domingo, 5 de abril de 2009

LA HORA DE DIOS


"Yo sigo con la hora de Dios", dice don Pancho, quien es un agricultor de allá por el rumbo de Los Riegos. No se inmuta, él no adelantó su reloj la noche de anoche. Un poco o un mucho sigue metido en el mundo de los gallos, de los pájaros y de los ratones (bueno, bueno, parece que el mundo de estos últimos también se altera, porque como los mortales nos levantamos una hora antes, ellos deben refugiarse también a esa hora). En las comunidades más apartadas todo parece seguir igual. Es en las ciudades donde todo se "desconchinfla".
Las autoridades nos indican que debemos adelantar una hora a nuestros relojes y nosotros, con toda la impunidad del mundo, movemos las manecillas. Las autoridades no saben (¡qué van a saber si son ignorantes!) que en ese simple juego de cambiar la hora nos alejamos del centro del universo.
¿Qué hacían los hombres antes de que a alguien se le ocurriera inventar la medición del tiempo? Vivían de acuerdo a la naturaleza, algo que a don Pancho se le ocurre llamar como "la hora de Dios". Cuando al hombre se le ocurrió inventar un reloj solar todo el mundo comenzó a regir su vida a través de esas mediciones. La pregunta que se hace Marianita es: ¿Cómo adelantan o atrasan un reloj solar?
A la hora que prendí la computadora hallé en la pantalla el reloj ajustado. Entiendo que la máquina está programada para ello.
Don Pancho, a final de cuentas, es sabio. Reconoce que el tiempo es único y que para estar a tono con el universo debemos estar en sincronía con esa línea eterna donde no hay tiempo. Sé que él se levanta y acuesta a la hora en que su cuerpo se lo demanda. La mesa con el tazón de frijol negro, las tortillas hechas a mano, la salsa de molcajete y el puño de sal sólo tienen un horario definido a través del tiempo.
He visto en los parques cómo los pájaros se arremolinan en los árboles a la hora de siempre. No varían. Para cumplir con mis compromisos de trabajo y demás lazos sociales debo sujetarme a este horario de verano que hoy comienza; pero los otros puentes de mi vida los cruzo a la hora de siempre. Diría don Pancho que a la "hora de Dios" yo como y miro el cielo.