lunes, 31 de enero de 2022

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE QUE YO SÍ CONOCÍ A LOLITA ALBORES (Parte 17)

Querida Mariana: seguimos con esta serie de cartas donde honramos a doña Lolita Albores, nuestra inolvidable cronista; la honramos a través de una crónica donde ella cuenta su relación con la gran escritora Rosario Castellanos. Famosa escritora que hoy se honra en Comitán con el museo dedicado a ella. Vos conocés el museo, está en una casa tradicional de Comitán, a dos cuadras del parque central, casa que fue de don Jaime de La Vega; con un generoso patio, corredores, sitio y cuartos donde ahora están las salas de exhibición. El recorrido inicia en una sala donde hay un mural con muchas fotografías de Rosario. Mirá qué escribió doña Lolita acerca de la personalidad de su amiga: “Chayito en sus años de estudiante, y antes de su boda, era de carácter alegre, muy risueña, tenía unos ojos muy expresivos y luminosos, una sonrisa siempre al saludar, de estatura mediana, pies y manos chicas, su cabello en forma de melenita rizada. Después en sus últimos años y según fotografías que he visto, su imagen cambió mucho, el cabello se lo peinaba para atrás recogido en un moño, sus cejas arqueadas y delgadas, su expresión diferente. Cotejando fotografías de sus quince años y otras en una revista que le dedicaron sus amigos en diferentes lugares y eventos sus gestos son diferentes a la de sus últimos años. No se le puede imaginar risueña en un gesto adusto que antes no le conocí”. Doña Lolita ya no conoció el Museo Rosario Castellanos, doña Lolita falleció en 2006 y el museo fue inaugurado en 2017. Pero, en el mural de las fotografías se observa lo que doña Lolita dice. Claro, lo sabemos, los seres humanos tenemos diversos rostros, el de la felicidad, el de la alegría, el del dolor, el del desaliento, incluso, el del enojo, pero, como doña Lolita expresa, el rostro de Rosario tuvo una transformación radical, su carácter alegre y risueño cambió en un gesto adusto. ¿Desde cuándo Rosario comenzó a pintarse las cejas con ese lápiz que minimizaba los demás rasgos de su rostro? Las cejas eran aves majestuosas, pero a veces tenían el vuelo del águila y a veces como de ave de rapiña. Quienes visitan el Museo Rosario Castellanos advierten lo que doña Lolita dijo: la transformación radical. A mí me encanta ver las fotos donde Rosario está sonriente, llena de vida. En esas fotografías quedó atrapada la esencia que dijo doña Lolita: “ojos muy expresivos y luminosos”. Estas fotografías sirven para hacer el contraste con aquéllas donde muestra un rostro severo. En la tercera sala está la fotografía que más me gusta, ahí ella suelta la carcajada como vuelo de paloma feliz. La vida de ella, como la de cualquier ser humano, estuvo llena de matices claros y oscuros, pero parece que ella no tuvo una vida sencilla. Sus lectores sabemos que fue marcada desde niña, así lo contó en la novela “Balún Canán” donde deja ver que la madre pide que no sea el hijo quien muera, que no sea él, el varoncito. Esto marcó a Rosario para siempre, se supo plato de segunda mesa, alfil compensatorio. Pero no sólo fue eso, luego conoció a Ricardo y él no fue el compañero que ella esperaba, que deseaba. En una entrevista que le hicieron a Dolores Castro (la enormísima poeta, íntima amiga de Rosario), ella dijo que en una ocasión Rosario le dijo que había probado de todo en la vida, pero lo que no soportaba era la soledad, sus papás ya habían muerto, se agarró del balcón de Ricardo para no caer en el vacío, pero tuvo que sobrellevar la infidelidad de su esposo. Posdata: Doña Lolita, la nuestra, Lolita Albores, dio una descripción física de la Rosario que conoció: “de estatura mediana, pies y manos chicas”. En el museo, en la última sala hay una figura de cera que representa a Rosario (aunque el parecido de su rostro no se acerca a lo que fue), ahí se advierte lo que doña Lolita dijo: Rosario tenía pies pequeños. Cuando se ve la imagen parece una metáfora de su vida, sus raíces eran endebles, como le costaba trabajo andar con los pies en la tierra tuvo que hacerse de alas para sostenerse ante la adversidad de la vida, y ¡vaya que voló!, alto y en forma permanente.