sábado, 11 de abril de 2009

EL PARTIDO DEL SIGLO


Le llamaron "El partido del siglo" (ahora habría que agregar "Del siglo XX"). Ayer prendí la televisión y hallé la película del Mundial de 1970. Le dije a mi mamá: "Mirá, el partido que viste en casa de doña Elvita de don Polo Torres".
Para ilustrar este texto busqué una imagen en el internet. En el buscador escribí "Partido del Siglo" y aparecieron cientos de fotografías de otros partidos (tuve el temor de que incluso apareciera una fotografía del PRI). Con el transcurrir del tiempo todo se devalúa. Hay cientos de "La pelea del siglo", cientos de "La mejor novela jamás escrita". A mis lectoras, por esto, les recomiendo duden cuando su amado les diga: "Sos la mujer más bonita del mundo" (seguro que hay millones de hombres que dicen lo mismo y seguro que su amado ha dicho lo mismo a más de diez "bonitas"). De pronto el lenguaje se nos hace escaso y un sustantivo o un adjetivo lo desgastamos.
En 1970 yo estudiaba la secundaria. No me importaba mucho el fútbol, pero como medio mundo estuve atento a lo que sucedía en el estadio azteca y sedes alternas. Como no tenía televisión, fui a casa de mi primo Mario Bermúdez y ahí "escuchamos" el partido inaugural: México-Rusia (hoy sé que sólo era por la emoción de compartir). Me tocó ver en la televisión (en casa del maestro Paquito García, quien fue un pintor que enseñó los secretos del oficio a muchos muchachos) el partido México-Italia. Ni el refresco que nos ofreció sirvió para endulzar un poco la vergüenza del cuatro a uno a favor de Italia. El destino es maravilloso, estoy seguro que si México le hubiera ganado a Italia no habría jamás protagonizado "El partido del siglo".
Recuerdo que fue una tarde, yo no sé en qué lianas andaba enredado. Cuando llegué a casa comentamos con mi papá el resultado del partido Italia-Alemania. Mi mamá sirvió la cena y, como si dijera el estado del clima o cualquier otra intrascendencia, dijo: "Yo vi el partido. Fui a casa de Elvita y ahí lo vimos". Mi papá y yo la quedamos viendo mientras ella ponía el cesto con el pan sobre la mesa. ¿Y de dónde nos había salido aficionada mi mamá? Desde ese tiempo supe que cuando el río suena hasta las señoras prenden la televisión. En casa mi mamá no soporta ver el fútbol; es decir, si tiene opción de elegir ve alguna película o un programa de comedia o de recetas de cocina. Siempre apunta en una libreta todas las recetas de Italia. De las mil recetas sólo ha preparado dos o tres. Parece que el encanto está en copiar las recetas. Mi mamá (tal vez como todo mundo) acepta el gusto de los demás cuando está en casa ajena. Así, mi mamá presenció el partido del siglo y, todos los domingos, mira las corridas de toros de la Plaza México, en la casa de una tía. No le gustan las corridas, se le hacen un fenómeno bochornoso, pero como las demás comadres lo ven pues "ni modos que yo cierre los ojos", me dice con su sonrisa de pan bueno. Me cuenta que mi madrina Elenita no cierra los ojos, pero se la pasa rezando el rosario mientras el torero en turno le pone las banderillas al pobre animal o le ensarta la espada.
Ayer llamé a mi mamá. Ella estaba en la cocina (cortaba la fruta para mi cena). Le recordé lo del partido en casa de doña Elvita. Ella siguió cortando y sólo dijo: "Con razón oía rara la voz".
Sí, tiene razón mi mamá: La voz de los setentas suena rara (sonaba rara la voz "en off" del locutor. Parece que era la voz de Claudio Brook, pero sonaba raro, como suena raro todo lo pasado). Me senté de nuevo y terminé de ver la película-documental. Todo mundo sabe que Brasil le ganó a Italia, y que casi todo el estadio le iba a Brasil (además del embrujo de ese país y de la presencia inigualable de Pelé, por el gusto del desquite ante el equipo que tundió a México). Yo, que después de todo, no puedo evitar el orgullo de mi apellido y la conciencia de que algo de mí está en Italia me puse triste. Miré las manos de Albertosi, el portero italiano, y descubrí que no usaba guantes. Cada vez que había un tiro libre, lo vi escupirse las manos y frotarlas, como para atenuar un poco el trallazo de un Carlos Alberto o de un Pelé. ¡Por el amor del Dios de la pelota redonda! ¿Quién es el galán que, a mano limpia, resiste un balonazo de Pelé? Su apellido era Albertosi y era portero de Italia. Si esa tarde recibió cuatro goles fue porque el destino se cobra cada acción del hombre. A Calderón, portero mexicano, los italianos le metieron cuatro. Cuatro tenía que recibir Albertosi para quedar a manos con el destino, con la vida.
La película terminó. Miré, con cierta pena, cómo los espectadores mexicanos invadieron el terreno de juego y casi desnudaron a uno de los jugadores brasileños en intento de quedarse con un souvenir. ¡Qué pena! ¡Qué país tan de tercer mundo somos! Pero, bueno, ¡así somos!, decimos, y no podemos hacer nada para evitarlo.
Fui a la cocina, tomé el plato con fruta y miré a mi mamá. Ella seguía tranquila en la cocina. ¿Cómo no? Ella no necesita ver repeticiones en el 2009 porque se sabe testigo presencial del mejor partido de fútbol del Mundial del 70.
Las palabras no alcanzan. Las repetimos a cada instante. Por esto suena hueco cuando decimos: "Te quiero como nunca nadie te ha querido". Suena hueco porque esto lo dicen millones de personas millones de veces y porque así quieren millones de hombres a millones de mujeres. ¿Pelé, el mejor jugador de fútbol del mundo? Ya lo dudo, ya lo dudo.