miércoles, 22 de abril de 2009

LA LÍNEA RECTA ES LA DISTANCIA MÁS CORTA ENTRE DOS PUNTOS



Ahora sé de dónde viene mi afición por los puntos (dije ¡puntos, puntos!). El otro día estaba sentado al lado de mi mamá, veíamos un programa de televisión. Ella tejía y yo tenía un libro para la hora de los comerciales. Siempre me entusiasma la ubicuidad de su oficio. Ella teje y mira la televisión al mismo tiempo, sin ningún empacho. Yo no puedo hacer lo mismo. Si pinto o leo o escribo debo estar concentrado en la línea del objeto; es decir, siempre debo seguir la línea. Mi mamá ¡no! Sólo a la hora que cuenta los puntos de su tejido suspende ambas actividades y se concentra en una.
Ahora sé de dónde viene mi afición por los puntos. Mi mamá, a su manera, es una “puntillista” del tejido. Las obras de arte que teje no son más que la unión perfecta de algo que ella llama puntos (imagino que las demás tejedoras, Penélope incluida, también llaman así a estos maravillosos entramados de donde salen los suéteres y las blusas que visten).
Un número determinado de puntos hace el prodigio de un tapete que luego adorna un objeto de la casa o del suéter que amorosamente me obsequia. Mi mamá se concentra en su labor para no perder un punto o para no perder la escena cinematográfica en donde Sissy llega al palacio real. Por uno de esos secretos que posee la naturaleza, ella no pierde nada de ambas actividades. Mi mamá es un poco como doña Lolita Albores, quien fue cronista de Comitán y tenía la facultad de oír la radio, ver la televisión, escuchar la conversación de Óscar Bonifaz, cuidar a su nieto y atender a una parturienta ¡todo al mismo tiempo!
La labor de mi mamá es paciente. Ella sabe que ni el universo ni París se formaron en un día. Digo París y digo universo porque los tejidos de ella tienen algo de esos aires de Montmartre o de esas galaxias que están a mil millones de años luz, sin que ella conozca París ni haya viajado a la primera estación espacial que está a media cuadra de la luna. Mi mamá -no exagero- acomoda el universo cada tarde desde un sillón de la casa.
De ella heredé mi afición por los puntos. Sé que la línea que persigo todos los días no es más que una interminable sucesión de puntos. Me llama la atención el punto que está tirado en el suelo, el que está en la pared, el que es como un lunar en la espalda de una muchacha bonita. Me gusta buscar puntos en todos lados, el que está oculto en el bolígrafo y aparece a la hora que lo deslizo sobre el papel. Confieso que me gustaría descubrir el punto G en la geografía de mi amada. Sé que el universo no es más que un infinito punto y que el sol siempre está a punto. Me gustan los puntos porque sé que de ellos nace todo.
Mi afición por los puntos nació con mi primer aliento. A mi mamá, ¿de dónde le viene el gusto por su oficio de maravillosa tejedora? Ella me cuenta que bordaba en la escuela; es decir, lleva tejiendo más de ¡setenta años! Sé que esta edad no tiene nada que ver con la edad del universo, pero si el universo aún existe es porque mi mamá ha sido persistente en no perder ni uno solo de los puntos que teje. A veces la veo como si ella fuera una Remedios Varo o una Leonora Carrington porque, igual que éstas, sus sueños tienen ríos que vuelan y pájaros a punto de vuelo.
Mi mamá dice que debe estar pendiente de su tejido porque “los puntos se van”, lo dice así como si los puntos tuvieran vida, como si fueran cochinillas del jardín. Yo le creo. Lo creo porque las líneas que yo escribo o pinto o leo también son ligas de puntos que “se van” por caminos que uno nunca sabe. En ocasiones sucede que leo y las líneas “se me pierden” y quedo viendo los caminitos verticales que aparecen entre el texto de una hoja; a veces, cuando escribo, la idea original se extravía y aparece otra que estaba enredada quién sabe en qué sueño, de quién, de cuándo.
El universo es un punto infinito y nosotros no somos más que una sucesión de sueños. Los sueños también son puntos y los puntos crecen por los sueños.