domingo, 6 de marzo de 2022

CARTA A MARIANA, DE PASADITA

Querida Mariana: a veces brota la idea que demuestra que la vida es de pasadita. La imagen que te comparto reafirma esa idea. Es un paisaje que admiran los viajeros que transitan en la carretera de Comitán a San Cristóbal. Es una imagen bellísima, los clásicos dirían que es idílica en extremo; en marzo de 2022 tenía el mojol de los duraznos en floración. Sobre las ramas delicadas, frágiles, racimos de flores celebrando la vida. Todo de pasadita. Desde la ventanilla del autobús o del auto particular, a una velocidad de ochenta o noventa kilómetros, los viajeros aprecian esta postal que se agota en instantes, porque la marcha no se detiene. Esto queda siempre atrás. Es como una imagen en floración instantánea, brota el color en medio de la burbuja impecable, impregna un renuevo luminoso en el espíritu y desaparece. La memoria debe retener esa imagen por siempre, para rescatarla del viejo baúl cuando hay necesidad de aire, mucho aire, aire limpio. De pasada lo he visto no sé cuántas veces. Cuando siendo niño e iba a la Ciudad de México o cuando viajé para continuar con los estudios universitarios o cuando viajaba con mi papá, en su vochito, o cuando, antes de la pandemia, iba a San Cristóbal a repartir la revista ARENILLA. Este paisaje es imagen cercana, siempre me ha saludado en los viajes realizados por carretera. Esta lomita es como una amiga, sus ligeras hondonadas son como las manos del cuerpo viejísimo de las montañas que se ven al fondo. Esta lomita siempre me ha saludado, me ha dicho adiós, muchas veces. La he visto, emocionado, sorprendido. La recupero en cada viaje o en mi memoria, o, como en este caso, a través de la imagen que me envió un afecto que pasó por ahí. De pasada, todo es de pasada. El tiempo pasa y nosotros pasamos con él. No se detiene, nos lleva. Si no tenemos la capacidad para hacer pausas, nos arrastra como troncos en ríos o botellas en el mar. Todo es de pasada, por eso cuando viajamos, como si fuéramos niños traviesos, debemos sacar la mano por la ventanilla de auto y arrancar los frutos y las imágenes que la vida nos otorga, sabiendo que todo es un instante. Siempre he deseado, al pasar por este paraje, bajar del auto y caminar por ese pastito, admirar los duraznos de cerca, respirar hondo, abrir los brazos para llenarme de ese aire; pero, nunca lo he hecho, tal vez nunca lo haré. No lo hago, porque cuando paso por ahí, la mayoría de veces voy en autos de amigos o voy en autobús. No puedo decir al conductor ¡alto! Ni siquiera pretextar que debo hacer pis, porque el chofer se detendrá en un espacio donde haya arbolitos, evitando el descampado. Y cuando he ido en mi auto nunca lo he hecho, porque sé que mi presencia no será bien recibida. Este campito es como el patio particular de quienes ahí habitan. ¿Qué dirías, querida mía, si alguien se metiera a tu casa, sin permiso? ¡No! Esta imagen, como muchas más, es para gozarla de pasada. En la vida hay muchos instantes donde es imposible detenernos. A veces, la vida es como un viaje en barco en alta mar. No es posible tirar el ancla e imitar a Jesús en su caminata sobre el agua. ¡No! La vida es de pasada. El barco avanza y lo más que podemos hacer es mirar a los delfines cuando saltan, a las ballenas cuando avientan su chorro de agua, al sol cuando se oculta en el horizonte y pinta el agua con dorados y al cielo con rojos sublimes. Lo más que podemos hacer es abrir los brazos y recibir la bendición del aire y de las imágenes que, como cuervos, vienen y se estrellan afectuosas en nuestras miradas. No hay más que pepenar lo que el mundo ofrece, coger los frutos con las manos, guardarlas en las bolsas, del pantalón y de la camisa; quitarse la gorra y usarla para guardar más frutos, muchos. La vida es de pasada y hay que gozar los frutos carnosos, los más jugosos, los que alimentan el alma quebradiza. Posdata: mi afecto me dijo: ¡mirá! Yo vi. Vi cómo las nubes hacían lo mismo que ella, viajaban, las nubes sobre la tierra y ella debajo del cielo. Todo es de pasada, menos las montañas, las lomitas. Éstas no cambian, han estado ahí desde quién sabe cuánto tiempo. Ellas permanecen. Dicen adiós a todos los viajeros, los que llegan, los que se van. Los viajeros siempre estamos de pasada, los seres humanos somos como nubes, nos deshacemos en lluvia, lluvia infinita, eterna. Por eso, cuando vi la imagen, no la solté por varios minutos. Fue como si le pidiera al automovilista hacer alto, para que bajara, pusiera mis pies sobre este prado, viera las cercas de madera, los árboles en floración, promesa de frutos. No, no oriné, no tenía ganas, sólo tenía ganas de apropiarme de esta imagen llena de aire, de luz, de mano afectuosa, porque sé que todo es de pasadita.