domingo, 23 de enero de 2022

CARTA A MARIANA, CON LA SALA DE DOÑA LEONOR

Querida Mariana: los amigos de doña Leonor Pulido disfrutarán esta fotografía, es la sala de su casa. Vos no conociste a doña Leonor. Tuve el privilegio de que ella me dirigiera en una obra de teatro. Ella era muy amiga del padre Carlos y en la clausura del fin de curso montaba una pieza teatral con alumnos del glorioso Colegio Mariano N. Ruiz. A mí me tocó de pura casualidad. El padre fue quien hizo el casting y no me eligió, pero todas las tardes acompañaba a amigos actores, una tarde faltó un compa y, como ya me sabía de memoria los diálogos, alguien me propuso para suplir al compa esa tarde. Mi actuación llegó a niveles de De Niro o de Di Caprio, así que el actor irresponsable fue dado de baja y tuve el privilegio de actuar en el escenario del Cine Comitán, pucha ¡nadita! Por supuesto que la fotografía corresponde a un tiempo anterior de lo que cuento. El mobiliario había cambiado. Este juego de sala había sido sustituido por unos sofás más modernos. Pero, ¿mirás el buen gusto de la propietaria de la residencia? El color dominante es el rosa de los cortinajes, de los forros de los sofás y del piso, piso “made in Comitán”, de exquisita factura y de calidad suprema. Un candil soberbio marca el centro de la habitación. Quienes vivieron el Comitán de los años cincuenta comentan que esos candiles franceses llegaban a Comitán desde la frontera con Guatemala, lo mismo ocurría con muchos pianos. En aquel tiempo no estaba de moda el término, pero la decoración de la sala de doña Leonor se podría decir que era “minimalista recargada”, aunque suene contradictorio. Tenía pocos elementos, pero llamativos. El detalle de la muñeca en el sofá es genial, asimismo el florero en la mesa de centro. Los expertos en arquitectura y en protocolos sociales de alcurnia podrían dar luces acerca del chunche que está en el piso, al lado de un asiento. ¿Ya miraste los detalles exquisitos del grabado de la madera que, segurísimo, no era de modesto pino, sino de alguna madera preciosa, como cedro o caoba? (Cuando Joaquín vio la foto y comentamos la profusión de tonalidades rosas, incluso de las cenefas, dijo que sin duda los muebles estaban hechos con palo de rosa y se botó de la risa; luego vio el objeto en el piso y dijo que era una escupidera. No le creí. Explicó que en ese tiempo era un objeto común, la gente de bien debía tener un objeto para recibir los escupitajos; en las salas de personas modestas o de clase social inferior escupían sobre el piso. Me lo contó, pero no di crédito. Dios mío, ¿era signo de civilización ese hábito de escupir en un recipiente?) Vos sabés que a mí me gusta conocer espacios. Cuando entro a una casa por primera vez mis sentidos se activan al ciento por ciento, huelo, miro, toco, siento, escucho los ecos, los murmullos. Al entrar, en forma virtual, a esta sala de la casa de doña Leonor advertí lo mismo que vos, que cada espacio habla mucho de quien lo habita. La sala de la casa de doña Leonor era síntesis fantástica de su personalidad: pulcra, educada, amante del arte; además también retrata mucho del modo de ser de los comitecos. Los que saben dicen que fue la fundadora de dos grupos culturales del pueblo: el Ariel y del Club de teatro Topacio. En ese tiempo, el arte era savia de esta enormísima ceiba. Las tertulias que organizaban reunían a todos los amantes de la música. Por ahí circulan fotografías de grupos de música de cámara que existieron acá en Comitán. En la sala de esta fotografía se gestaron múltiples proyectos que llenaron de arte a nuestra sociedad. Quede acá como constancia de estos locales donde se reúnen artistas y cultivadores del arte para crear propuestas que lleven luz al pueblo. Sí, doña Leonor fue luz para Comitán, su luz fue tan intensa como debió ser la que regaba esa lámpara soberbia de su sala. Posdata: en esa sala se sentaron muchos de los grandes cultivadores del arte de Comitán, platicaron, discutieron proyectos y gozaron la convivencia más genuina, la que hermana a través del gusto por la cultura en sus diversas manifestaciones. En los años setenta estuve en esa sala, compartiendo y admirando el proceso donde mis compañeros de aula se convertían en actores y actrices. Por una de esas torceduras que da el destino, uno de los actores no llegó y yo hice su papel y me quedé con él por siempre, por siempre, hasta ahora, hasta el infinito.