jueves, 28 de julio de 2022

CARTA A MARIANA, CON EL PASO DEL TIEMPO

Querida Mariana: todo mundo habla del paso del tiempo. Uno quisiera que el tiempo caminara, como dice la licenciada Frías, a paso tacuatzero, pero ¡no!, anda con paso de cachinflín, casi vuela. Un día te recostás al lado del regazo de tu mamá y al otro día despertás en cama de un geriátrico. Mirá qué me hizo el Google photos. Buscaba una fotografía en mi celular cuando apareció esta imagen. De inmediato, cuando vi las dos fotos, pensé en aquellas fotografías de caritas que era costumbre en años pasados. Pero acá, ¡Dios mío!, sin aviso previo, el Google me mandó dos retratos míos, el primero cuando tenía diecisiete años y el segundo ya con sesenta y más, cercano a los setenta. ¡Pucha! Y, no conforme con el susto que me dio, todavía, con mucha alevosía, me preguntó: “¿Es la misma persona o una diferente?” ¿Era burla o qué? ¿Qué responder? A ver, diré, de entrada, que los dos retratos son de la misma persona: Alejandro Benito Molinari Torres, pero responder si soy la misma persona o una diferente ya no es tan simple. ¿Soy la misma persona o una diferente? El de hoy ¿es el mismo que era cuando tenía diecisiete? Casi estuve a punto de decidirme por pinchar en la opción de No lo sé, porque, en realidad, no sé si soy la misma persona o una diferente. Vos no tenés problema con esta trampita del Google photos, porque vos sos muy joven y este chunche te reconoce sin problema alguno. Los rasgos físicos de tu rostro de quince años tienen pocas modificaciones con tu carita actual. En mi caso, sí existen muchos cambios físicos. No soy caso único, todas las personas, al paso del tiempo de cachinflín, cambiamos enormidades. La tía Arsenia decía que el tiempo era un pinche tractor que nos pasaba encima. ¿Qué responder? Estuve obligado a decir que sí, que era la misma persona, para que el chunche archivara las dos fotos en una misma carpeta. Sí, en la primera soy estudiante de la prepa en Comitán; y en la segunda soy el Arenillero de Comitán, en edad provecta, ¿mirás qué palabrita me aventé? Para no decir viejo, pero es lo mismo. El chavo de diecisiete no pensaba en vejestorios, estaba en plenitud, iba a las cantinas y bebía cervezas y cubas; iba a restaurantes y comía lenguas en pebre, chicharrón de hebra, longanizas; iba a bailes en el Club de Leones y salía bien bolo; iba a cenadurías y comía pan compuesto, taquitos de cuch y huesos estilo tío Jul, que le servía Tavito. ¿Hoy? El muchacho de diecisiete ya creció y el que ahora soy no bebe más que agua, tés y limonadas sin azúcar; si va a restaurantes sólo come ensaladas con simple aderezo de aceite de oliva y pescado a la plancha o un guiso con carne de soya; no voy a bailes. Lo que era el Club de Leones ahora es un templo cristiano. Estos retratos míos están en mi teléfono, pero también, me explicó un afecto, están en la nube, ahí, cada uno tiene un terrenito privado. En la nube hay millones de fotografías, de retratos de personas de todo el mundo. El dispositivo compara, aplica el reconocimiento a través de los ojos y dice: como que esta carita se parece a esta carota y pregunta: ¿es la misma persona o una diferente? Es la misma, ah, bueno, gracias, y lo coloca en la misma carpeta. No, es una persona diferente, ah, bien, entonces lo meto en otra carpeta que dice: ¿Alguien lo conoce? Soy el mismo, eso le dije a Google photos, para que metiera los dos retratos en el mismo costal. Soy yo, sí, cincuenta años después. ¡Dios mío! Pero, ¿cómo? Si apenas ayer estaba sentado en el parque central viejo, el pequeño, el íntimo, el bonito, el afectuoso; apenas ayer tenía mi cabello largo y vestía a la moda de los años setenta. Hoy, ya casi no tengo cabello, ya uso placa dental, me quedé sin dientes, debo usar lentes para leer y ya no digo más. Posdata: me espantó el celular. De pronto, en la búsqueda de unas fotos me aventó en plena cara esta imagen. Me vi de diecisiete y luego de sesenta y cinco. ¡Dios mío! ¿A qué hora me transformé de tal manera? Es el paso del tiempo, dicen los que saben, es el paso de cachinflín. Cuando tenía diecisiete pensé que la vida tenía pasito tacuatzero. ¡No! La vida no tiene sosiego, camina con pasos apresurados, como si le urgiera hacer el deseo de los niños que ya quieren crecer.