sábado, 22 de enero de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN PASAJE PLENO DE AIRE

Querida Mariana: vos conocés este espacio soberbio. Bueno, todos los comitecos y muchos visitantes saben que es un corredor externo del Centro Cultural Rosario Castellanos. Muchas parejitas tienen recuerdos en este espacio, porque es un espacio que inspira la plática en un ambiente seguro, porque está en el corazón del pueblo. En esta maravillosa fotografía de Roberto Carlos se aprecia a un muchacho recargado en el segundo arco, sentado sobre el piso, así lo exige el aire cotidiano. En el cuarto arco, también en el piso, hay una pareja. ¿Alcanzás a ver el cubrebocas Kn95? Y en el sexto arco también hay otra pareja. Roberto se paró en el centro del pasaje, casi al inicio del corredor. Las personas que desean visitar el Archivo Municipal recorren todo este pasillo hasta llegar al fondo. Otras personas caminan por la banqueta, en un nivel inferior, y suben por la escalinata que está al fondo y que da acceso directo al Archivo. La foto es muy reciente. Roberto la tomó una de estas tardes. El cielo ya tiene un color azul profundo, tonalidad que advierte la presencia de la noche, por eso las lámparas ya están prendidas y sus sombras y luces provocan un maravilloso juego estético en el piso, pero, sobre todo, en el techo de madera. Los arcos se desdoblan y, como mariposas, se extienden en el cielo del corredor. ¿Qué provoca la fotografía a primera impresión? Tranquilidad. Eso lo saben los muchachos que ahí están sentados en el piso, olvidados del mundo, en su burbuja protectora. Pero, por supuesto, este espacio no siempre tiene esta placidez, durante las mañanas tiene más actividad, se llena de voces, carreras y confidencias. Este espacio intimista es parte de la memoria colectiva. En los últimos tiempos grupos de artesanos han montado mesas para ofrecer diversos productos culturales. El corredor sirve para hacer tianguis; en otras ocasiones los directivos del Centro Cultural han montado exposiciones de pintura, de dibujo, de fotografía o de cerámica. El destacado ceramista Manuelito, de Yalumá, en temporada vacacional, ofrece sus exquisitas piezas artísticas. Uno ve la fotografía y advierte la libertad de desplazamiento, la profundidad del espacio. Es una experiencia sensacional acodarse en la baranda de hierro y ver los pájaros arracimarse en las frondas o los carros o las personas que caminan en las banquetas, el nevero, los que comen hamburguesas o esquites o elotes asados con polvojuan. Pero no siempre fue espacio de tránsito libre, ¡no! Los muchachos de la primera mitad de la década del setenta deben recordar que este corredor fue transformado en talleres, en salones de la Escuela Secundaria y Preparatoria. Porque, antes de que el maestro Óscar Bonifaz creara la primera casa de cultura del estado de Chiapas, el edificio albergó a la muchachada estudiante de secundaria y prepa. Nunca, la verdad, este espacio estuvo tan lleno de vida en flor “de vida”. Jóvenes entre doce y dieciocho o veinte años convivieron acá en forma regular. La historia es sencilla, pero compleja. En algún momento, los directivos de la gloriosa escuela Secundaria y Preparatoria vieron que los salones eran insuficientes. Esta escuela tuvo un auditorio (el que actualmente es el Auditorio Roberto Cordero Citalán) pero no tuvo canchas deportivas, por ejemplo. ¡No tuvo cafetería! Únicamente tenía salones, corredores, sanitarios sucios y el pequeño patio central. Nada más. Ahí se topeteaban los alumnos de prepa y de secundaria. Por eso (y esto fue un verdadero prodigio), a la hora del recreo, los alumnos salían a comer tacos dorados con el señor que los ofrecía al pie de la escalinata, todas las mañanas llegaba con su carrito y esperaba a los hambrientos muchachos. El recreo se daba en el parque central de Comitán. ¿Mirás? ¡Eso sí era una verdadera delicia! Sólo los muchachos del glorioso Colegio Mariano N. Ruiz tuvieron el mismo privilegio en el parque de San Sebastián. ¿Qué hacer ante la insuficiencia de talleres y de salones? El laboratorio de química estaba en un salón oscuro. Al frente estaba una mesa de madera donde el maestro hacía las reacciones y los muchachos, como si estuvieran en un anfiteatro, se sentaban en una improvisada tribuna de madera para hacer anotaciones y observar lo que el maestro realizaba abajo y distante. Los directivos debieron darle varias vueltas al tema de cómo aprovechar espacios y a alguien se le ocurrió aprovechar este corredor. Así, improvisaron un salón largo, largo. Mi memoria, lo sabés, es endeble, pero recuerdo una mañana que recibía clase en un salón de preparatoria y recibí un papelito a través de la ventana. En el segundo o tercer ventanal que acá se ve estaba el salón de prepa y de este lado el salón de secundaria, mientras la maestra dictaba su cátedra al frente, yo estaba sentado (ese día) al lado del ventanal, escuché que una manita tocaba el cristal, abrí tantito el postigo y la manita me pasó un papelito, lo coloqué debajo de mi libreta, casi sin respirar, emocionado, esperando que la maestra no me cachara a la hora de leerlo, pero dos segundos después volví a escuchar la manita tocando el cristal, volví la mirada y la chica, sin hablar, sólo moviendo la boca, dijo: “Es para Alfredo”. Entendí, era un simple mensajero. Hubo un instante, mínimo, donde pensé que el papelito era para mí. Sin hablar, sólo moviendo la boca, dije: “Bueno”. Como la niña estaba pendiente de su encargo, levanté la mano, pedí permiso para ir al baño, tomé el papelito y al pasar al lado del asiento donde estaba Alfredo lo dejé sobre su paleta. Miré hacia la ventana y la chica movió los labios: gracias. Así que este corredor hermoso no siempre tuvo este rostro apacible ni siempre permitió el paso libre. Como si moviera una pared, la escuela amplió su espacio y usó este corredor como salón para clases o para talleres. Este espacio que ahora, la mayor parte del tiempo, permanece como acá se ve, estuvo lleno de mesas y sillas de paleta, estuvo lleno de muchachos que se sentaban en el escritorio del maestro, que se subían sobre las sillas. Quienes estudiaron en ese tiempo, en ese salón, deben tener recuerdos inolvidables de clases recibidas siendo espectadores de lo que sucedía en la calle. No dudo que en algún momento a alguien se le antojó un dulce de los que vendían en la manzana de enfrente, donde ahora está el estacionamiento del banco, y aventó monedas a los amigos y éstos cruzaron la calle, compraron dos chimbos y dos obleas y, uno de los amigos, encaramado sobre la espalda de otro, le pasó el antojo, en plena clase de electricidad. Con este antecedente, cuando la secundaria y preparatoria estrenaron edificios (los actuales) y ya el corredor era parte de la Casa de la Cultura, también se cerró el espacio, en forma más profesional, en los enormísimos arcos se colocaron enormísimos ventanales para evitar que entraran la lluvia y el aire y, más o menos, en el lugar donde Roberto tomó esta fotografía, colocaron una gran reja que estaba abierta durante el día para visitar diversas exposiciones y se cerraba en la noche. De nuevo se volvió a limitar el paso. Estoy seguro, querida niña, que vos tenés muchos recuerdos memorables de este espacio. Todo mundo de acá los tiene. El corredor tiene la magia de esos espacios que te permiten estar en un punto y sos testigo de dos universos paralelos. Cuando estoy en este pasaje puedo ver lo que hacen las personas que laboran en el Centro Cultural y lo que sucede en el exterior. Esa duplicidad me permite apreciar dos de las múltiples caras que tiene el espejo de la vida. Gladys Bonifaz ha dicho que este edificio está bañado en piedra, a mí siempre me ha gustado esa definición. ¿Cuántos ecos, cuántas voces, cuántas historias se han escrito en los muros del aire? ¡Cientos! Estoy seguro que una o dos parejas se hicieron novios acá, y también, porque he visto caritas llenas de lágrimas, otras parejas han roto su relación acá. Después de estar vedado al tránsito libre, el espacio recuperó su esencia de ser pasaje de un extremo a otro; de ser un espacio donde las parejas platican y se abrazan; donde, de vez en vez, se colocan mesas para tianguis o caballetes para exposiciones de pinturas o cajas para esculturas y obras en cerámica. Posdata: es uno de los espacios públicos más bonitos de nuestra ciudad. He visto cómo algunos destacados fotógrafos hacen sesiones con niñas y niños bonitos, porque el espacio permite jugar con los elementos donde la madera, el hierro y la piedra conversan con nosotros desde siempre, desde una mañana en que una niña de secundaria tocó el cristal del ventanal y yo abrí pensando que el papelito era para mí. Simple mensajero, eso fui, eso soy, Hermes, hijo de Zeus, que cumple con su función de entregar el sol en otras manos.