lunes, 4 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON ORILLAS DISTANTES
Querida Mariana: me gustan los puentes. A los maestros y alumnos también. No hablo de estos puentes escolares. ¡No! Hablo de los puentes que unen dos orillas. En Comitán tenemos un puente modesto, pero lindo: el Puente Hidalgo. En realidad, es continuación de la calle que sube al panteón municipal, pero está por encima de un arroyo.
Muchas personas recuerdan con cariño el Puente Hidalgo, porque al lado había un campito donde muchos comitecos, en los años cincuenta, llegaban a comer, sobre todo, en Día de Muertos, después de ir al panteón, bajaban al campito a comer y compartir el Kin-Santo, los niños jugaban a la pelota.
¿Hay otros puentes? Debe haber. Son puentes modestos, nada que ver con el Golden Gate, de San Francisco, en los Estados Unidos de Norteamérica o con el Puente Chiapas que cruzamos para ir a la Ciudad de México.
Me gustan los puentes. Son construcciones que unen orillas distantes, son producto del genio del hombre. Ahora veo en el Internet puentes majestuosos.
Los puentes, como característica esencial, deben garantizar seguridad. ¿Viste lo que sucedió el otro día con un puente colgante que, en el recorrido inaugural, se fue a pique? Por fortuna no era tan alto y las personas que cayeron no sufrieron estragos físicos mayores.
Admiro los grandes puentes, los que son un desafío a la ley de la gravedad, pero los que más me gustan son los puentes sólidos que unen orillas de ríos que no son profundos.
Ayer vi una fotografía de un puente medieval, trapezoidal. Una chulada de puente, construido con ladrillos, cinco arcos. Quien en este 2022 recorre el puente sube una ligera pendiente, llega al arco central y baja hasta llegar a la otra orilla. Los constructores deben saber el motivo de esta ligera inclinación, a mí me pareció una delicia estética, pero debe tener su lógica estructural.
Los comitecos de los años sesenta crecimos con el abrazo del arco, no de puentes medievales, pero sí de los amplios corredores de las casas, con pilares unidos por arcos prodigiosos. ¿Cómo se logra el prodigio de un arco hecho con ladrillos? Por ahí, los constructores mayas nos enseñaron lo que aprendí cuando estudié arquitectura: la clave del arco está en la llamada dovela, una pieza que es la cuña central.
No, no me preguntés cómo se alcanza esa maravilla, pero así es, esa pieza central es clave, para que el arco no vaya hacia abajo.
En la carretera de Tuxtla a San Cristóbal ahora existe un puente que salva una altura enorme (ese puente se cayó cuando comenzaron a construirlo. ¡uf!). Estos puentes provocan vértigo. A la hora que pasamos en auto, a una velocidad superior a los ochenta kilómetros, no pensamos mucho en ese vacío. Si lo pensáramos, más de dos automovilistas se regresarían para viajar por la carretera vieja, donde no se corra ese riesgo. Pero, de nada serviría, porque más adelante hay otro puente, el que une las orillas del Cañón del Sumidero. El puente viejo también se derrumbó. Lo que quiero decir, niña mía, es que los puentes se caen. Me gustan los puentes medievales, porque estos no se caen. Tal vez vos, en tu viaje a España, lograste ver y cruzar uno de esos puentes sencillos, soberbios, grandiosos en medio de su modestia. Puentes sólidos, que llevan de una a otra orilla, separadas por ríos bajos.
Cuando vi la fotografía del puente medieval pensé en el Puente Hidalgo y en otro puentecito que está cerca de ahí, puente de un arco, hecho de ladrillo, construido por albañiles comitecos que conocieron las leyes de la construcción y colocaron las dovelas para asegurar que el arco salvara el vacío, como el arcoíris salva dos orillas del horizonte.
Posdata: a veces entro al google maps y hago un recorrido por el Sena, de París, veo los puentes prodigiosos que deben su fama a tantos soberbios directores de cine y autores literarios. Esos puentes han sido escenario de grandes historias. ¿Cuántas historias, más modestas, se han escrito en nuestro puente Hidalgo?