lunes, 26 de enero de 2009

A VECES


Cierro los ojos y algo como un baúl destraba sus palabras. Cada palabra es como un viento desparramado sobre el árbol. Cada objeto tiene un nombre, cada nombre remite a la ventana donde los niños confunden los mangos con las nubes.
Digo libro y vuelan hojas; digo radio y la voz de un locutor convoca a Pedro Infante. México es una amapola de los años cincuentas. Todo es en color sepia o en blanco y negro. El mundo baila al ritmo de un danzón y las mujeres usan guantes blancos. Todo es más simple, todo es paso pachuco, sombrero de fieltro y calandrias sobre las calles.
Digo libro y todo es como un cielo lleno de golondrinas.
Hoy, mientras caminaba frente al templo de San José, el cielo se llenó de golondrinas. Cientos de pájaros cubrieron el espacio. ¿De dónde venían? ¿Cuál era su prisa? Un zanate pareció confundirse y optó por "estacionarse" en la fronda de un árbol. Igual que el ave yo también quedé sorprendido. La duda aún persiste. ¿Qué instinto hace que las aves se reúnan y vuelen todas hacia una misma dirección? ¿Por qué nadie vio el cielo a esa hora? ¿A dónde se dirigían los hombres que, sobre sus carros, apenas se detenían en las esquinas sólo para ver si no venía carro en la calle perpendicular?
Cierro los ojos y algo como un mar de aves llega a descansar sobre las palabras. Digo Sol y todo se ilumina. Todo es como si el cielo se llenara de aves de luz. ¿Qué hace el zanate de la sombra mientras la luz vuela sin intermitencia?