domingo, 2 de enero de 2022
CARTA A MARIANA, CON MUESTRAS DE VIDA
Querida Mariana: el tío Andrés no se rajaba. Durante el día dos o tres veces decía: “No nos rajamos”, ese dicho lo aprendimos sus sobrinos y sus hijos. Ahora, cuando me topo con alguno de mis primos sonreímos y dos segundos después decimos: “No nos rajamos”.
El tío Andrés, por ejemplo, barría el patio y a punto de terminar decía: “No nos rajamos” y seguía barriendo hasta dejar relucientes los ladrillos. Y así, en cualquier actividad, cuando ya había avanzado repetía el dicho. Cuando ya había casi terminado la botella de tequila, la levantaba, quedaba viendo el poquito y decía: “No nos rajamos” y servía el resto en un vaso.
Ahora en tiempo de pandemia he recordado en muchas ocasiones al tío Andrés. Cada vez que veo (en mi ventana virtual) actos de los paisanos digo que los comitecos seguimos al pie de la letra el dicho del tío, porque la vida, después de todo, es un reto al que hay que darle la mejor cara.
Una vez que Rubencito estaba enfermo lo escuché decir: “Ay, reata, no te revientes, que es el último jalón”, él no se rajó y se curó, gracias a Dios sigue dando brincos en su patio particular.
¿Has pensado en cuántas personas, por convicción, no se rajan? El otro día escuché la voz siempre agradable del nevero: ¡nieve, nieve, nieve! Su voz se filtraba a través de la tela negra de su cubreboca; lo vi conduciendo su carrito, con los dos tambitos, uno con la nieve (¿de vainilla, de melón, de coco?) y el otro con los vasitos o los conos. Recordé las nieves que comía de niño. Las de mi niñez siempre fueron en barquillo. ¡Genial! La nieve era degustada a lengüetazos, lentos, sublimes, para que el goce dilatara más. Cuando mi mamá compraba un litro lo servía en un tazón y una cuchara. Era un disfrute delicioso, pero extrañaba el barquillo que se comía y hacía un maridaje estupendo con la nieve. El tazón de cerámica no podía comerse.
Los dos contenedores del carrito del nevero son esencia perfecta. La nieve que es lo más importante no puede llegar a nuestras manos sin la ayuda de los chunches que se conservan en el bote chaparrito.
El nevero pasó por la casa como a las once de la mañana. Imaginé que ya llevaba algún tiempo desde el momento que salió de su casa a ofrecer el producto que hizo desde más temprano. Los neveros se levantan muy temprano para preparar la nieve y luego salen de casa para recorrer muchísimas calles. Siempre los he visto con sombreros que los protegen del sol. Ellos no pueden renegar de los rayos del sol, porque éste les permite que tengan más venta, cuando el día es soleado más personas compran sus nieves.
¿Cuántos comitecos, al estilo del tío Andrés, dicen: “No nos rajamos”? Miles y miles. ¡No nos rajamos! Como dicen los colaboradores de CNN: ¡Acá estamos!
A pesar de las piedritas, de los aludes, de las tormentas, de los tiempos difíciles, el mundo responsable sigue trabajando, colocando el ladrillito del día a día, para construir un porvenir con menos grietas, con menos vacíos.
Comenzamos el año 2022 sembrando de nuevo ese gajito que da la esperanza, es un renuevo. Volvemos a pedir el milagro científico para que aparezca el parche que extinga esta pandemia. ¡No nos rajamos! Seguimos sembrando esperanza en medio de la incertidumbre, sabemos que las epidemias y pandemias que han asolado al mundo durante la historia de la humanidad se han diluido en algún momento. Las pandemias llegan, hacen el tiradero en casa y luego se pierden en las alcantarillas. ¿En qué momento se da el cese casi completo de la pesadilla? ¿En qué momento la vida retoma un rostro completo, sin cubreboca? Hay imágenes de una epidemia de peste del siglo XIX donde los niños llevan cubrebocas, tal como sucede en la actualidad. En algún momento, esos niños dejaron de cubrir sus caritas y mostraron sus sonrisas a plenitud. Esperamos que la ciencia encuentre la forma de mitigar este virus que ha torcido la vida durante los dos últimos años. Mientras tanto, ¡seguimos! ¡No nos rajamos! Seguimos barriendo el patio de la casa, dejando lustrosos los ladrillos, invitando a la gente a comprar la nieve, levantándonos temprano para preparar el contenido de los dos botecitos, bebiendo el rescoldo del tequila.
Posdata: una tarde, el tío Andrés se enfermó y su reata se rompió en el último jalón. Ahí ya no hubo qué hacer, pero él nos enseñó que mientras la vida sigue recorriendo las calles ¡no nos rajamos!