viernes, 26 de junio de 2009

CORTADOS CON LA MISMA TIJERA



La literatura actual es una pena. Los escritores tienen muy poco espacio para dónde hacerse. No les queda más que colocar una palabra detrás de otra. Algunos se arriesgan a encimar una sobre otra, pero éstos son muy pocos. Así pues, a diferencia de los pintores, los escritores no innovan. La forma casi siempre es la misma y el fondo no encuentra muchas diferencias.
¿No es cierto lo anterior? Bueno, propongo un juego simple, muy simple. A continuación transcribo un texto de famosas escritoras:

“Ella anunciaba los temblores con alguna anticipación, lo que resultaba muy conveniente en ese país de catástrofes, porque daba tiempo de poner a salvo la vajilla y dejar al alcance de la mano las pantuflas para salir arrancando en la noche.
Al menos eso creía la tía Teresa, que fue juntando con avaricia cada una de estas magníficas alianzas, cada atisbo de cercanía, para después contemplarlos como grandes tesoros.
Mamá Elena, con sólo una mirada, le ordenó a Tita salir de la sala y deshacerse de las rosas. Pedro se dio cuenta de su osadía bastante tarde.
Cien noches intentó descifrarlo. Parecía inasible. Quién sabe, a lo mejor alguna vez lo tuvo completo y no se dio cuenta, bendito habría sido Dios si ella lo hubiera sabido a los ochenta años”.

Dije texto de escritoras y no me equivoqué. El fragmento anterior es un bordado hecho con tres pedazos escritos por diversas escritoras. Lo único que hice fue recortarlos y pegarlos. Lo que pretendo decir en este jueguito insulso es que algunos lectores, sin el aviso previo, podrían irse con la finta y decir que el texto anterior fue escrito por una misma persona.
Salvo los expertos (y quién sabe si ellos también), ningún lector común podría decir qué fragmento fue escrito por Ángeles Mastretta, cuál por Isabel Allende y cuál otro por Laura Esquivel (tal vez el nombre de Tita sea una pista). Todas escriben ¡tan igual! No existe un verdadero estilo que pueda identificarlas sin titubeo. Me refiero al sonido, a la caída del agua. Cualquiera, con una lupa, puede detectar qué parte corresponde a determinada autora, pero esto no tiene ningún chiste. Digo que, después de todo, ellas “suenan” muy semejantes.
Imagino este mismo juego trasladado al cine y no veo tal confusión. Imagino un pegote con trozos de películas de Woody Allen, Fellini y Kurosawa, por ejemplo. Ningún espectador o crítico tendría duda en identificar cada uno de los estilos. Lo mismo imagino con cuadros pintados por famosos pintores. ¿Quién no identifica un Picasso o un Modigliani? En cambio, los “cuadros literarios” se prestan a duda. ¿Puede alguien a simple “vista”, en medio de un dominó de textos, reconocer un fragmento de Vargas Llosa, por ejemplo?
La literatura no tiene más río que ese donde el agua corre en un solo sentido.
Si nos presentaran tres novelas inéditas, una de Ángeles, otra de Laura y una más de Isabel, sin advertirnos cuál corresponde a quién, sin tomar en cuenta contextos, sino simplemente estilos, tal vez no le “atinaríamos” al ciento por ciento.
Los escritores que han tratado de revolucionar la forma y el fondo se han topado con un gran muro. El “Ulises” de James Joyce es un texto famoso por su atrevimiento, pero un texto muy poco leído y menos comprendido.
El tan famoso Carlos Fuentes bien puede confundirse con otro escritor. Son pocos muy pocos los escritores que tienen un verdadero estilo. Tal vez por esto Juan Rulfo no escribió más que lo que escribió. Se dio cuenta que había logrado un estilo único, pero si escribía más corría el riesgo de “repetirse”.
Ningún escritor lo acepta, pero yo veo cierta frustración en sus declaraciones. Debajo de toda su fama hay algo como una niebla que los oscurece. Saben que un texto verdaderamente revolucionario aparecerá sólo cuando el lenguaje retome la versión original de Babel.