miércoles, 7 de enero de 2009

Las banquetas de Comitán


Comitán es un pueblo nube. No todos lo ven así. Hay gustos para todo. Algunas personas dicen que Comitán es un pueblo aburrido.
Agradezco a Dios por darme la capacidad de hallar el asombro en cada piedra, en cada calle, en cada teja de este pueblo. Hay muchos comitecos y extraños que, de igual manera, se asombran ante este asombro de pueblo, pero hay otros que reclaman espacios para divertirse: no hay antros de categoría, no hay plazas comerciales, no hay cines, dicen. Claro, claro que no hay. Este pueblo es un tablón donde crece la enredadera de lo sencillo.
Cuando la rutina quiere trepar sobre mi hombro, salgo a la calle y juego el juego del escalador.
La ventaja de este pueblo es que su clima es templado y no existe la nieve que sí existe en el Kilimanjaro o en el Everest.
¿Recuerdan aquel juego de niños en que subíamos a una bardita y caminábamos sobre ella? El juego del escalador se parece mucho. Claro, el juego de la bardita era un juego de niños. El juego del escalador es para hombres intrépidos.
Para jugarlo basta elegir cualquier subida o bajada y caminar sobre la banqueta. La única regla a seguir es: Nunca debes bajar de la banqueta, no importa qué tan escarpada esté. Como este pueblo anidó sobre una montaña, su orografía obligó a sus constructores a improvisar las entradas de las casas. ¿Cómo se construye una banqueta que no se convierta en un tobogán? Se construyen gradas o pequeñas pendientes de diferentes materiales.
Un día el contagio del automóvil llegó a Comitán y obligó a romper banquetas para construir entradas a cocheras. Así, las banquetas se convirtieron en lo que hoy son: unas grandes laderas escarpadas por donde los comitecos jugamos al escalador. El primer paso se da en piso firme, pero basta dar tres o cuatro pasos más para sentir que el piso se abre ante una pared de medio metro de alto, acá es necesario apoyarse en la pared para poner el pie izquierdo sobre una piedra que sobresale. Este es el primer escollo salvado. Cinco pasos más adelante se topa uno con una entrada de cochera, con sesenta grados de inclinación. Para cruzar este paso de la muerte debe uno agarrarse de los barrotes de las puertas de metal. Al término, uno siente un ligero sudor sobre la frente revuelta con un caldo de adrenalina. Cuando el intrépido llega a la cima, Comitán hace el prodigio de convertir en águila al hombre.
¿Aburrido este pueblo? ¡Por favor! Para quienes piensan así los invito a bajar sin ayuda de cuerda y piolet por estas laderas interminables. Comitán tiene el privilegio del deporte extremo ¡extremísimo!, a cada vuelta de esquina (o más bien dicho: a cada subida o bajada de calle).