lunes, 11 de julio de 2022

CARTA A MARIANA, CON LA INFANCIA EN LA CARA Y EN EL ESPÍRITU

Querida Mariana: ¿nunca te tocó recibir una clase dictada por un compañero? En la escuela donde estudié la primaria (la gloriosa Matías de Córdova), como en todas las escuelas del mundo, hubo niños que siempre sacaban diez, en todas las materias. Cuando, por alguna razón, el maestro se ausentaba tantito, porque debía ir a la dirección o atender a un padre de familia, nombraba a uno de los más listos, para que nos explicara el ejercicio que estaba en el pizarrón. Ah, era sensacional saber que uno de los nuestros, en maravilloso salto, pasaba de ser alumno a ser maestro. Una mañana A. P. estuve en San Cristóbal y al sentarme en el pastito, al lado de niños y niñas y papás y mamás, tuve esa misma sensación, quien estaba al frente, contando el cuento ¡era una más de nosotros!, porque mamás y papás (y yo, viejo metiche, sin hijos), tuvieron la misma edad que los hijos. Quien contaba el cuento estaba ahí porque era la niña más lista en ese rubro, de cuentacuentos, con gran habilidad contaba lo que aparecía en la ventanita. La vi de mi misma edad. No hablo, por supuesto, de edad física. No, ya dije que yo era el viejito del grupo (basta mirar el aura que tengo en la cabeza para darse cuenta que nada tengo que ver con el niño que tiene la playera de un equipo de fútbol - ¿era del Barcelona?). Pero, la atmósfera creada por la cuentacuentos era tan embrujadora que todos caímos bajo su influjo y nos volvimos niños y estábamos atentos a la trama del cuentito. ¿Ya miraste que en la ventana del kamishibai aparece un pececito que nada en una burbuja azul? La primera vez que vi un kamishibai fue una ocasión donde otro niño maravilloso, Hugo Montaño, llegó al parque central de Comitán para contar un cuento. Hugo (que en paz descanse) tenía una gran habilidad para transmitir emociones y acciones de historias. Él era un maravilloso niño de diez. Busqué en el Internet la palabra kamishibai y supe que es una palabra japonesa que significa “teatro de papel”. En realidad, acá se ve, la ventanita está hecha de madera y son las ilustraciones las que están hechas sobre papel. Esa mañana, en San Cristóbal de Las Casas, la niña cuentacuentos pasaba las figuras mientras narraba la acción. Todos estábamos emocionados, niños atentos. Vos sabés que la magia de los cuentos infantiles atrapa a todos, borra edades y seduce la mente de los escuchas y de los lectores. Ese día me boté en el césped (jamás podría sentarme como se sentó la chica de la trenza) y conforme me agachaba y oía la voz de la cuentacuentos me transformaba en niño, me hacía chiquito, volvía a tener seis o siete años (tal vez la edad del niño del Barcelona) y no me perdía nada de lo que estaba sucediendo frente a mí, frente a nosotros. ¿Ya viste el prodigio? Bastó una caja de madera como base y el teatrito de papel para convocar a un grupo de niños y niñas que estábamos dispuestos a olvidar la piedra del día al día y treparnos a una nube para escuchar y ver, sobre todo ver, con la imaginación, qué le ocurriría al pececito dorado, con los ojos muy abiertos y con la cola de propela. La imaginación no necesita más que un pedacito de aire. He visto en muchas plazas del mundo la presencia de niños de diez que cuentan cuentos, hacen bailar a títeres, tocan panderetas y flautas, bailan, cantan, recitan, hacen equilibrio en cuerdas y actos de magia. Su presencia convoca a multitudes. Cuando el niño de diez saca el títere de un baúl la gente se detiene y lo ve con admiración. Los niños de diez siempre causan admiración tanto a los de afuera como a los del salón. Claro, no falta el niño que envidia al de diez, pero, en general, hay una aprobación por el que se distingue, por quien tiene, como en el caso de la fotografía, el don de contar cuentos, de estimular la imaginación de los demás. Posdata: me encantaban esos tiempos A. P. donde nos reuníamos sin restricciones, donde el aire era la burbuja que nos unía. Esa mañana en San Cristóbal de Las Casas, en un patio del Centro Cultural, disfruté el proceso donde volví a ser el niño que siempre soy.