martes, 15 de marzo de 2022

CARTA A MARIANA, CON RECUERDOS

Querida Mariana: hoy todo mundo toma fotografías. Pero en los años sesenta no existían los teléfonos celulares. Sólo los fotógrafos profesionales y los aficionados a la fotografía tenían cámaras. Por eso, ahora valoramos mucho cuando tenemos una fotografía de tiempos pasados. Esta fotografía la compartió el maestro Temo Alcázar, cronista de Comitán. Él, aparte de poseer una memoria privilegiada, de ser metidito (porque le encanta estar en todos los argüendes habidos y por haber), tuvo la feliz iniciativa de llevar a un fotógrafo profesional para que le tomara instantáneas en los diversos actos donde él intervenía. Por ejemplo, en esta fotografía aparece como réferi de una pelea de box. El maestro Óscar Bonifaz también fue muy previsor en ese sentido, cuando se acercaba el fin de cursos, él llevaba a los alumnos en la escalinata de lo que ahora es el Centro Cultural Rosario Castellanos y se tomaba la fotografía del recuerdo. Sin esos hombres previsores estaríamos tuncos de la memoria. Ahora, cuando hay un acto importante todo mundo activa las cámaras de sus celulares y el registro del instante se da por cientos, ¡miles! Esta fotografía es única, valioso documento gráfico, porque da testimonio de un momento brillante del deporte comiteco. Claro, no hablaré del hecho deportivo, porque vos sabés que nunca he sido aficionado, menos del boxeo. En los años setenta veía las funciones sabatinas de boxeo, en casa de mi amigo Jorge, ahí nos reuníamos todos los de la palomilla; en realidad, lo que sucedía en la pantalla del televisor no me emocionaba como sí emocionaba a mis amigos, mi emoción se concentraba en el momento compartido, en la alegría de ellos, en las cervezas de bote que tomábamos. Uno de mis autores literarios favoritos, Julito Cortázar, sí fue aficionado al boxeo y, ya lo he comentado con vos en varias ocasiones, tiene textos soberbios que se dan en el contexto de esta actividad deportiva. El cuento “La noche de Mantequilla”, es genial. Recuerdo que la tía Amada siempre pensó que era un cuento que hablaba de algo referente a la gastronomía, nunca supo que la palabra estaba escrita con mayúscula inicial, porque el boxeador con tal mote fue un fino boxeador, pero en el cuento cae ante el argentino Monzón que era fuerte como un toro. Pero sí hablaré, poco, porque mi memoria es endeble, de dos aspectos que llamaron mi atención. El primero se refiere al espacio donde se está dando este encuentro; el espacio no sólo servía para funciones de boxeo, también, ¡genial!, para representaciones teatrales. ¿En dónde estaba ubicado este salón? En una esquina a media cuadra donde ahora está el Museo de la Ciudad. En ese espacio ahora hay un edificio de varios niveles. En la planta baja hay una mueblería y la óptica CosmoVisión. Para la función de box distribuyeron sillas plegadizas alrededor del ring. Como siempre, estas entradas tenían un costo más alto que el de gradas. Al fondo se ve una multitud de aficionados sentados en gradas. Quienes vivieron estos momentos platican que, aparte del espectáculo que brindaban los deportistas, el ambiente se daba entre los gritos del público. Nunca faltan los dotados de ingenio espontáneo. Los gritos picarescos que llevan chanfle se dan en todos los actos deportivos públicos. Claro, esto no se da en el tenis, deporte de príncipes. ¡No! Se da en deportes más populares, donde el grito no interrumpe lo que sucede en el escenario. Si aparece un grito a la hora que el tenista hace el saque lo saca de su concentración y puede hacer que yerre el tiro; en cambio, en una función de box, el grito es parte esencial de la emoción del momento. El segundo aspecto que llamó mi atención fue el letrero que está en el cuadro donde están las lámparas que iluminan el ring y el que está pintado, con letras deslavadas al fondo. En el cuadro central superior está el anuncio de los Almacenes Sendra, que era propiedad de don Jaime Sendra, quien llegó a Comitán en los años sesenta y tuvo su negocio en un local del centro de la ciudad. No recuerdo haber comprado algo en los almacenes de don Jaime, pero sí recuerdo que, años después, cuando partió de Comitán y, entiendo, radicó en la Ciudad de México, la esposa de Chato Ortiz (quien llegó a ser presidente municipal de Comitán) pasaba a la tienda de mi mamá con una relación de productos que don Jaime se encargaba de enviar a nuestro pueblo. Esta visita era dos meses antes de la época navideña, porque lo que don Jaime seguía ofreciendo a los comitecos eran dulces para la temporada y ya no telas. Mis papás pedían chocolates rellenos y turrones. A mí me encantaba el turrón de alicante. Era una tradición navideña que, en la cena del 25, mi papá colocara el turrón a mitad de la mesa y, con un cuchillo cortara el pedazo que nos correspondía. ¿Qué dice el letrero de atrás? Dice Teatro Tayita. Este Teatro fue un teatro ambulante que se presentaba en muchas partes de la república. Quiero pensar que este espacio sirvió también para obras de dicho Tayita; porque, esto sí lo recuerdo, en una tarde pedí dinero a mi mamá, entré al espacio, me senté hasta lo alto de las gradas y presencié una obra de teatro, que tal vez, no lo sé bien, fue producción del Tayita. En Internet hay un programa de dicha institución teatral. ¿Sabés cómo se anunciaba? ¡Teatro portátil Tayita! ¡Teatro portátil! Ah, una genialidad. Posdata: todo lo digo como si caminara en un pantano o en una estancia a oscuras, quien tiene el conocimiento preciso es, sin duda, mi querido maestro Temo, el Eterno Joven de Comitán, hombre que, gracias a su previsión, nos ha legado estos valiosos testimonios fotográficos.