domingo, 3 de julio de 2022

CARTA A MARIANA, CON JUGUETES

Querida Mariana: en Comitán no tenemos un aeropuerto público. Lo tuvimos. Tampoco tenemos puerto marino. Nunca lo tuvimos, ni lo tendremos. No tenemos pistas de carreras, ni tampoco estaciones de trenes. No obstante, en los años sesenta, los niños comitecos jugamos con carritos, con aviones, con barcos y con trenes. Con los amigos nos reuníamos en el sitio, improvisábamos carreteritas con arena y piedras, pistas para aterrizaje de los aviones y, en el tanque, los barcos iban de una orilla a otra. ¿Qué sucedía con los trenes? Los juegos de trenes traían las vías para que ahí se deslizaran los vagones. No se valía improvisar. Los trenes fueron mis favoritos. Una vez mi abuelita Esperanza preguntó qué quería de regalo, ella vivía en la Ciudad de México. No dudé, escribí una carta y después del saludo cariñoso hice el pedido: un tren. Cuando llegó a casa, al lado de las maletas vi la gran caja llena de color con una locomotora bien bonita, tres vagones y como doce rieles, unos derechos y otros con curvita. Al ensamblar los rieles se formaba un óvalo donde el tren daba vueltas, gracias a la energía de las baterías. El desplazamiento era breve y rutinario, pero yo disfrutaba mucho el genial movimiento. Las ruedas seguían las líneas de las vías, no se salían de la raya. El maestro de dibujo nos había señalado: no se salgan de la línea. A partir de ese día, las líneas se volvieron un tema que me acompañó a cada rato. Como si viera mi casa por primera vez entendí lo que luego el pintor Cezzane me enseñaría a través de un libro con su obra: toda forma está hecha de líneas, líneas rectas, circulares, torcidas, segmentadas, largas, cortas, delgadas, rechonchas. El maestro señalaba que no nos saliéramos de la línea a la hora de iluminar el dibujo; si nos salíamos de la línea el color se derramaba como el agua en la tinaja. Todo estaba hecho con líneas, delimitado. Tomé un riel y vi que era un entramado bonito de líneas, si el vagón se salía de la línea provocaba un accidente. ¿Qué pasaba con el barco al momento de zozobrar? ¿Qué sucedía con el avión a la hora que se venía a pique? ¿Qué línea había en el aire y en el agua que provocaba los accidentes? Todos los accidentes sobre la tierra se debían a que los carros y los trenes se salían de la raya. Salirse de la raya en el dibujo significaba modificar la forma. Los estudiantes, a la hora del dibujo, seguíamos la recomendación del maestro y del viejo que, en la plaza, dibujaba una raya en el piso, se hacía para atrás y decía: “¡Atrás de la raya, que estoy trabajando!” Todos los que escuchábamos sus gritos hablando bondades de una pomada contra dolores permanecíamos atrás de la raya. El mundo estaba lleno de líneas y nosotros debíamos permanecer detrás de esas líneas. Muchos años después conocería la obra plástica de Picasso y reconocería que él fue un niño que no hizo caso de esa recomendación y logró el prodigio de formas novedosas. Picasso iba contra todo lo que los maestros nos habían enseñado. Él, como todos, atendió la recomendación en edad temprana, pero luego se rebeló, la gran aventura estaba en pasarse de la raya y de pintar líneas que contradijeran la forma aceptada. ¿De dónde mi predilección por los trenes? No lo sé. A veces voy al campo, camino entre árboles y pienso en los trenes, de tanto pensarlos casi escucho el pitido que hacen al arribar a un andén. Sólo en dos ocasiones he estado cerca de trenes reales y sólo en una viajé en tren. Con mis papás viajé de la Ciudad de México a Guadalajara. Estaba acostumbrado a viajar en asientos compartidos donde veía la espalda de los asientos delanteros. En el vagón que subimos había asientos donde los viajeros nos veíamos de frente. Mis papás y yo ocupamos tres asientos y el otro asiento fue ocupado por una señora gorda, con una verruga en la nariz, ella quedó frente a mí. En la tarde mis papás platicaron con ella, al llegar la noche yo esperaba que la luz se apagara, pero no fue así, durante toda la noche los focos estuvieron prendidos, la gente se levantaba para ir a los sanitarios y regresaba a sus asientos. Yo cerraba los ojos, pero volvía a abrirlos, sólo para comprobar lo que pensaba: la mujer no dormía, me miraba fijamente. Ese viaje fue una experiencia ingrata. En algún momento me acerqué a mi mamá y le pedí que me cubriera la cabeza, le dije que no podía dormir por la luz y, en voz baja, aseguré que la señora no dejaba de verme. Posdata: los trenes me siguen fascinando. Cuando aparece un tren en una película o en una novela o en un cuento mi rostro toma forma de gelatina de cumpleaños, sus líneas duras se suavizan y abandonan su cara de varilla. Nunca volvería a subirme a un tren de pasajeros ni me acercaría a uno de ellos. No. Me gustan los trenes de juguete, me encanta entrar al youtube y ver videos donde hay maquetas gigantescas, con montañas, puentes, ríos, haciendas, casas, y trenes que circulan de un lado a otro. El tren de mi infancia tenía un recorrido muy breve, era como un perrito buscándose la cola. No obstante, me encantaba el movimiento que no podía salirse de la raya, porque si descarrilaba la tragedia aparecía. ¡Nada de salirse de la raya!