viernes, 22 de julio de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN APODO

Querida Mariana: el otro día leí la declaración de un cronista de San Cristóbal de Las Casas que dijo que en esa ciudad la mitad de la población se conoce por apodos. Lo mismo sucede en Comitán; bueno, lo mismo sucede en todos los pueblos de Chiapas, de México, de Latinoamérica. Llama mi atención que un sinónimo de apodo es sobrenombre; es decir, desde el origen se establece que está por encima del nombre. Es cierto, en muchísimos casos el apodo borra al nombre. El sobrenombre debería llamarse bajonombre, algo entre comillas, pero ¡no! El chiste cuenta que alguien llegó al pueblo en busca de una persona, dio su nombre, apellidos, generales, cabos, toda la división de infantería y sólo le indicaron dónde vivía al decir el apodo. Sí, el apodo, en muchísimos casos está por encima del nombre. Los estudiosos del fenómeno establecen muchas divisiones del apodo: la más grande es la que establece que hay apodos impuestos y apodos autoimpuestos. Nunca se logró saber si el apodo de tío Chaquetas fue impuesto o autoimpuesto; lo único que se supo es que el tío nunca usó esa prenda ni fue sastre; tal vez fue un apodo de juventud. Los apodos autoimpuestos son como un tatuaje. Puede ser que a otros les cause malestar, pero el dueño se siente satisfecho. El tío Hermilo se autoimpuso el apodo de El huevos grandes, orgulloso lo mencionaba con medio mundo. Decía: “mis papacitos me pusieron Hermilo, es que sólo me vieron de la cara y no de abajo”. Luego, de broma, decía ese chiste sobado y bobo: “Y me voy a morir de orquitis”. Muchísimos deportistas son conocidos y reconocidos por sus sobrenombres. Muchos apodos son autoimpuestos o impuestos de común acuerdo entre interesados y apoderados. Cuando los apodos son asignados por los cronistas deportivos, los “afectados” los aceptan de buen agrado, porque eso es como acceder a la escalera de la fama. Los que saben de rollos sociológicos explican que esto tiene una relación directa con los aficionados, quienes se identifican en forma inmediata. Estamos acostumbrados a llamarnos por apodos. A veces, con amigos revisábamos fotografías de generaciones de alumnos y, conforme aparecían los nombres, saltaban los apodos; en muchos casos, el nombre nunca apareció, pero sí el apodo. Hemos comentado que hay personas que disfrutan el apodo, sobre todo cuando fue autoimpuesto, porque nadie se trata mal, nadie se pone un apodo que rebase cierto límite, lo que sí sucede, en varios casos donde el apodo fue impuesto por otro y cae en terreno blandito porque el apodo alude a algún defecto físico. Pensá en el sobrenombre de María Félix: “La doña”. ¡Pucha! Imagino lo que ella pensaba al entrar a un salón y recibir el aura de baba de los hombres y el aura de admiración y envidia de la multitud. “¡Ahí está La doña!” ¿Qué molestia podía provocarle? ¿Se molesta el futbolista argentino Lionel Messi cuando le dicen “Pulga”? No, es parte de su grandeza. Pero, lo hemos platicado, no todo mundo recibe con agrado el apodo. Bueno, con decir que hay personas que ni siquiera soportan sus nombres, con eso ya se dice todo. Pero lo que es una certeza que no puede ocultarse es lo que comentó el cronista de San Cristóbal: en muchas de nuestras ciudades el apodo está presente y es característica importante de nuestra cultura, porque el apodo es esencia de pueblo y otorga cercanía; por esto, los famosos buscan un apodo que no sea agresivo, pero que acerque a los fanáticos. ¿Vos sabés quién es Saúl Álvarez? Tal vez dudarás, te colocarás la mano en la sien, en posición de Pensador, y activarás a tu ardilla mental; pero si te pregunto quién es Canelo Álvarez es casi seguro que responderás en automático. En este caso queda demostrado que el sobrenombre si está por encima del nombre. Esto no sucede con los escritores. Acá hay un elemento a considerar por los sociólogos. Algunos consideran que la actividad intelectual está por encima de la actividad física. Esto es un absurdo, pero digo que la mayoría de escritores es conocida por sus nombres y no por apodos. Esto, entonces, es un agregado bobo que distancia, que aleja. Posdata: nunca hemos escuchado que alguien pregunte: “¿Te gusta la poesía del peatón, el que tomaba cucharadas de luna?”, la mayoría pregunta: “¿te gusta la poesía de Sabines?”, y punto y aparte.