domingo, 10 de julio de 2022

CARTA A MARIANA, CON CABALGATAS

Querida Mariana: un día se popularizaron las cabalgatas. Ahora, en muchos lugares las organizan. Los amantes de los caballos las disfrutan. Sé que a vos te gustan los caballos, si pudieras tendrías un caballo, pero este deseo es de los que son complicados. Si una niña pide un chucho o un gato el deseo puede cumplírsele, pero en dónde ponés un caballo. Pucha, para un caballito se necesita una caballeriza. Hace muchísimos años un grupo de caballos percherones desfiló por las calles del centro de Comitán. ¡Percherones! Los trajo la empresa cervecera de la Carta Blanca. Nunca se ha vuelto a ver una presentación de caballos tan soberbios. Para no desentonar te mando copia de una fotografía de concurso. Seis caballos que abandonan su condición de animales terrestres e imitan a sus primos, los maravillosos pegasos, tíos de los increíbles unicornios, caballos que siguen iluminando los cielos de la imaginación. Estos caballitos (aunque fueran de Atracciones Vaquerizo) alumbraron los espíritus de los niños de mi generación. Así como fue sorprendente ponerse en puntillas para alcanzar a ver los enormísimos percherones, también era sorprendente presenciar cómo colocaban la rueda de caballitos frente a la presidencia municipal. Varios obreros bajaban pedazos de madera que unidos formaban un maravilloso círculo que soportaba a los caballos donde la chamacada trepaba para dar vueltas y vueltas, creyéndose Hopalong Cassidy o, los más intelectuales, el Cid Campeador. A mí me encantaba subirme a la rueda de caballitos. Jamás me harían subir a la rueda de la fortuna, tal vez esto determinó mi destino. Nunca he estado arriba de la rueda de la fortuna, he permanecido en el piso de la rueda de caballitos que, para subir, exige que la mente imagine. ¡Sí! Los caballitos son sensacionales. En los años sesenta buscábamos el caballito que más se pareciera a Silver, el caballo del Llanero Solitario. El movimiento de la rueda de caballitos es único, sensacional. El vaquero sube y baja en forma vertical, mientras la plataforma se mueve en círculos. Son dos movimientos alucinantes. Por esto siempre preferí la rueda de caballitos. No existe algo semejante. Si subís a un tren, un cohete espacial o a la propia rueda de la fortuna, nunca alcanzarás esta prodigiosa sensación. Subíamos sin analizar lo que te digo, pero reconociendo que ahí estaba algo sublime. Imaginá a los niños comitecos de los sesenta, subiendo y bajando, mientras el caballito corre y ahora ves el frente del palacio municipal y ahora uno de los corredores del parque central. Los papás, con las chamarras cerradas, miran a sus hijos y cada vez que el caballo pasa frente a ellos saludan, sonríen. Los niños colocábamos las manos en el tubo que sostiene la figura, los brazos se mueven al unísono, hacia arriba, hacia abajo. Los más valientes sólo agarran el tubo con una mano y con la otra saludan; y los temerarios, quienes imitan a las amazonas, se sostienen sobre el caballo apretando los muslos. El viaje es sensacional. Los niños que no tienen dinero para treparse a los caballitos, hacen “chica”, esperan que el encargado vea hacia otro lado y dan el brinco, se detienen de uno de los postes laterales y, agachados, disfrutan un corto paseíto. Tienen una gran destreza para bajar, siempre con el pie izquierdo, para no trabarse y caer. Así, una y otra vez. Ellos sólo tienen la experiencia del movimiento circular, no gozan el doble movimiento que tienen quienes han pagado. ¿Eso marcó su destino? ¿Han pasado subiendo y bajando en cada vuelta de la vida? Posdata: soñábamos. Mientras los papás nos veían nosotros subíamos y bajábamos, mientras la rueda, necia, terca, daba vueltas y vueltas. Quienes ahora disfrutan las cabalgatas disfrutan el aire y la convivencia, pero, jamás, lograrán ese prodigio de movimiento que gozan los pequeños trepados en los caballitos. Soñábamos. Lo seguimos haciendo. No nos conformamos con ver caballos entumidos o de alto registro, ¡no!, nosotros soñamos con pegasos y con unicornios, sabemos que hay más ventanas, las que vislumbramos cuando fuimos niños y subimos a la rueda, en el parque central de Comitán, durante la feria de agosto.