martes, 1 de marzo de 2022

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE QUE YO SÍ CONOCÍ A LOLITA ALBORES (Parte 19)

Querida Mariana: ¿en qué quedamos la vez anterior de esta serie de cartas? En que doña Lolita nos regaló cuatro versos inéditos de un soneto que escribió Rosario y le leyó. Pucha, fue privilegio de doña Lolita escuchar en voz de la escritora versos inéditos; y es nuestro privilegio tener esas joyas, gracias a la memoria prodigiosa de doña Lolita y a su labor de hormiguita al escribir sus crónicas. Sigamos entonces. Mirá qué nos comparte doña Lolita: “Después rompía sus sonetos que le parecían feos, y por eso muchos de ellos nunca se publicaron. Le gustaban mucho los versos de Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni, los cuales muchas veces me los mandó escritos, así como de Gabriela Mistral, pero nunca uno de ella, y ahora que leo sus poemas escritos con tanta filosofía y belleza, me la imagino con sus grandes lentes acurrucada en la cama o en un sillón, como hacía cuando leía los de estas poetisas. Recuerdo su expresión favorita cuando le gustaba algo, decía: “qué yeyo”, por decir qué bello; así, para ella muchas cosas eran “yeyas”. Creo que por algún recuerdo de doña Adriana, a quien vi muchas veces besarle las manitas a Chayito diciendo: ¡qué yeya, qué yeya! Pienso que tal vez Mario Benjamín decía así por decir bello”. Genial, ¿a poco no? El testimonio es puntual, exacto, nos transmite mucho de la personalidad de Rosario y, también, nos regala una estampa familiar, poco conocida, casi inédita. Primero vemos los gustos de Rosario (esto sí lo podemos hallar en biografías escritas con pulcritud y en ensayos que ella mismo escribió); pero sólo con doña Lolita hallamos la imagen donde Rosario, “con sus grandes lentes” está “acurrucada en la cama o en un sillón”. Acá nos entrega una imagen donde Rosario se sentía cómoda. Está recargada contra la cabecera de la cama y tiene sus piernas flexionadas; está sentada en el sillón, se descalza y sube sus pies para quedar con las rodillas cerca de su pecho. Ah, es una posición bien sabrosa. La otra imagen impalpable, valiosa, es ver a la mamá de Rosario tomar las manos de su hija, besárselas y decirle: “¡qué yeya, qué yeya!” Acá está un cachito de un lenguaje familiar, muy íntimo, que el destino permitió observar a doña Lolita. Lo bello era ¡yeyo!, las cosas bellas del mundo eran ¡yeyas! La imagen que doña Lolita nos regala es ¡yeya! Sabemos que Rosario siempre expresó que sus papás sufrieron en extremo el fallecimiento del hijo varón; en “Balún Canán”, la madre pide que no sea el hijo varón quien muera. Sin decirlo expresó: si alguien debe morir que sea la niña, mi hija. Y acá tenemos una imagen yeya, llena de ternura, la mamá toma las manos de su hija, las besa y le dice: qué yeya. No podemos hacer más lecturas, sólo dejarnos seducir por la imagen. La veamos de lejos, la disfrutemos. ¿Era un botar piedras por parte de la madre? ¿Cómo recibía Rosario esta muestra de cariño? No sé, no nos metamos en camisa de once varas. Repitamos lo que doña Lolita presenció: que Rosario usaba esa expresión para decir que algo era bello y también su mamá la usaba y doña Lolita presenció el instante donde la mamá tomó las manos de su hija, las besó y dijo: ¡qué yeya! Posdata: el diccionario íntimo de Rosario se incrementa. Rosario nos regaló la palabra cutushito, que era una palabra que usaba para expresar cariño hacia algo o alguien. Un amigo me dijo que la palabra no existe en el diccionario. ¡No! Es decir, la palabra ya existe, Rosario la incluyó en el lenguaje comiteco, lenguaje que es afectuoso desde siempre. De igual manera, en el diccionario no hallaremos la expresión: ¡qué yeyo! No, es lenguaje infantil, travieso, afectuoso. Por ahí, un famoso comediante mexicano impuso la expresión: ¡qué mello!, para decir qué miedo. Bueno, en la familia de Rosario, cuando menos ella y su mamá usaban la expresión ¡qué yeyo!, para expresar que algo era bello.