jueves, 8 de enero de 2009


Los papás nos prohibían leer “esas” revistas. Pero todo mundo las leía (bueno, con excepción de los muy puros y castos).
Había que guardarlas debajo de los colchones o mero hasta arriba del ropero. Los menos atrevidos pedíamos favor a los cuates para que éstos las guardaran en sus casas. Lalo no tenía papá, él guardaba las revistas de todos los cuates, era más fácil para él pues su mamá (enfermera) casi casi no estaba en casa.
En ese tiempo nos iniciábamos en la lectura de estas revistas a la edad de trece o catorce años (sí, sí, éramos menos precoces que los muchachos de estos tiempos).
En una matiné organizada por los padres de familia de la primaria Matías de Córdova miré por primera vez a una mujer encuerada. Los encargados del cine Comitán no tuvieron la precaución de revisar la película que exhibieron a niños de nueve o diez años de edad. Exhibieron “Viento Negro”, una magnífica película con David Reynoso (de ahí, precisamente, le quedó para siempre el mote de “El mayor”, porque así le decían en la película. Se descubre que le decían así porque era “el mayor hijo de la chingada”). Bueno de esto nos enteramos los indefensos chamaquitos y, para completar nuestra formación en materia sexual, vimos una escena en donde una mujer morena se baña; a través de una ventana muestra uno de sus senos. Cuando vimos esa escena, el silencio fue como una losa eterna en toda la sala. Los muchachitos no salíamos de nuestro estupor (y creo que hasta la fecha no hemos salido).
Desde entonces nos quedó el gusanito por saber más. Todo cuerpo desnudo representa un enorme misterio. Tal vez el más grande de la creación.
Yo soy un lector de literatura gracias a las revistas especiales para adultos (que en realidad los editores los hacen especialmente para adolescentes pues saben que ahí está el germen de la duda permanente). Los editores de esos tiempos de revistas para hombres adultos(no sé cómo sean ahora pues ya no las compro) sabían cómo justificar sus “travesuras sexuales”. Tal vez para que las conciencias de la vela perpetua no tuvieran pretexto para iniciar campañas en contra, los editores publicaban al lado de muchachas bonitas cachondas encueradas apetitosísimas textos de grandes escritores. Pongo, de ejemplo, en el número donde apareció Lety Pinto y Meche Carreño (dos actrices del cine mexicano, mucho más reconocida Meche que Lety) aparecen textos del escritor cubano Cabrera Infante, de Renato Leduc y de Mario Vargas Llosa ¡Nadita!
Los lectores de ese tiempo nos deleitábamos la pupila, el corazón, el esternón y algunas neuronas arrepentidas. Los muchachos de esos tiempos tenemos buen gusto y alegre el corazón por mirar tanta muchacha bonita y somos lectores de Vargas Llosa, García Márquez y demás fauna porque ellos aparecieron enredados en lianas de bellas actrices.
Que Dios bendiga a esos editores, a esos escritores y, sobre todo, a esas muchachas bonitas que se atrevieron a mostrar sus cuerpos para que los simples mortales creyéramos que el cielo era posible alcanzarlo.