sábado, 17 de enero de 2009
Rulfianas
La mayoría de escritores descree de la inspiración. Rulfo fue de ellos. Juan Rulfo (ya se sabe, uno de los más chipotludos de la literatura en lengua hispana) creía en el trabajo.
Durante mucho tiempo pegué en mis libretas una anécdota de Vasconcelos. Don Pepe contaba que durante un tiempo acostumbró reunirse con sus cuates a tomar la cerveza, hasta que un día decidió ya no volver: ¡perdía su tiempo! Todos sus compas hablaban de las grandes obras que crearían, pero nadie trabajaba en ello. Vasconcelos decía que muchas grandes obras se quedan en la mera plática de café. Desde entonces, yo también descreo de las tertulias. He comprobado que el trabajo diario hace la diferencia.
Lo de Rulfo parece una ironía, pues sólo publicó dos libros. Su producción pareciera indicar que fue un viejo que escribía de vez en cuando. Pero no fue así. Si publicó sólo dos libros fue porque se exigió demasiado. Tanto su novela como sus cuentos son libros excelentes.
La mayoría de escritores cuya obra ha trascendido, tiene la costumbre de ser talachera. Estos escritores escriben todos los días, poseen cierta rutina de creación, un horario que nunca es menor de tres o cuatro horas.
La chamba creativa consiste en sentarse y escribir. La inspiración es una figura mítica absurda.
Ahora que escribí eso de sentarse para trabajar recordé la anécdota de un escritor famoso que nunca se sienta, él no concibe la creación literaria como un acto pasivo. Él mandó a hacer una especie de atril donde coloca su cuaderno. Camina de un lado para otro y conforme van fluyendo las ideas él las escribe. No se sienta en ningún momento (los que acostumbran escribir en computadora tendrían que mandar a hacer un mueble especial, no tan difícil en el caso de una laptop, más complicado en el caso de una computadora viejona como la que tengo yo). He practicado ambas modalidades. Puedo decir que cuando camino fluyen los conceptos de mejor manera (además este método es bueno para la condición física). Esto lo hago cuando escribo sobre un cuaderno, porque -ya lo dije- tengo un maquinón antediluviano que exige una estructura de hierro y para esto no tengo espacio en mi microcasa, ni dinero para invertirlo en fierros.
Todo esto para decir que si quiero ser escritor debo trabajar cada día. La novelilla me exige esto. Basta constancia. ¡Que Dios ayude a encontrarla! Porque parece que doña constancia es más escurridiza que doña inspiración. Adoptar una disciplina talachera no es fácil. La fiaca también deja en el vacío muchas buenas intenciones.