sábado, 23 de julio de 2022

CARTA A MARIANA, CON NUBES EN EL PISO

Querida Mariana: hay de ofensas a ofensas. Todo mundo ha ofendido en forma verbal a alguien en una ocasión y todo mundo ha sido ofendido. ¿Te han dicho algo que te dolió mucho? En la primaria había una niña que, por cualquier cosa, volvía la mirada con furia y decía: “Carota de torta”. Una vez me tocó ser cara de torta y pensé que ella debía especificar de qué torta hablaba, porque en Comitán había diversas clases de torta, con mi papá acostumbrábamos comprar las riquísimas tortas de pierna, del restaurante “July”, o las tortas que vendían en la dulcería del Cine Comitán. Las del July tenían un pan de color ámbar exquisito, las del Cine eran blancas y, sí, un poco pachas, con cara arrugada, con la boca de lado. Así que cuando me dijo “Carota de torta” pensé que se refería a las del cine; pero, como las del cine también eran riquísimas, su ofensa no servía para definir su enojo. La vez que sí me sorprendí fue una tarde, ya estudiante de bachillerato, cuando, con dos o tres cervezas entre pecho y espalda, me atreví a tomar a una chica de la cintura para querer besarla (el alcohol me otorgaba un valor absurdo y tonto), ella se retiró, manoteó y dijo: “¡Quítate, basura!”, me quité, mientras los amigos, también bolencones, se burlaban. La chica echó a correr, uno de los amigos dijo: “Vonós, no vaya a traer a su papá”. Fuimos al cine y nos olvidamos del hecho. No sé si ella lo olvidó. Al otro día me di cuenta que yo no lo había olvidado, vi mis manos y quise que estuvieran llenas de un corazón bonito para ofrecérselo a ella en señal de disculpa; luego (ah, siempre tan bobo) analicé su ofensa, me había comparado con basura, pero no había especificado qué clase de basura. Salí de casa para ir a la prepa y lo primero que vi en la calle fue una envoltura de un chicle Motita. Los Motita eran chicles muy deseados en los años setenta. La envoltura que estaba en el suelo era amarilla; es decir, había servido para envolver un chicle sabor plátano. No sé si aún venden esos chicles, eran riquísimos, los de sabor plátano eran deliciosos. A mí me gustaban los de sabor plátano y de menta, que venían en una envoltura azul. También habían de fresa y de sabor uva. La chica me había dicho que yo era basura, si era como esa envoltura dije que no estaba mal, era cubierta de algo sabroso, seguí caminando por la calle, contento, casi con ganas de cantar que era una envoltura de chicle Motita, sabor plátano. La escritora española Rosa Montero dice que cuando uno de sus personajes es enano, a cada rato se topa con enanos. Lo mismo me sucedió a mí, porque a la siguiente cuadra, ya cerca de la esquina vi una cáscara de plátano a mitad de la banqueta. La cáscara ya estaba dura, su piel había tomado una coloración con manchas oscuras, como si una hormiga enlodada hubiera caminado encima de ella. Pensé que si la chica había pensado en esa clase de basura no estaba mal, porque yo era cubierta de una fruta sabrosa, tan sabrosa que era el ingrediente principal del chiche Motita; además (ah, Molinari, cuándo no), pensé que el platanito se había conservado bien, gracias a la envoltura echa basura, pero esa frutita se ve muy bien en los labios de las chicas. Volví a sonreír, habían bastado dos cuadras para casi casi envolverme en la luz de la basura, era envoltura de cosas dulces, nutritivas y sensuales; no estaba tan mal. Como si estuviera en una mesa de juegos en Las Vegas decidí que no seguiría apostando, porque era casi seguro que la siguiente basura mandara al bote mi entusiasmo. ¿La chica había dicho que era basura? Pues no me había ido tan mal. Decidí que no vería hacia el suelo, caminaría viendo las fachadas de las casas comitecas, con sus balcones hermosísimos y sus puertas monumentales con llamador de bronce. Llegué a la prepa, me reuní con los amigos que estaban en el patio, en cuanto estuve entre ellos, comenzaron a molestarme: ¡la basura!, dijo uno, como si fuera el güero de la basura y avisara que el camión ya estaba cerca (el güero de la basura fue un personaje famoso de los años setenta, iba arriba del camión y le decían así porque era albino). A distancia vi a la chica que había ofendido con mi atrevimiento, la que me había ofendido bautizándome como basura, sonreí porque pensé en que era envoltura de chicle Motita y cáscara de plátano. Al término de clase me despedí de la palomilla y, con la ambición del jugador de póker que ha ganado en todos los juegos, bajé la vista y, mientras caminaba, dije que sería la primera basura que hallara. ¡No lo hubiera dicho! Ya sabemos que los ambiciosos pierden lo ganado y lo que llevan en el bolsillo. ¡Unos cerotes color café oscuro!, eso fue lo que miré. Los desechos de un asqueroso chucho estaban al lado de la pared de una casa, la peste subió hasta mi nariz y se metió hasta mi alma. ¡Cerotes de chucho!, sí, sin duda, eso había pensado la chica a la hora que, con sus manos me retiró y dijo que yo era basura. Yo era un cerote. Sí, mi atrevimiento no había sido dulce como Motita o seductor como plátano, ¡no!, había sido algo que provenía de un perro sarnoso. Toda mi alegría matutina se fue al albañal y pensé que eso me había dicho ella, era liga babosa de albañal. Pensé que me estaba trepando a la cruz, me estaba sacrificando a lo tonto. Me paré en la esquina y dije que debía elegir entre ser envoltura de Motita o plasta de caca. Ah, la mente es una compañera fiel pero traidora, repetía que era envoltura de Motita, pero diez segundos después en mi mente aparecía la imagen de la envoltura amarilla con un cerote adentro. ¡Qué asco! El tiempo sanó la llaga. Una vez coincidí con la chica, ella platicaba con un grupo de muchachos al que me incorporé, ella sonrió y yo también, en el primer momento quise ofrecer disculpas, pero un segundo después pensé que era como quitar la costra en la herida. Ya sabés cómo son los amigos, una amiga de ella dijo en voz alta: ¿No nos vas a saludar de beso? Todas rieron, ella y yo nos pusimos colorados. Eso fue el punto final de la historia. Pero, ahora, muchos años después pienso que en la ofensa verbal nunca queda muy claro el grado de humillación. La niña de la primaria que nos decía a todos que teníamos cara de torta nunca supo que en México la oferta de tortas es extensísima. Si ella hubiera dicho cara de torta de chorizo con huevo, ah, bueno, habríamos tenido más elementos de comparación; o torta ahogada o torta cubana. Imaginá todo el polvo que habría levantado al decir: ¡carota de torta guajolota! (claro, acá habría dicho carota de torta jolota, y como el guajolote es cotz en idioma tojolabal, bien pudo decir ¡carota de torta cotzera). ¿Sí identificás la torta guajolota? Es la que comen miles y miles de personas en la Ciudad de México, la que lleva un tamal en medio del bolillo. Es bien rica, yo la pedía con tamal verde. Pienso que la basura se ha degradado conforme el paso del tiempo. Ahora me dolería más el insulto de ser basura. En el tiempo A. P. (antes de la pandemia) salía a caminar por las calles del pueblo, porque sigo admirando los balcones y las puertas monumentales con sus llamadores de bronce, y me topaba con unos globitos desinflados, de esos que les llaman condones. Dios mío, ¿cómo llegaban a espacios públicos esos condones usados, cuando todo mundo sabe que son chunches que se emplean en espacios privados? Imagino que una parejita hace travesuras en el interior de un auto al salir de una fiesta y al terminar el juego el varón abre la ventana toda empañada y tira el condón. ¡Qué asquerosidad! En Comitán usamos el término “hormota” para ofender. Esta ofensa alude al físico del ofendido. “¡Callate, vos, hormota de barril!” Se supone que el nombrado está un poquito excedido de peso y su cintura es amplia y generosa, como aro de circo. Todo está bien, pero el ofendido debería conocer a qué tipo de barril se refiere el otro, a fin de saber el grado de irritación; porque hay de barriles a barriles, hay unos barrilitos bonitos y otros que ya llegan a ser toneles. Además del tamaño del barril sería importante saber de qué está lleno, porque esto daría una idea de la corpulencia del monstruo del enojo. No es lo mismo estar lleno de comiteco, que de agua, o de pulque, o de cerveza. Se corre el riesgo, a la hora de hacer la pregunta, de escuchar una ofensa mayor: “¿De qué, animal, de qué estás lleno? De coymut, sí, tenés hormota de barril lleno de coymut” (coymut es palabra del idioma tojolabal que significa caca de gallina). Posdata: las ofensas verbales afloran al calor de una discusión o de un hecho agresivo. El día que quise besar a la chica, ella no tuvo más recurso que decirme basura. Ahora, muchos años después, pienso que su defensa fue luminosa, bien pudo decirme mil cosas más agresivas, sin embargo, ella no hizo más que mandarme al basurero, lugar donde debían estar los muchachos atrevidos. Me mandó al basurero, bien pudo mandarme al infierno o al rancho del actual presidente de la república. Ella era una niña bella, limpia. Sí, no merecía que se le acercara un tipo repugnante con aliento alcohólico.