domingo, 13 de marzo de 2022

MUJER ETÉREA Y SUBLIME

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que viajan en segunda clase, en barcos; y mujeres que viajan en nubes. Es difícil detectar a la mujer que viaja en nubes. Los realistas son incapaces de verla. Los que siempre permanecen con los pies en la tierra, los que no están acostumbrados al vuelo, nunca pueden dialogar con ella, porque el diccionario de esta mujer exquisita está lejos de los viejos libros que están arrumbados en la parte más alta del estante en bibliotecas particulares. Aparentemente es un contrasentido, porque cualquiera podría pensar que las palabras de la mujer que viaja en nubes están sembradas en los cielos, pero no es así, las palabras que forman su léxico están en la parte baja del librero, donde están los libros infantiles, los que toman los niños para alimentar su imaginación. Por eso, la mujer que viaja en nubes es vista como una muchacha que no crece mentalmente, porque sus palabras son palabras niñas, palabras chimbo, palabras turulete; son juguetonas, saltarinas, como ardillitas trepando en árboles, como monitos brincando en las ramas; son como oración de búho, como lunas jugando escondidas en el cielo, como gotas chapoteando, como ciervos a mitad del salto. Los que están acostumbrados a viajar en carretas, sobre burros o caballos, sobre elefantes o dromedarios, en trasatlánticos, aviones, helicópteros o cayucos, no pueden entender que hay mujeres que viajan en alfombras voladoras o sobre nubes. Los seres normales ven a la mujer que viaja en nubes y piensan que ella camina como creyéndose la mítica Reina de Saba (el país, no la toalla sanitaria); piensan que camina como garza colotop, como gallina presumida. ¡No es así! No saben, su ignorancia no puede ayudarlos a saber, que ella no camina, ella viaja sobre nubes, casi casi levita. Su historia está llena de cuadros sublimes: fotografías de globos, atrapasueños, llamadores de ángeles, móviles con rombos de colores amarillos y rojos; llena de recámaras con muchas ventanas que dan a patios prodigiosos donde hay columpios, árboles de jocote, macizos con plantas de hierbabuena, cielos llenos de vuelos de loros, de guacamayas, de patos canadienses; llena de instantes sublimes: un muchacho quitándose la camiseta antes de tirarse al río, un niño yéndose hacia adelante el día que caminó por el patio por primera vez, la niña pintándose los labios con el lápiz de su mamá, el rostro de la abuela a la hora que toma el primer sorbo de café en el hall de su casa; llena de los sonidos de diversos instrumentos musicales, de un violín, del piano, de la batería, de la trompeta, de la marimba y del güiro. Su historia rescata los instantes más sublimes de su vida, la almohada que siempre llevó de niña, la caricia de un futuro padre a la pancita de su esposa, los brazos levantados para atrapar el balón de básquetbol, el hilo que borda la abuela, la mujer que se sienta en flor de loto a la sombra de una ceiba, el chillido de la puerta a la hora que llega el hijo a la casa, la luz que cae de la lámpara del buró. Ella se lleva bien con todo mundo, pero sabe que su mejor relación es con el jardín donde crecen las flores, donde los colibríes se asoman para bendecir la madrugada, donde las abejas ronronean; sabe que su mejor relación es con la montaña que no ve, pero que sabe está a la vuelta de la que sí observa, porque, sabe muy bien, que lo mejor está un poco más allá del horizonte, por eso viaja en nubes, porque es el mejor medio de transporte de la mujer que se reconoce parte fundamental del espacio libre que forma la reja. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como el agua que sale de la regadera, y mujeres que siempre la riegan.