miércoles, 5 de enero de 2022

CARTA A MARIANA, DESDE LA OFICINA (segunda y última parte)

Querida Mariana: en casa no tengo estudio ni biblioteca, improviso oficinita, así como cuando niño improvisaba casas de campaña colocando sábanas y cobijas en una mesa grande y ponía un petate en el piso interior y muchas almohadas. Pero, en compensación, tengo la dicha de estar acompañado por las mascotas. Acá me acompaña el Misha (gatito que ya falleció). Esta fotografía es del 2011, con mesita y silla cantineras. Después de ser director del Colegio, se creó el nivel de bachillerato y fui nombrado subdirector, ahí tuve una oficina de dimensiones regulares, con un gran ventanal que daba a la calle y que tenía una división de madera de pino, barnizada. De igual manera, nadie me acompañó en ese espacio, al lado estaba una antesala donde compañeras secretarias me avisaban si alguien tenía urgencia de hablar conmigo. Viajé a Puebla y estuve nueve años allá. Cuando construyeron la casa (frente a Ciudad Universitaria, de la Benemérita) adecué un estudio con un restirador y ahí trabajé las cajitas y cuadros que vendíamos en el bazar de Los Sapos. Regresé a Comitán en 2008 y me incorporé a mi Colegio como coordinador de la Universidad Mariano N. Ruiz y la oficina que tuve fue la que viste ayer en la fotografía, luego hubo necesidad de que ese espacio que era muy generoso sirviera para el Rector y me pasé a una oficina breve con dos escritorios, un librero y un ventanal maravilloso que daba al patio central; desde ahí observaba el movimiento genial que se da en las escuelas. Como el Campus de Los Sabinos atiende niveles de secundaria, bachillerato y universidad, ya podés imaginar la riqueza de movimiento que se da. A veces imaginaba estar en la proa de un barco bellísimo viendo un mar donde brincaban y nadaban delfines, peces de colores, peces espada, mantarrayas, una orca, dos ballenas y, en una ocasión, un Jesús caminando sobre el agua. Los patios escolares son la manifestación más plena de la vida, ahí se concentra en plenitud la alegría y, también, la cuerda de lo dramático; hay risas y llanto. La representación de la vida está en el teatro de esos espacios comunes. En 2012 el presidente municipal, Luis Ignacio Avendaño Bermúdez, me invitó a integrarme a su equipo como director de cultura, ocupé una oficina en un edificio donde compartíamos espacio con el IMPLAN, las losetas del piso se levantaban y alguien comentaba que si sucedía un temblor, así se hundirían y con ellas ¡nosotros!, pero nada sucedió y al poco tiempo nos trasladamos al remodelado Pabellón Municipal y estrené oficina, con cristales que daban al espacio donde estaban mis compañeros de la dirección. Ahí se instalaron otras direcciones del ayuntamiento. Dos días después del estreno, todos los directores firmamos una atenta solicitud al presidente municipal donde pedíamos, casi casi en forma urgente, ventiladores para cada uno de los espacios. No sé si alguien ya comentó que el diseño de los techos paraboloides del arquitecto Candelas son de sublime estética, pero en el interior (cuando menos en el pabellón que originalmente fue mercado) concentra un calor de los cuatrocientos ochenta y dos demonios ¡endemoniados! Cuando regresé a mi glorioso Colegio Mariano N. Ruiz en mi anterior oficina ya estaba la nueva coordinadora de la Universidad. El rector me nombró Director de Difusión y Extensión Universitaria (cargo que me honra hasta la fecha) y acondicionaron un salón para que ahí estuviera mi oficina. El mayor espacio de ese espacio se destinó a una sala de exposiciones que se llama Sala de Arte Carlos J. Mandujano, en honor a nuestro fundador, y detrás de una división se colocaron dos mesitas con sus correspondientes sillas para que trabajáramos Paty, mi asistente, y yo. Sólo había dos sillas frente a mi mesita para atención de visitantes, por eso, cuando llegaba un grupo mayor de alumnos, cinco o seis, la mayoría asomaba su cabecita como pajarito, desde el acceso. Posdata: llegó la pandemia y en casa improvisé mi oficina, tengo pocos libros en un estante, dos mesitas de plástico duro y patas metálicas en la sala, me siento en un sofá de madera de cedro. Mi oficinita está al lado de un ventanal que da al patio que sirve de cochera. Desde marzo de 2022 no he tenido ningún visitante de afuera. Desarrollo una intensa labor, porque tengo de aliada la ansiada soledad que busca el creador, pero (como medio mundo) extraño el contacto con los otros. Tengo bien afianzada, querida mía, la esperanza de que en este 2020 la pandemia irá cediendo en su agresividad, por el momento se advierte un tiempo de contagios severos, pero algunos científicos advierten que luego puede comenzar una meseta donde el mundo deje de patalear y regrese la posibilidad de una vida menos incierta.