lunes, 14 de marzo de 2022

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE QUE YO SÍ CONOCÍ A LOLITA ALBORES (Parte 20)

Querida Mariana: ¡ah!, el maravilloso juego de la palabra. Jugando jugando llegamos a la parte 20 de esta serie de cartas, donde platicamos acerca de la crónica que doña Lolita Albores dedicó a Rosario Castellanos. Hemos reconocido la valía de ese testimonio, porque si bien doña Lolita no fue uña y mugre con Rosario, tuvo la magnífica oportunidad de vivir en casa de la familia Castellanos Figueroa, en la Ciudad de México, y esa cercanía le permitió, durante un buen tiempo, presenciar actos a los que sólo los íntimos tienen acceso. Doña Lolita, siempre atenta a los movimientos del mundo de acá, escribió sus recuerdos, porque supo que serían testimonio valioso para los lectores del futuro: ¡nosotros! Con la parte número veinte llegamos al fin de la serie, como dicen los italianos: siamo arrivati alla fine (arribamos al final). Doña Lolita, ahora lo verás, al término de su crónica también escribió la palabra Fin. En las películas aparece esta palabra. A mí siempre me ha parecido un exceso, pero un exceso genial. Todos los cinéfilos sabemos cuando una cinta ya concluyó. ¿Para qué la palabra fin al final? Sólo para reafirmar la famosa frase de los cuentos infantiles: “Colorín colorado, este cuento se ha acabado”. La vida de cada uno tiene un pegote con esta palabra Fin. Ahora Rosario y doña Lolita ya no viven, sus historias llegaron a su fin, pero, fue un final aparente, porque muchos comitecos (y gente de otras partes) seguimos recordándolas. Frente a las casas que ellas habitaron en Comitán hay placas que así lo recuerdan: ¡acá vivió doña Lolita! ¡Acá vivió Rosario! Y ellas están en los libros que dejaron, libros de crónicas y chistes de doña Lolita; novelas, cuentos, poesía, teatro y ensayos, en caso de Rosario. Una muy reconocida a nivel internacional, la otra, más modesta, reconocida en el plano local. Llegamos al final de esta serie de cartas, mi niña bonita. Acá las recordamos, agregamos pedacitos que, tal vez, complementaron lo que doña Lolita nos heredó. Al final, ellas, igual que nosotros, también fueron grandes participantes del maravilloso e infinito ¡juego de la palabra! Acá están los dos párrafos finales de la crónica de doña Lolita. Leamos, si te parece: “También doña Adriana recordaba mucho una vez que buscaba su rosario y al preguntarle al niño, éste le dijo: “¿quieres tu Rosario?, ¿no quieres tu Chapatengo?”, que eran los nombres de sus dos fincas; también el niño era muy ocurrente y muy simpático. Con unos ojos muy bonitos y unas grandes pestañas rizadas. Después de su muerte, quedaron inconsolables; y don César iba al panteón a leerle cuentos a su sepulcro, hasta que se llevaron a México los restos rindiéndole culto a su memoria hasta la muerte de ellos. “Rosario muere trágicamente en Israel, siendo Embajadora de México el 7 de agosto de 1974. Es enterrada en la Rotonda de los Hombres y las Mujeres Ilustres en el Panteón de Dolores, de la Ciudad de México. En Chiapas, y particularmente en Comitán, numerosas calles, escuelas, bibliotecas llevan su nombre, siendo un orgullo para todos nosotros el que haya vivido y crecido aquí, considerándose ella misma cien por ciento comiteca. Fin” Doña Lolita, con la palabra Fin, dio por terminada su crónica, su testimonio. En estos dos párrafos nos compartió también datos importantes que difícilmente se encuentran en biografías escritas por personas que no tuvieron la cercanía que ella tuvo con Rosario. Anécdota genial de la respuesta de Minchito. Jugó con el nombre del chunche para rezar con el nombre de una de las dos fincas, que estaban destinadas para que fueran suyas al ser mayor de edad, pero el destino no permitió que se cumpliera tal vaticinio. Más conocido es el otro testimonio: el papá de Rosario acudía al panteón municipal de Comitán para leerle cuentos a su hijo. Es una imagen de gran ternura y patética al mismo tiempo, patetismo que se recrudece al saber que los restos fueron exhumados y llevados a la casa de la familia en la Ciudad de México. Posdata: concluimos esta serie de cartas, donde honramos a doña Lolita, pero como ella, igual que Rosario, merece que la recordemos por siempre, seguiremos comentando sus crónicas. Todas tienen elementos importantes para la identidad de Comitán, ciudad que, nos dicen los expertos, está próxima a cumplir quinientos años de fundación por parte de españoles colonizadores. Conocí a doña Lolita, ella conoció a Rosario. No conocí a Rosario, vos tampoco, pero, gracias al texto de doña Lolita nos acercamos a su intimidad. Mi interés es que vos tengás, entonces, una cercanía con la personalidad de doña Lolita. Es necesario desempolvar sus textos para reafirmar la grandeza de nuestro pueblo comiteco, pícaro, culto, maravilloso, genial. Si lo ves bien, seguimos con doña Lolita, ¡claro que sí!