sábado, 16 de julio de 2022

CARTA A MARIANA, CON CANASTEROS Y CANASTERAS

Querida Mariana: el objetivo del básquetbol es anotar el mayor número de encestes; es decir, meter el balón en el aro de la canasta. ¿Mirás? Hoy se dice encestar, usando cesta como sinónimo de canasta, pero en los años sesenta y setenta acudíamos a la Cancha Pantaleón Domínguez para ver canastear a los grandes basquetbolistas. La afición se emocionaba cada vez que, desde una esquina, el famoso Chenco tiraba el balón hacia el aro y canasteaba. En este deporte se hacen famosos los encestadores; es decir, los canasteros y canasteras. En el pueblo son famosas las canasteras, mujeres que cargando un canasto ofrecen las verduras y frutas que cultivan en sus parcelas. Luis Aguilar Castañeda, famoso escultor comiteco, las inmortalizó en la escultura que está en el parque central, y que fue premiada en Japón. La escultura se llama “Día marcado”, título sensacional, porque estas canasteras marcan el día a día de los pueblos, en sus canastos no sólo llevan tzolitos, manía y culantro, ¡no!, también ofrecen los rayos del sol, la lluvia, ¡el aire! Ya te conté que, en los años setenta, cuando alguien fallaba el tiro al aro se le mandaba a comprar un peso de puntería a la tienda de doña Mariana, que estaba frente al parque de San Sebastián. Esto que era un mero chascarrillo resulta hoy una frase maravillosa que alude a un imposible, pero que abre ventanas en el mundo de lo posible. Nadie vende pesos de puntería, pero hay personas que sí se profesionalizan en ejercitar a otras para que sepan los milagros del enceste en el básquetbol. Por desgracia, en nuestro pueblo esta profesionalización no se dio, nos resultaba más fácil enviar a los que fallaban a comprar un peso de puntería en la tienda de doña Mariana. Hoy, el horizonte es un poco diferente. La hija de mi amiga Lulú Guillén de León (Lulú creció en el mismo barrio donde estaba la tienda de doña Mariana) es ahora una profesional que dirige una escuela de básquetbol. ¿Mirás? Ella no vende pesos de puntería, pero sí entrena a chicos y chicas para que aprendan los secretos del enceste. ¡Genial! En los años setenta iba con la palomilla a ver los encuentros en esa cancha, que luego se convirtió en lo que actualmente es: el auditorio municipal Roberto Bonifaz Caballero. Acudíamos, sobre todo, en los cuadrangulares que realizaban en la feria de agosto. Ah, el ambiente era sensacional, tres selecciones de otras ciudades llegaban para enfrentarse con la gloriosa selección comiteca. Ya podés imaginar la algarabía de la porra local. Recuerdo que la tribuna pegada a la espalda del templo de Santo Domingo era de cemento y la de enfrente estaba hecha con planchas de madera. En cada época del básquetbol comiteco han existido los jugadores sobresalientes. Nos hace faltar compendiar todos los nombres de los jugadores y directores técnicos de los diversos equipos; está pendiente la recopilación de fotografías actuales y de antaño, donde se aprecien los grupos deportivos en diversos actos, acompañados con sus madrinas. Antes eran escasos los equipos femeniles, pero era concurrida la asistencia de mujeres en las tribunas. Hoy, por fortuna, hay muchas basquetbolistas de enorme capacidad, comenzaron en la edad escolar, se aficionaron y siguen practicando este maravilloso deporte. En los años setenta fue famoso el equipo de “La prepita”, que fue dirigido por el maestro Roberto Bonifaz Caballero. Cuando fui a estudiar a la Ciudad de México dejé de acudir a encuentros de básquetbol, lo que indica que no era una auténtica afición, acá iba por estar con los amigos. Desde entonces ya no volví a pisar duela alguna, porque, también debo señalarlo, querida mía, durante algún tiempo fui integrante de equipos de básquetbol, ya te conté que en la primaria un grupo de compañeros me invitó a formar parte de un equipo, me emocioné, pero luego la decepción apareció, me invitaron sólo porque fui a casa a pedirle a mi papá que patrocinara la compra de las playeras. Ya en la prepa jugué un poco en la vieja cancha Pantaleón Domínguez, pero te conté que un día (¡ay, señor, qué mal deportista era!), antes del encuentro vespertino fui a tomar uno o dos vasitos de tequila, llegué a jugar con aliento alcohólico, encesté en varias ocasiones y un amigo me dijo que el maestro Roberto Bonifaz me llamaba, ¡Dios mío!, pensé que se había dado cuenta que estaba a medios chiles, el amigo partió un cigarro y me dio tabaco para que lo metiera a la boca, con eso, me aseguró, la peste del trago se evaporaría, me eché el montón de tabaco y me presenté ante el maestro Roberto. Él estaba en la caseta del lado oriente y me dijo que había visto que no era mal encestador, que había jugado bien. ¡Uf, el alma me volvió al cuerpo! Respiré de nuevo, agradecí y regresé a la cancha como si hubiera ganado medalla de plata en juegos olímpicos. Una mañana, en el tiempo A. P., hace como tres o cuatro años, fui al mercado primero de mayo a comprar unos cacahuates con cáscara, con la vendedora que pone su canasto en la banqueta, mientras esperaba que me atendiera escuché el clásico sonido del rebote del balón sobre la duela, vi que la puerta del auditorio estaba abierta, imaginé que había un grupo de basquetbolistas entrenando. Cuando recibí la bolsa con cacahuates subí la rampa del auditorio y me asomé. Un grupo de chicas ensayaba el tiro libre, formaban una fila y en cuanto tiraban hacia la canasta, corrían al final de la fila para esperar su turno. Algunos tiros entraban “limpios”, sin tocar el aro; otros coqueteaban con el aro y entraban o se escurrían sin pasar por el aro; y muchos más chocaban en el tablero sin acercarse a la canasta, a estas muchachas les convendría ir a San Sebastián a comprar un peso de puntería. Había pocas personas sentadas en la tribuna, dos chicas tomaban atol de granillo en vasos de unicel y un señor leía el periódico con las piernas estiradas, sin poner atención al entreno de las chicas, que vestían uniforme con short amarillo y blusa roja, con vivos blancos. Me fijé que en las paredes laterales, colgaba una serie de lonas con fotografías y nombres de algunos jugadores reconocidos. Pensé que eso era como un Salón de la Fama del Básquetbol Comiteco. Pensé que eso era una genialidad. En esos tendederos estaba parte de los pasos de este deporte en nuestra localidad, es el gran comienzo para armar la historia que nos otorga identidad. Sí, decenas de aplausos a quienes se les ocurrió esta iniciativa. Con emoción recorrí de extremo a extremo las tribunas viendo las lonas con los rostros y nombres de los deportistas reconocidos. Sé, todo mundo lo sabe, que faltan más. Ahí están todos los que son, pero no son todos los que merecen estar. Hay nombres y caras que faltan. Pero, insisto, aplaudo la iniciativa. Me dio gusto encontrar un cristal luminoso del vitral de este deporte. Vi caritas que reconocí de inmediato, otras no las identifiqué, porque, digo, ya no volví a ser espectador de este deporte. Pero sí vi rostros amigos de dos o tres que llenaron de agitación la cuerda al sentarme en la tribuna: Julio Sánchez Morgan, el famosísimo Chenco (porque es zurdo) y Mariano A. Penagos García, el no menos famoso Camello. Dos basquetbolistas supremos de aquellos tiempos de mi adolescencia. Vi sus rostros y escuché las ovaciones cuando encestaban, la algarabía que provocan en las tribunas con sus magistrales jugadas. ¡Grandes maestros! Maestros como los demás ahí reunidos. Esa mañana no vi la duela, caminé al lado de ella, viendo a lo más alto de la tribuna. En tendederos estaban colgados los pendones del honor. Hice, mentalmente un pase de lista, al leer los nombres de ellos y escuché que, en lugar de decir ¡presente!, decían: ¡por el honor de Comitán!, y encestaban. Leí los siguientes nombres: Armando Vidal Tovar, Ernesto Castellanos, Jaime Sánchez Castillo, Óscar Salvador Gómez, Mariana Penagos Culebro, Mariano A. Penagos García, Carmelita Espinosa Hernández, Óscar A. Espinosa Aguilar, Guadalupe Ruiz Guillén, Armando Vidal Avendaño, Guadalupe Meza Caballero, Roberto Vidal Avendaño, Julio Sánchez Morgan, Horacio Nucamendi León, Jorge Culebro Ceballos, Lourdes Guillén De León, Roberto Bonifaz Caballero, Carlos Miguel Sastre Maytín, Julieta Porras Casillas, José Rafael Zepeda Gordillo, Roberto Bonifaz Alfonzo, Cleofas Domínguez Guillén y Manuel González Fonseca. Posdata: el auditorio municipal Roberto Bonifaz Caballero fue construido frente al edificio del mercado primero de mayo. Esa mañana me sorprendí gratamente al hallar la presencia de enormísimos canasteros y canasteras: en el mercado ofreciendo flor de calabaza, hinojo, chayotes, cacahuates, tzolitos, flores; y en el auditorio ofreciendo gajos de luz.