lunes, 21 de marzo de 2022
CARTA A MARIANA, CON CIERTAS COSTUMBRES
Querida Mariana: ¡sí, mero comiteco! ¡Ni qué buscarle! Timbón, como aquel compadre chismoso, a quien le encanta tomar caguamas y prepararse tortillas con chicharrón de hebra; y argüendero, como él solo.
¿Las ventanas de las casas sirven para que entren la luz y el aire? Sí, pero, las ventanas comitecas tienen la maravillosa capacidad de ser hurgadoras, chismosas.
Elías, de Monterrey, hizo la prueba que le recomendó Efraín, mero comiteco. Cuando llegués tocá la puerta de la casa, da tres toques fuertes y mirá lo que sucede. Cuando Elías llegó a Comitán tomó un taxi que lo llevó a casa de Efraín. Bajó su maleta y antes que tocara oyó y vio que se abrieron dos puertas de casas de enfrente, y miró dos caras de mujeres un poco despeinadas que lo vieron y luego se hicieron pijijis y miraron hacia otro lado de la calle, cerraron a la hora que se abrió la puerta de la casa de Efraín.
¿Verdad que sí?, le preguntó Efraín, al tiempo que lo abrazaba y luego tomaba la maleta. Elías le dijo que sólo se había equivocado en una cosa: las puertas de las chismositas se abrieron antes que él tocara. ¡Ah, es que en cuanto oyeron que el taxi paró, ya corrían para ver quién era!
Sí, así es el carácter comiteco, es parte de la idiosincrasia. En Comitán todo mundo dice que no somos chismosos, somos comunicativos. ¡Pucha! Bonito eufemismo. Lo cierto es que somos bien argüenderos, nos encanta ser testigos de lo que sucede en la calle en el día a día.
El portón de fierro de la casa donde ahora vivo tiene un ventanillo. Es una bendición. Antes de la pandemia (A. P.) el domingo abría el ventanuco a la hora que escuchaba el alboroto de la terminal de autobuses que está enfrente. Miraba la retahíla de taxistas que estacionaban sus autos y se apresuraban a llegar al andén para conseguir cliente. Algunos familiares bajaban de sus carros y regresaban cargando maletas, riendo, platicando, con los recién llegados. Miraba el movimiento, era como un hormiguero recién removido; luego venían los portazos y cierres de cajuela, los encendidos de los motores y todo quedaba en silencio de nuevo. Las hormigas abandonaban el instantáneo boljocosh y yo cerraba el ventanillo y regresaba a mi rutina maravillosa.
Ese ventanillo me permitía ver sin ser visto. Un privilegio de mirón, de entrometido. Los seres humanos tenemos distintos comportamientos cuando estamos frente a alguien desconocido, frente a alguien cercano o cuando estamos solos. Somos más nosotros cuando estamos solos. Pero, a veces, pensamos que estamos solos, cuando en realidad alguien nos observa. María me dijo que a ella no le molesta que su jefe haya puesto cámaras de vigilancia en su oficina para ver que no se haga tacuatz a la hora del trabajo, no, lo que le disgusta es sentir esos “ojos” invadiendo su privacidad. Dice que antes de las cámaras, cuando sentía mucho calor, se abría el botón superior de la blusa (tiene unos pechos generosos), ahora se aguanta; antes (ser humano, al fin), cuando tenía ganas de echarse un pedo, se inclinaba a la izquierda en su asiento y soltaba, ahora no lo hace, se aguanta, si es mucha la gana, se levanta y va al sanitario y ahí se pedorrea a gusto. Dice que sólo falta que el jefe tenga la ocurrencia de colocar cámaras en la entrada del baño (adentro ya sería una flagrante violación a los derechos humanos).
Sí, querida mía. Ahora las cámaras de vigilancia también son cámaras metiches. Ahora, quienes antes corrían a ver quién tocaba en la casa del vecino, ya en forma muy huevoncita, miran la pantalla y ven todos los movimientos y acá está la vecina recibiendo al amigo y cerrando la puerta, cuando la comadre fisgona manda mensaje por WhatsApp a la principal confidente: “Ni sabés quién entró ahorita a la casa de la fulanita…” y el chisme se completa con una captura de pantalla, donde se ve el momento en que la fulanita urge a que el sutano entre rápido.
Ah, ¿qué querés? Así somos. Bueno, así son todos los pueblos del mundo. Existe un morbo natural. No queremos ser juzgados, ah, pero cómo nos gusta andar metiéndonos en la vida ajena.
Este gatito es comiteco, mero comiteco. Claro, sus intereses son otros. La verdad es que a este gatito le vale una pura y dos con sal lo que hace fulanita con sutanito, a él le motivan los pajaritos y mariposas que juegan por el aire y que parecen ajenos al escrutinio del felino.
Posdata: la abuelita de María Andrea nunca vio la televisión, cuando la invitaban a sentarse a ver telenovelas decía que le aburrían, siempre prefería estar sentada al lado de la ventana viendo lo que sucedía en la calle, pero el día que colocaron la cámara de seguridad en el exterior del portón y descubrió en la pantalla una visión más completa de la calle se volvió adicta. Cambió la ventana por la pantalla. ¡Cosas veredes!