miércoles, 16 de marzo de 2022

CARTA A MARIANA, SIN CERTEZAS

Querida Mariana: tía Macrina decía: confiá; el tío Alfonso, por el contrario, con voz imperativa, decía: ¡dudá! El tío Alfonso, sentado en uno de los corredores de su casa, ya con tres caballitos de tequila en su robusto cuerpo de leñador, decía: duden de todo, sobrinos, de todo ¡y de todos! ¿De la mamá?, preguntaba Ramiro. ¡De la mamá!, decía, el tío. Duden de su padre y, por supuesto, duden de mí. ¿Y Dios?, preguntaba Armando, con voz de tiuca tierna. También, decía el tío, ¿no entienden? ¡Duden de todo, de todos! No le hagan caso al bolo y teperetas de su tío, decía la tía Macrina. Al contrario, nunca duden de Dios, nunca duden de sus mamás ni de sus papás, la confianza es lo más importante en la vida. ¡Qué sabe el malencarado de Alfonso! Como él siempre está botado en su poltrona cree que la vida es ese pedacito que tiene frente a sí. ¡No! La vida es más, mucho más, y para poder llegar a ser algo es necesario confiar, sobre todo, confiar en los designios divinos. Dios sabe lo que hace, Dios tiene sus tiempos y sus tiempos son perfectos. Nosotros, niños de ocho, nueve y diez años, no sabíamos a quién hacerle caso. No lo sabíamos, pero, en nuestra indecisión le hacíamos caso al tío teperetas. Dudábamos, no confiábamos en la recomendación de la tía. Dudábamos. Los ejemplos del tío Alfonso eran, como decía la tía, elementales, muy del patio de casa, sin horizonte, sin plazas generosas. Siempre tenía una bolsa de ciruela pasa (era su botana, viejo tepereta, tomaba tequila y luego comía una ciruela, decía que la ciruela le ayudaba a cagar finito, finito, hasta el infinito). Tenía una de muestra. Miren, miren, nos decía, una y otra vez, y metía su dedo en la ya dura ciruela, ahí se topaba con una semilla. Miren lo que dice la bolsa: ciruela pasa sin hueso. ¿Qué hay acá? Hueso, la pepa de la ciruela. Por eso, siempre duden, porque la vida es como esto (y mostraba la ciruela con hueso por lo alto). Nos dicen que la vida es sin hueso y si ustedes lo creen, a la hora que la coman se romperán los huesos, ¡la madre! Duden, sobrinos, duden siempre, de todo, de todos. Y gritaba sin necesidad, porque la tía estaba en la cocina preparando la comida y no hacía caso de las sandeces que nos repetía una y otra vez el tío: “¿Ya miraste, Macri, ya lo miraste? Sin hueso y resulta que me salió con hueso”. Los sobrinos nos reíamos por lo bajito, a veces se molestaba el tío y, moviendo sus manos como si asustara gallinas, decía que nos fuéramos a ver si la cocha ya había puesto huevos. Nunca nos agredió, a pesar de su mirada de piedra para afilar, era un viejo que no dañaba. Cuando le platicábamos algo de la escuela o de nuestras casas, colocaba sus manos sobre las rodillas y ponía atención. Al término somataba sus manos sobre sus muslos: ¡se los dije!, y a todo le hallaba una grieta para justificar su teoría. ¡Se los dije! El pinche maestro dice que la tierra es redonda, ¡mentira! No hay nada en el mundo que sea realmente redondo, ¡nada! Y por ahí se iba. Siempre, sus ejemplos terminaban con alusión a Dios. ¡Ni siquiera Dios es redondo! ¡Nada! El universo se expande, ¿quién cree que se expande formando una esfera perfecta? ¡No! Aunque sean micras de diferencia el sur va más abultado que el norte. Nosotros íbamos todas las tardes a platicar con él, nos encantaba contarle nuestras cosas, que él siempre desmenuzaba y que le servía como ejemplo de que si no dudábamos siempre nos toparíamos con huesos inesperados a la hora de morder la ciruela de la vida. A la hora que sonaban las campanas del templo, convocando a misa de siete, movía las manos y nos despedía: ¡usha, usha! Largo, recuerden, duden de todos, de todos, duden de mí, cabrones. Y nos despedíamos. Sí, su enseñanza nos caló y nos trajo problemas. En secundaria caímos mal a la hora de cuestionar todo lo que el maestro decía, pero en la universidad entendimos que el conocimiento es fruto de la duda. Nada debe tomarse como cierto. Posdata: a mí no me preguntés, querida mía, porque a mis sesenta y cuatro ¡dudo!, pero también confío. Soy como un tachilgüil hermoso de lo que la tía recomendaba y el tío injertaba. Nunca he dudado del cariño de mis padres ni del milagro que todos los días riega Dios en mi parcela, pero sí dudo con todo lo demás. Por eso, cuando alguien me ofrece una ciruela pasa sin hueso hago lo que el tío, la aprieto antes de llevármela a la boca.