lunes, 15 de junio de 2009

CARTA A MARIANITA, DONDE SE CUENTA CÓMO DON GUILLERMO CASTAÑEDA ESTUVO PRESENTE LA NOCHE QUE CONOCÍ A PETULA CLARK



Con un abrazo para la familia Castañeda Ochoa.



Marianita, un día de estos abrí el “Diario de Comitán” y leí que don Memo Castañeda falleció. Vos sos muy joven y tal vez nunca te topaste con don Memo en la calle, o si te topaste no supiste bien a bien quién era, asimismo no creo que sepás quién es Petula Clark.
Yo conocí a don Memo, pero ahora también caigo en la cuenta que no lo conocí bien. De él sólo tengo en mi memoria algo como retazos. ¿Por qué entonces ahora escribo de él? Tal vez porque me urge decir que hubo un tiempo en que el cine fue la diversión más importante del pueblo. Hubo un tiempo en que todo giró alrededor de ese technicolor en blanco y negro. ¿Cuántas horas pasamos adentro de una sala cinematográfica quienes vivimos los años sesentas o setentas del siglo pasado?
Sé, Marianita, que vos no podés imaginar cómo era ese mundo. ¿Cómo contarte de un tiempo lleno de buganvilias, cuando ahora vos vivís en un mundo de celulares, de pantallas planas, de computadoras y automóviles que parecen naves interplanetarias? Te podría decir que era un mundo sencillo, casi simple, pero esto tal vez no ayudaría en nada, porque ahora todo es tan complejo que la palabra sencilla está sepultada.
A veces vos me has comparado con una pared de bajareque, de esas que están siempre solas a mitad de los caminos, de esas que sólo sirven para recargarse cuando los viajeros hacen un alto en el camino. Debo admitirlo: si soy una pared frágil es porque provengo de ese tiempo en que nos enseñaron que la vida estaba en una pantalla de cine.
Yo, Marianita, vivía intensamente cada vez que pasaba frente al Cine Comitán. En las vidrieras anunciaban las películas a través de carteles a todo color (aún cuando muchas películas eran en blanco y negro). Algunos carteles eran simples cartulinas y, en todo el pueblo, corría el rumor que esos cartelones los pintaba don Memo. Aún ahora me topo con gente que recuerda esos carteles hechos con singular maestría. Don Memo, aparte de ser ilustrador, era dueño de la Lonchería “July”.
Cada vez que pasaba frente al cine yo no veía la hora de que llegara la tarde para “regresar” a la sala. ¿Si me explico? Yo no entraba al cine, yo regresaba al hogar. Cuando salía de la sala es que “entraba” a la vida de afuera. La ficción estaba en las calles y la realidad adentro de la sala.
Debés comprender que los artistas eran como mi familia. Por esto no creía imposible toparme con Clark Gable o con Sophia Loren a la vuelta de la esquina. Por esto nunca tuve novia en mis años adolescentes. Ninguna niña del pueblo se parecía a Sophia, ninguna cantaba como Petula Clark.
Ahora que leí la noticia del fallecimiento de don Memo, recordé la noche que conocí a Petula. Fue en el Cine Montebello. Esa tarde, en la doble función, exhibieron primero una película de Gregory Peck. Cuando encendieron las luces para el intermedio pedí permiso con el boletero, corrí hasta llegar al frente del Cine Comitán (ambos cines estaban a escasa media cuadra uno del otro) y entré a la lonchería que atendía don Memo y su esposa. Pedí tres tortas de pierna, pagué y regresé al Cine Montebello, justo a la hora en que comenzó la segunda película. Mis papás ya tenían listos los vasos con refresco (vasos encerados).
En ese tiempo, Marianita, íbamos al cine sin tener mucha idea de qué veríamos. Esa tarde la segunda película fue un documental de un certamen musical europeo. Estaba a punto de darle la segunda mordida a la torta cuando el maestro de ceremonias presentó a la siguiente artista: “And now the great artist: ¡Petula Clark!”. Ella caminó hasta el centro del escenario y comenzó a cantar esa de “Downtown”.
¡Ahí fue la revelación! ¡El deslumbre! Ella vestía un vestido blanco largo y llevaba el cabello corto (en la moda de ese entonces. Te estoy hablando más o menos de 1966). No entendí nada de lo que dijo en su perfecto inglés, pero algo en mí creció como si fuera un árbol de luz. Su voz era como un río de neón. Aún hoy tengo el agua de ese instante en mi cuerpo.
Sé que la vida está adentro de las salas cinematográficas. Ahora que en Comitán no existe ni una sala no comprendo bien a bien cómo los comitecos hemos sobrevivido, pues ya llevamos varios años viviendo en la pura ficción. Nos hace falta volver a “entrar” a la vida. Esa realidad en donde Sophia sigue impecable, donde a Woody Allen lo hallamos a la vuelta de cada esquina. Donde todo es como un sol Julia Roberts o un madero Brad Pitt o una orquídea Juliette Binoche.
Cuando me dicen que algún artista fallece no lo creo. No lo creo porque me basta ver una película donde él actúe para saber que todo sigue intocado. Qué lástima que don Memo no fue artista. Ahora siguiera vivo en la pantalla, entre nosotros. No nos queda más que recordarlo a través de las palabras.
P.d. ¿A vos te gusta ir al cine, comer palomitas y cerrar los ojos tantito adentro de esa penumbra, de ese líquido amniótico maravilloso?