araña hizo que llorara, dije que no quería ser araña, el tío no supo cómo reaccionar y rompió el papel, “el conjuro quedó deshecho”, dijo y guardó los papeles en la bolsa de su pantalón. Días después me explicó que poner mis iniciales no eran firma, me enseñó cómo debía ser una firma y entonces comencé a practicar una donde estaba mi nombre completo y terminaba con una raya debajo con colita enrollada. Dejé de ser am, araña. Desde entonces no olvidé que en idioma tojolabal así se le dice a la araña. ¿Vos conocés al saraguato? Sí, el saraguato es el mono aullador. Nunca he visto uno de esos en vivo y a todo color. Marlene me contó que cuando fue con su familia al centro recreativo Las Guacamayas vivió una experiencia alucinante. Ella, en el día, disfrutó la presencia de las guacamayas, en los árboles o volando, pero jamás imaginó que en la noche, al apagarse los colores de arco iris de esas aves y las lámparas de las cabañas, escuchó ruidos afuera, su abuelo le dijo que no se preocupara que eran pasos de jaguar y rio. Marlene se molestó. El abuelo, experto cazador desde su juventud, estaba acostumbrado a los ruidos de la selva, pero ella, que era la primera ocasión que dormía en una cabaña estaba inquieta, se acostó al lado de su hermana y le confió su temor, Herlinda también dijo que no se preocupara, que en la selva, durante la noche, muchos animales salen a merodear, pero que ahí no había jaguares. Entonces qué es eso, preguntó Marlene y abrazó a su hermana, temblaba. Herlinda se deshizo del abrazo y se sentó en la cama, prendió la lámpara de mano y enfocó la cara del abuelo que estaba en la hamaca, le preguntó qué era eso, el abuelo se dio la vuelta y dijo: no se preocupen, son saraguatos. Marlene me dijo que no logró dormir, los saraguatos que caminaban sobre las ramas aullaban, su sonido era como el de los muchachos groseros que eructan a lo bestia, pero el aullido de los monos era muy intenso, como si tuvieran un micrófono en la garganta. Bueno, pues el saraguato, mono aullador, se llama b’atz’ en lengua tojolabal. No sé si ahora se usa este término, pero en mi infancia sí lo escuché, lo viví. Vos sabés que soy llorón, antzilón, decimos en Comitán. No sé controlar mis emociones y lloro por cualquier cosa. Antes me gustaba ver la entrega de los Premios Óscar y lloraba a la hora que la ganadora del Óscar a la mejor actuación femenina decía su mensaje de agradecimiento, que siempre alude a las fibras más íntimas, en el plano familiar o en lo social. Así que una tarde, en la escuela, un compañero abusivo (hijo de ranchero que usaba botines con punta), me pateó en la espinilla y yo, al sentir el punterazo, me puse a llorar. El abusivo (tras no basta, diríamos) me señaló y comenzó a gritar: ¡está batzeando, lero lero, está batzeando! En el pueblo usamos (o usábamos) el verbo batzear como sinónimo de llorar. ¿Tiene alguna relación con el b’atz’? ¿A veces lloramos con tal intensidad que parecemos monos aulladores, como plañideras que reciben más paga mientras más lloran? No lo sé. Lo que sí sé es que nuestra cercanía con la cultura tojolabal nos llevó a usar muchos términos de esa lengua y los incorporamos a nuestro dialecto castellano, el formidable comiteco. Posdata: Sí, lloro como b’atz’. No me preocupa. Si hay una película emotiva ¡lloro!; si veo a una niña correr para abrazar a su mamá ¡lloro! Lloré mucho cuando estuve en la primaria, varios compañeros eran molestosos de vocación. Por eso amaba llegar a mi casa. Ahí lloré muy pocas veces, porque ahí sólo recibía cariño.