jueves, 2 de abril de 2009

EN BLANCO Y NEGRO



Viví mi adolescencia en los años setentas. Iba al cine, seguido. En el “Cine Comitán” exhibían únicamente películas mexicanas. Esto hizo que los cinéfilos comitecos de esos tiempos fuéramos un poco expertos en el cine que se realizaba en nuestro país.
Hace dos noches fue la entrega de los “Arieles”, los máximos premios que reciben quienes intervienen en la realización de las películas mexicanas. Es una pena reconocer que el día de hoy estamos más enterados de la entrega del Óscar que del Ariel. Asimismo es una pena que hoy los espectadores del cine mexicano cada vez son más escasos.
También es una pena -para mí- decir que en mi ciudad (de más de ciento veinte mil habitantes) no hay una sola sala cinematográfica (bueno, digo todo cuando digo que ni a las instancias culturales se les ha ocurrido implementar una pequeña sala para cine de arte).
Es una pena porque esto provoca un enorme vacío de identidad. Somos lo que vemos, así entonces ahora somos un poco el cine de Hollywood.
Como el cine norteamericano está plagado de “efectos especiales” los jóvenes de hoy creen que todo en la vida debe ser así. Imparto una clase en bachillerato y advierto que mis alumnos esperan de mí, en cada clase, una especie de efecto especial y espacial. No les basta abrir el libro para leer y hacer una reflexión, desean un poco la magia de lo virtual y del artificio para llamar su atención.
Iba al cine tarde a tarde. Iba con Armando o con Jorge o con Ramiro o con Javier. Comprábamos unos tacos dorados y un vaso de refresco a la entrada y, mientras comenzaba la función, veíamos a los demás espectadores. Cuando las luces se apagaban y la pantalla tomaba vida,Jorge Rivero, Meche Carreño, Tin tan, Viruta y Capulina, Julio Alemán, Fany Cano, Isela Vega (¡!), Irma Serrano, Pedro Infante, Jorge Negrete y demás aguas simples nos hablaban en nuestro idioma de cosas cercanas a nuestro mundo. El efecto especial era un alambre que simulaba el vuelo de un vampiro de peluche o una caja de cartón con focos rojos que aparentaba ser una mega computadora en el laboratorio del Doctor Misterio.
Era un cine simple. Hoy el cine es complejo y por ende, los hombres, nos hemos vuelto complicados.
Hoy, ¡es una pena!, hay muchachos que tuercen la boca cuando alguien los invita al cine y resulta que la película “es mexicana”. Ver cine mexicano es para nacos, lo "nice" es ver a Brad Pitt, a Angelina Jolie, a Di Caprio.
No tengo el dato exacto (escribo de oídas), pero supongo que en los videocentros la renta de películas mexicanas debe ser mínima. Por esto, cuando los Arieles se entregan, los cinéfilos ya casi casi no sabemos de qué película están hablando, de qué actor se trepó sobre el rollo. Somos casi casi expertos en cine gringo. ¿Qué pena?