lunes, 25 de julio de 2022

CARTA A MARIANA, CON MODIFICACIONES

Querida Mariana: el COVID 19 hizo una grieta donde no pasa la luz; es como si hubiese abierto un hueco en un contiguo cuarto oscuro. Ayer recibí una llamada de Adolfo, comentó algo de la situación actual y cuando confirmé lo que decía: sí, vivimos tiempos difíciles, él, de inmediato, con su voz de fumador, me dijo: “y esto no es nada, la cosa se pondrá peor”. Pensé que en el tiempo A. P. (antes de la pandemia) aún escuchaba con frecuencia la frase: lo mejor está por venir. Esto me lo decía mi padrino Matías cuando estudiaba en la prepa. Ahora tiene tiempo que dejé de escuchar la frase motivadora; ahora escuché que, según Adolfo, y muchos más, la cosa se pondrá peor. Entonces, por esas extrañas asociaciones que la mente establece, pensé que en el tiempo A. P. iba con amigos a cenar taquitos que, Paco bautizó como “escupiditos”; porque la señora colocaba una tortilla muy caliente sobre la palma izquierda y le echaba un puño de carnita. Nosotros, desde la mesa suspendíamos la plática para ver cómo ella soplaba sobre la tortilla con la carne, para mitigar tantito el calor. Paco reía y decía que comeríamos tacos escupiditos. La mesera nos servía los tacos en platos de plástico, de color azul o amarillo, nosotros abríamos el taco, le regábamos un poco de salsa verde, cruda, picosa, exquisita y le dábamos la primera mordida. Con este recuerdo entendí lo que es la nostalgia. Hoy jamás acompañaría a los amigos a comer esos tacos. La señora ya falleció. No sé si ahora la hija heredó la costumbre, para continuar la tradición. Tal vez no; tal vez ahora ella usa cubrebocas y eso evita que gotitas de saliva brinquen hasta el taco, porque si bien ella no escupía la carne, sin duda que a la hora de soplar una ligera brisa salía de sus labios. ¿Y qué decir de los cacahuates riquísimos que venden en la banqueta del mercado primero de mayo? En el tiempo A. P. bajaba por la pendiente (la misma que recorrió la niña de la novela “Balún Canán”, de Rosario Castellanos) y compraba dos o tres bolsitas con cacahuates pelados. Vos has visto que estas vendedoras colocan sus canastos con cacahuates con cáscara y así lo venden o, para confort de los compradores, le quitan la cáscara para ofrecerlos pelados, pero, a la hora de pelarlos (que es un disfrute admirar esa labor) ellas hacen casi lo mismo que hacía la señora de los tacos, para remover la cutícula soplan sobre las palmas de sus manos y la cascarilla vuela y cae en la banqueta. ¿Algunas gotitas se cuelan en este proceso aireado? El otro día, en julio de 2022, pasé por el mercado y vi que una mujer soplaba sobre su mano. Dios mío, jamás volveré a consumir esos cacahuates pelados. Compré cincuenta pesos pero de cacahuates con cáscara, a los que someto a un proceso de desinfección. Soy de los que creen que más vale el exceso en precauciones, aunque este bicho es tan travieso que se cuela por todos lados. Es un mito urbano bobo, pero hay gente que alaba la textura de las nieves artesanales, y no falta el tipo que asegura que esa consistencia delicada la logran con dos gargajazos. Bobera, pero por si las dudas, cuando alguien me invita una nieve de vainilla, digo que para la otra. En el tiempo A. P. disfruté tacos escupiditos, cacahuates sopladitos y nieves artesanales. Ya no lo hago. No tenés idea cómo lamento eso. Hoy todo me da desconfianza. Si saludo a alguien (con cubrebocas y sana distancia) y la persona extiende su puño para dar “chócalas” yo alargo tantito mi brazo y centímetros antes de tocar la mano del amigo lo retraigo. ¡Me caigo mal! Quisiera explicar que me molesta este comportamiento, pero trato de evitar cualquier contacto físico. El otro día caminaba por la banqueta donde estaba una persona con cubrebocas en la puerta de un local comercial de telas, pasé al lado, la persona me saludó y, afectuoso, me palmeó el hombro, me reconoció porque me dijo el clásico: ¡profe! Como iba con mi Paty, le pedí que, de inmediato, rociara con su spray de alcohol la zona donde la mano de la persona se había posado como pájaro alegre. ¡Me caigo mal! Dios mío, pensé qué diría la persona si hubiese visto ese protocolo sanitario grosero (nunca supe quién era, si de por sí me costaba trabajo identificar rostros, ahora con cubrebocas ¡menos!) Posdata: llegó el bicho y transformó la vida de millones de personas. Sé (lo he visto) que hay millones que no se alteraron, que no cambiaron ni un ápice sus vidas, han seguido como si esta batalla se librara muy lejos de sus territorios. ¡Benditos sean siempre! Pero hay personas que han padecido este flagelo como si un alud de lodo hubiese cubierto los techos de sus espíritus. Adolfo dijo: “… la cosa se pondrá peor” ¿Peor? ¿Es que después del infierno todavía hay estancias más miserables? ¡Uf!