domingo, 19 de abril de 2009

El deseo sin deseo


¿Bromeas?, me pregunta Mariana y yo, con cierta pena, le digo que no. Es cierto lo que digo: Nunca deseé tener una bicicleta. Yo veía cómo mis amiguitos "se morían" por una bicicleta. Cada año la pedían en la carta al Viejito de la Noche Buena. A muchos les fue cumplido su deseo y los vi maravillarse la mañana del veinticinco y trepar sobre ese deseo y salir a la calle de un Comitán cuyas calles eran tranquilas.
¿Y entonces qué deseabas?, me pregunta Mariana, y yo, con cierta pena, le digo que no sé. No recuerdo. Es como si hubiese sido un niño sin deseos. Nunca aspiré a más. Tal vez sentía que lo tenía todo. Era yo feliz sin posesiones buscadas. Claro, como fui un niño consentido (recuerden que soy hijo único y mis papás me mimaron hasta el extremo. Mi mamá aún me cuida y me protege en demasía y yo lo agradezco y lo acepto con humildad), tenía objetos especiales que mis compas no tenían. Poseía, por ejemplo, un carro de pedales. Era un carro color plata, el hijo de la sirvienta se encargaba de empujar el carro para que yo tomara más velocidad. No había necesidad de salir a la calle (mis papás jamás lo hubieran permitido) porque mi casa era enorme y bastaban los cuatro corredores con piso de ladrillo para imaginar que era el circuito más grande del mundo.
Nunca ambicioné, nunca deseé algo en especial. Es extraño. Ahora ya mucho mayor, casi casi me sucede lo mismo. Soy feliz con lo que tengo.
Ahora que sigue de moda un libro y un documental que nos transmite "El secreto" y donde "en secreto" nos dicen que podemos poseer lo que deseamos simple y sencillamente a través de la Ley de la Atracción veo un carro de esos apantallantes y pienso que yo no podía treparme a uno de esos (es decir, como una posesión mía, me trepo, claro que trepo a esos autos vanguardistas porque muchos de mis compas -que en la infancia no tuvieron el carro que yo tuve- ahora los poseen).
¿De verdad no deseás nada?, insiste Marianita. Sí, por supuesto, dejaría de ser humano de no hacerlo. Pero "no muero" por "las bicicletas". Me gustaría conocer París. Ir en un viaje que tarde un mes, por ejemplo. E imaginar que París es una isla en medio del mar (justo a la mitad del mar Índico, por ejemplo). De tal suerte que no puedo salir de ahí. Al mes, cuando regrese a Comitán y mis compas me pregunten qué conocí les diré ¡París!, y cuando alguien me preguntara si no aproveché a ir a España (tan cerca, tan bonita) diré que no sabía que se podía viajar para allá. Claro, en el fondo lamentaré no haber ido a Italia, a la tierra de mis ancestros. Pero sé que entonces ya tendré un deseo para pedir en mi carta al Viejito de la Noche Buena: ¡Un viaje a Florencia!
Nunca aprendí a montar bicicleta. Una vez Rafa, que en nuestros tiempos de secundaria tuvo la primera minimoto que existió en Comitán, quiso enseñarme a manejarla, pero yo le agradecí. Nunca me ha llamado la atención lo que implica un riesgo. Soy un hombre sosegado. Tal vez por esto no ambiciono más de lo que Dios, a manos llenas, me da. Vivo en Comitán, con mi familia que está bien. Por esto, año tras año mi carta al Viejito de la Noche Buena se queda vacía. Aún está en espera de hallar la palabra exacta que traduzca mi mayor deseo.