lunes, 28 de marzo de 2022

CARTA A MARIANA, CON PALABRAS MARVEYINAS

Querida Mariana: la poeta Marvey Altuzar colgó tres palabras en el árbol, son tres frutos: latir, de, fuego. Las tres son esenciales para formar la frase: Latir de fuego, que es el título de su más reciente libro de poesía. Marvey realiza una gira. Ella, llega a diversos espacios, abre las manos y riega palabras. Es constructora, como si colocara ladrillos, planta palabras, una detrás de otra, encaramadas. Al final, los edificios espirituales se levantan como las famosas torres que hay en Francia o en Dubai, resisten todos los temblores de tierra, los temblores del cuerpo y del alma. En la gira de presentación de su libro llegó a Comitán. ¡No podía esperarse menos! La lealtad obliga. Los poetas comitecos que radican en otras ciudades tienen el compromiso moral de llegar una mañana al terruño para decir: ¡acá están mis palabras! Las palabras de Marvey son las que usamos todos los hispanohablantes, pero la forma como las acomoda (que es la gracia del poeta) las convierte en palabras con estilo: palabras Marveyinas. Y dirás, ¿cómo es ese edificio espiritual? En un Platicatorio que tuve con Marvey, las personas que nos acompañaron en forma virtual escucharon uno de sus poemas, uno dedicado a su hijo. ¿Cómo lo ves si robo un poema de su libro más reciente y lo comparto con vos, para que mirés la forma delicada en que acomodó las palabras para traer a su memoria la imagen de su abuelo, don Antonio Figueroa (abuelo materno)? ¿Lo ves bien? Digo que, como si estuviéramos en la presentación, nos acerquemos a la mesa donde venden el libro, lo abramos, leamos el poema en voz alta, compremos el libro y caminemos hacia donde está la mesa de bocadillos y el vino de honor. Va copia: ABUELO Tenías tantos años como tu finca, tantos sueños cumplidos como bultos en la troje. Tu cuerpo de rama erguida habló de tu juventud de ciervo de tu andar de aire entre azucenas y maizales. En el verde más oculto de tus ojos encontré lirios, tenue lluvia, que aún se derraman a mi paso. ¡En tu pecho anidaban palomas que zureaban amaneceres! Cazador de negras trenzas, tu semilla germinó tierra entre tierra bajo los mismos soles de tu gallardía pródiga. En los surcos de mi huerto, corre, abuelo, el barro de tu sangre. Posdata: Ahí está el poema, las palabras enhebradas. Los lectores de poesía también hacemos barquitos de papel en esos ríos de palabras, sólo para saludarlos, para abrazarlos. En el Platicatorio, Marvey me contó que de niña le encantaba meter los pies en un arroyito del rancho donde creció, movía las patías para sentir el abrazo del agua. Hoy, ella, sigue con los pies enredados en las cintas del agua, pero ahora abre los brazos para colgar palabras en su árbol, los frutos más recientes son: latir, de, fuego. ¿Te latió el poema?